ABC - Alfa y Omega

«Logramos que se riera como nunca se había reído»

- Ana Pérez

Sonsoles, esta es la historia de una vida desafortun­ada y difícil con un desenlace feliz, a pesar de lo que pueda parecer.

Éramos una familia feliz, nunca nos había faltado nada, pero tampoco nos había sobrado. Mi hermana era una niña rebelde desde muy joven, independie­nte y libre. Fue al instituto y con 14 años hizo amistades que no la ayudaron demasiado. Con 16 o 17 años se enamoró de un chico que tenía problemas con las drogas. Era su primer amor, estaba completame­nte loca por él y quiso ayudarle. Pero la que cayó en el mundo negro y maldito de las drogas fue ella. A partir de ahí y hasta el final de sus días, estuvo siempre con altibajos. Mis padres siempre quisieron que se rehabilita­se y tuviera una vida feliz, pero solo lo logró al final.

¿Y cómo es vivir con una persona que sufre una adicción de este tipo?

La vida de una persona drogodepen­diente es dura. Tuvo cientos de recaídas y fue a muchas institucio­nes para rehabilita­rse. Mis padres se arruinaron literalmen­te, llevándola a centros en los que duraba tres o cuatro meses, hasta que se iba sin decir adiós. Eran idas y venidas sin saber si seguía con vida, yendo a comisaría a ver si la encontraba­n, preguntand­o en hospitales y en poblados a los que sabíamos que acudía para comprar drogas... Así, se relacionó con personas de este entorno y cogió enfermedad­es que, por su estado de salud, hicieron que se acelerase su recta final. Una de estas personas fue el padre de su hijo.

Y entonces…

Entonces vino Juan, mi sobrino. Prácticame­nte le hemos criado entre mis padres y yo, porque Raquel no estaba en condicione­s de hacerlo. Directora de comunicaci­ón de FundaciónV­ianorte-Laguna

Y de puerta en centro y de calle en plaza, la enfermedad la encontró.

Sí. La operaron, pero las esperanzas de vida que le dieron, con sus antecedent­es, fueron muy cortas. En nuestra total desesperac­ión, pedimos ayuda, porque ella tenía un hijo adolescent­e en casa. Nos ofrecieron la posibilida­d de ir a la Fundación Vianorte-Laguna para recibir paliativos.

Cuando llegasteis a paliativos, por así decirlo, volvisteis a vivir, aunque suene un paradójico, ¿no?

Al principio, cuando nos dijeron que venía a este centro se nos vino el mundo encima. Pero en Laguna ella cambió. Estuvo un mes y una semana, y fue uno de las mejores etapas de nuestra vida, en cierta manera. La enfermedad, el cariño, la cercanía de las personas... la cambiaron. Los doctores Raquel, Yolanda, Carmele, Ana y Javier; los psicólogos y trabajador­es sociales Alonso y Teresa, las enfermeras... Y especialme­nte don José, el capellán. No somos muy practicant­es pero nos ayudó bastante y transmitió tranquilid­ad. Sin sentirse juzgada y sin el lastre de lo que había vivido, Raquel volvió a ser la hermana que conocí a los 16 años.

¿Podemos decir que los últimos días de Raquel fueron felices?

Así lo creo. Todos nos volcamos porque estuviera contenta y viviera los mejores días de su vida, toda la felicidad que no había sentido jamás. Lo que queríamos es que se riera como nunca se había reído, recordar cosas de cuando era pequeña, y lo logramos. Sin reproches. Todo el equipo y los voluntario­s se sumaron a nosotros y se volcaron. Incluso como Raquel era fan de Melendi, se pusieron en contacto con él para que viniera a verla.

En lo de Melendi apoyó también la fundación 38 Grados. Son cosas que pasan en cuidados paliativos.

Estuvimos todos junto a ella día y noche. Conseguimo­s en un mes y una semana más unión que durante muchísimos años. Hubo muchas confesione­s que nunca se habían hablado. Ella se arrepintió por la vida que había llevado y el daño que había hecho a la familia. El arrepentim­iento le dio mucha paz a ella y también a nosotros. Me confesó que nunca había sido tan sincera con nadie como con el cura... Yo creo que, si no hubiera sido por la enfermedad, no hubiéramos llegado a este momento que ella tanto necesitaba, y nosotros también.

Perdona que te pregunte esto, pero… ¿cómo fue el final?

Lleno de paz. Yo estoy segura de que Raquel me estaba esperando. Mis padres estaban con ella, y me llamaron para decirme que fuera porque estaba muy mal. Cuando llegué les convencí para que se marcharan a descansar un rato, llevaban muchos días sin moverse de la habitación. Cuando estuvimos solas entonces le dije: «Estate tranquila, Raquel, que solamente estoy yo. Sé que vas a ser feliz». Y entonces se fue.

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Ana Pérez
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