Los páter también están en misión
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Los capellanes castrenses siguen activos y acompañando a nuestros militares en estos tiempos de emergencia sanitaria. Algunos como Mario Ramírez están incluso en primera línea, yendo a las residencias de mayores, donde ofrece asistencia religiosa mientras la Infantería de Marina desinfecta el recinto
Mario Ramírez es sacerdote, capellán castrense para más señas. Es de Cuenca, pero vive en San Fernando (Cádiz). Es algo que estos curas comparten con los militares; suelen servir lejos de sus hogares. Allí atiende varios cuarteles, además de ser el vicario de la parroquia vaticana y castrense de San Francisco. En las últimas semanas ha estado acompañando a efectivos de la Infantería de Marina en las labores de desinfección de residencias de mayores en el marco de la Operación Balmis. Una tarea que no surgió de él, sino de los mandos militares que querían ofrecer a los ancianos que quisiesen una asistencia religiosa.
Y allá que se fue este joven sacerdote. Con su atuendo militar, además de los guantes y la mascarilla. «Cuando me ven se asustan y me dicen que no soy cura. Que soy muy joven y voy vestido de militar. A algunos tuve que enseñarles el carné. El otro día ya me puse la estola para que se lo creyeran», cuenta a Alfa y Omega.
Ramírez prepara las visitas con esmero. Antes de ir, llama al director de la residencia para que le cuente qué personas viven allí, si tienen algún tipo de dependencia o necesidad. —Y una vez allí, ¿qué haces? —Pues ser cura.
Una respuesta sencilla que encierra otras muchas. Ser cura es visitarlos, llevarles los sacramentos, rezar y charlar con ellos. Obras de misericordia. «Para ellos es muy reconfortante ver que la iglesia no les ha abandonado aunque estén confinados», explica.
La tarea de Mario comienza al mismo tiempo que la de los militares.
Mientras estos últimos desinfectan las instalaciones, él se va a la sala donde se juntan todos los mayores. Allí, desde la libertad, algunos reclaman sus servicios. Los hay que quieren hablar, confesarse, rezar el rosario o recibir la Unción de enfermos.
Las historias salen de la memoria del páter cuando se le pregunta. Recuerda a la mujer que se arrancó a cantar la salve rociera el Domingo de Ramos o lo enfermos de alzhéimer que ya no se comunicaban y sin embargo se unían al rezo del padrenuestro, o del matrimonio que les contó que tenía un nieto cura que Mario conocía y que en ese mismo momento le contactó por videollamada.
Una de las experiencias que más le marcó fue la de una mujer que se reconcilió con Dios. Una mujer que estaba enfadada con Él porque, decía, le había hecho la vida imposible. Se había divorciado y había sufrido mucho. «Estuvimos hablando y me llegó a decir que no era creyente, pero acabamos rezando», añade Ramírez. La confirmación de que Dios está allí presente llegó cuando la mujer le habló de su hijo, con quien llevaba años sin tener contacto. Allí mismo, el sacerdote lo buscó a través de Facebook, lo encontró y madre e hijo volvieron a hablar. «Solo por eso, Dios existe», añade.
Para él es muy reconfortante ver que «somos necesarios en el mundo» y que «Dios se sirve de nosotros». «Pero nos pide dos cosas: disponibilidad para ser sacerdotes las 24 horas
del día y generosidad en el servicio», añade.
Un servicio que también ofrece a «sus militares», como él mismo se refiere a ellos, y con quienes habla antes y después de cada intervención. Les da la oportunidad de desahogarse y hablar, incluso aunque no sean creyentes. «Se les conmueve el corazón al ver a una generación que ha sufrido tanto estar en esas circunstancias. Ahí se ve la humanidad que hay debajo de un uniforme. Esta preocupación se ejemplifica en su trabajo, que lo están haciendo con una profesionalidad absoluta», añade.
La pastoral del teléfono
Aunque esta tarea le ha llevado bastante tiempo estas semanas, el páter Ramírez no descuida sus tareas habituales, aunque por el coronavirus se hayan visto afectadas. No puede ir tanto al cuartel, pero va, sobre todo, para ver a la gente que está de guardia y preguntar por los difuntos, a los que recuerda luego en la Eucaristía que retransmite a través de Facebook. También en Cáritas Castrense, a través de la que se da soporte a más de 100 familias.
En la conversación salen otros capellanes castrenses. Habla de su predecesor en San Fernando, ahora muy implicado en Cáritas, en la recogida y reparto de alimentos; y también de los que están en misiones internacionales. En concreto, del que está en Mali. A pesar de que muchos efectivos ya se han replegado a territorio nacional, él sigue allí, pues así lo ha ordenado el general portugués que está al mando de la operación. «Esto dice mucho de la necesidad que el mundo tiene de Dios», concluye.
Juan Carlos Pinto es párroco de Nuestra Señora de Loreto, parroquia castrense en Alcalá de Henares, y capellán de la Unidad Militar de Emergencia (UME), que está teniendo un gran protagonismo en esta crisis sanitaria. También es el cura de la prisión militar. Él no ha salido a ninguna intervención, pero ha vivido semanas muy intensas. Ha tenido que lidiar muy de cerca con la muerte y el duelo. El COVID-19 ha golpeado con mucha fuerza en la Colonia del Aire, donde se encuentra la parroquia. Cuando atiende a Alfa y Omega, ya habían fallecido doce personas vinculadas a esta comunidad, entre ellos varios colaboradores como Juan, el tesorero de Cáritas.
Pinto ha hecho todo lo posible para atender a estas personas, utilizando su propio canal de YouTube, donde ofrecía comentario del Evangelio, para la retransmisión de la Eucaristía, el rezo del rosario e incluso para homenajes a los fallecidos. Ahora más que nunca, está desarrollando una pastoral del teléfono, ya suene con tono de llamada o de WhatsApp. «Las llamadas reconfortan mucho a los familiares. En ellas se desahogan, lloran... e intento acompañar ese duelo. Un proceso que ahora no podemos hacer con la presencia y el abrazo, pero sí con la voz y la palabra acertada.