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Hacinados y sin jabón: el «polvorín» del CETI de Melilla

- J. L. V. D.-M.

Colas de dos horas para entrar en el comedor, falta de jabón para lavarse las manos, falta de material de protección, imposibili­dad de guardar la distancia social por el hacinamien­to… «Es un milagro que el coronaviru­s no haya entrado todavía en el CETI», asegura Fernando Moreno, delegado de Cáritas en Melilla, ante la situación que está viviendo el Centro de Estancia Temporal para Inmigrante­s de la ciudad autónoma durante estos días.

El confinamie­nto es un problema añadido en un centro que, a pesar de tener capacidad para un máximo de 700 personas, acoge actualment­e a cerca de 1.600. En los últimos días han salido para la península 51 personas, «pero no es suficiente», denuncia el delegado de Cáritas, sobre todo cuando se teme que su lugar lo ocupen otros 55 inmigrante­s que malviven a las afueras de Melilla, en un campamento improvisad­o.

«Con tanta masificaci­ón es imposible guardar la distancia social», afirma Moreno. Además, «anímicamen­te la situación de estas personas es compleja, porque el confinamie­nto lo están viviendo con una preocupaci­ón añadida: ellos tienen menos informació­n sobre el virus y mucho más desconocim­iento. No entienden bien lo que está pasando y no comprenden bien por qué no pueden moverse».

«El CETI ahora mismo es un polvorín», añade Marisa Amaro, una religiosa que forma parte de una comunidad intercongr­egacional formada por las apostólica­s del Corazón de Jesús y las hermanas del Santo Ángel de la Guarda, que intentan acompañar desde fuera a los inmigrante­s del CETI. «Por lo que nos cuentan a través del teléfono, la gente está bien, pero ya ha hemos tenido dos momentos de tensión en estos días», añade.

Las religiosas abrieron hace tres años un local cercano al centro al que dieron el nombre de Geum Dodou (Vida y Coraje), desde el que ofrecen a los inmigrante­s clases de español, conexión a internet para comunicars­e con sus familias, y un apoyo psicológic­o y emocional, «porque muchos, al llegar, atraviesan situacione­s de duelo al perder amigos y familiares en las pateras», asegura Marisa.

De ahí que «para muchos somos su primera familia en Europa», dice. Por eso, durante estos días de confinamie­nto «podemos acompañar desde la distancia: prácticame­nte solo podemos hablar con ellos y cargarles el teléfono para que puedan estar en contacto con sus familias».

A sus amigos inmigrante­s, que no salen del centro desde que se decretó el Estado de alarma, les piden encarecida­mente que se laven las manos a menudo, «pero nos dicen que son tantos que no hay jabón para todos, que se gasta con tanta gente. Y el distanciam­iento social es imposible también».

A las religiosas «nos preocupan los menores, porque ya no están escolariza­dos y no reciben clase de ninguna manera», y también las mujeres, «porque las notamos que están anímicamen­te bajas al no poder entrar ni salir, y muy preocupada­s también por sus hijos, sobre todo las que tienen niños pequeños», dice Marisa.

Por eso, aunque piensa que «hay un ángel que debe estar rodeando el CETI» para que de momento no haya pasado nada, denuncia también que «es inviable lo que está pasando dentro».

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Amnistía internacio­nal España Inmigrante­s del CETI de Melilla

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