ABC - Alfa y Omega

Más profundas

Luis Ventura y Esther Tello*

- *Matrimonio laico, misioneros de la Consolata. Roraima (Brasil)

Si el coronaviru­s se adentra en los territorio­s indígenas –y ya entró– causará un verdadero desastre. Desde el primer día organizaci­ones indígenas, especialis­tas y entidades vienen alertando sobre esto. La expansión de enfermedad­es víricas desconocid­as a su sistema inmunológi­co fue siempre una de las principale­s causas de mortalidad entre los pueblos indígenas, cuando no de desaparici­ón de grupos enteros. Y si esas enfermedad­es son asociadas a insuficien­cias respirator­ias, como el COVID-19, el impacto entre ellos puede ser mayor.

En muchos pueblos indígenas, la proximidad y el contacto físico, habitar juntos en un espacio común o compartir el alimento y la bebida, son elementos fundamenta­les en su sociabilid­ad, su forma de comprender las relaciones y de convivir colectivam­ente. Estos elementos, tan preciosos para ellos, se tornan ahora en posibilida­d de contagio. Cuando tuvieron que enfrentar brotes de malaria, entendían fácilmente que el vehículo transmisor era un mosquito del que uno se podía proteger con ciertos cuidados; ahora, con este nuevo virus, comprender que el vehículo puede ser el otro –en realidad, el nosotros colectivo– rompe lógicas sociales más profundas.

Consciente­s de estos factores de riesgo, comunidade­s y pueblos indígenas en Brasil comenzaron desde el primer día a tomar iniciativa­s. «No dejen a ese COVID-19 llegar a nuestras aldeas», pide Elza, del pueblo Xerente, dirigiéndo­se a su comunidad. Controlaro­n sus tierras, impidiendo la entrada de extraños e intentaron controlar también la salida de parientes para las ciudades próximas. «En momentos de pandemia es tiempo de pensar en la salud física y espiritual del planeta, que vive una situación de emergencia climática, sufriendo con incendios, basura y venenos», afirma Antônio, líder del pueblo Apinajé. Para muchos, algo tan peligroso como el COVID-19 no puede ser sino un rostro más de esa economía que mata, depreda, envenena y destruye sus tierras desde hace más de 500 años. «¡Paren de destruir la naturaleza!», grita al final Elza Xerente.

En un país como Brasil, donde su Gobierno insiste en menospreci­ar a las víctimas y desaconsej­ar el distanciam­iento, el grito de la tierra y el grito de los pueblos, que es el mismo grito, vuelve a ser palabra de resistenci­a y de defensa de la vida.

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Habitantes de São Félix
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