Cartas a la redacción
Después de mucho darle vueltas, he decido hacerme objetora del balconeo. Cuando empezó la pandemia me apunté a los aplausos. Yo también quería dar ánimo a los sanitarios. Me hice incluso una banderita de España con unas telas que tenía en casa. Me ilusionaba la sensación de esfuerzo colectivo.
Han pasado seis semanas y, francamente, cuando salgo al balcón, ya no sé a qué o a quién estoy aplaudiendo. Hay mensajes de sanitarios diciendo que los aplausos de las ocho les ayudan. Otros dicen que no aplaudamos porque no están recibiendo la protección. Se convocan caceroladas contra el Gobierno a las siete, contra el rey a las nueve… Lo que empezó como apoyo a una causa común, se está convirtiendo en un enfrentamiento. He pensado incluso en quitar mi banderita casera. Pero he comprendido que es muy importante para mí. Nos jugamos mucho. Nos jugamos el que yo pueda escribir ahora esto, que hace 45 años no podría haber escrito libremente. El coronavirus me da respeto, como a todos, pero no me da miedo. Si toca morir sola espero que Dios me coja confesada. Lo que si me asusta es dejar a mis hijos y nietos en un país enfrentado y dividido.
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