ABC - Alfa y Omega

El largo camino de Juana de Arco hacia los altares

El 16 de mayo de 1920 fue canonizada por Benedicto XV ▼

- De Orleans, Doncella José María Ballester Esquivias

Varias peripecias históricas, políticas y religiosas retrasaron la canonizaci­ón la siendo la principal una fama que cayó rápidament­e en el olvido hasta el siglo XIX: las dudas espiritual­es y morales que acechaban a un país, Francia, sacudido por la Revolución de 1789, así como la derrota de 1870 frente a Prusia, primero, y la Primera Guerra Mundial, después, despertaro­n un patriotism­o que encontró en Juana a su referente. La Iglesia supo recoger el guante

Tiempo les faltó a los franceses, tanto al pueblo llano como a las élites políticas y religiosas, para prescindir de la figura de Juana de Arco en su imaginario colectivo: pocos años después de su muerte, apenas era citada públicamen­te. Solo algunos poetas, como François Villon –«Jeanne la bonne Lorraine / qu’Anglois brûlèrent à Rouen»– la mencionaba­n, y de refilón, en sus obras. La buena lorena –por su tierra de origen–, que había salvado al país de la catástrofe y también de la indignidad, ya no era una pieza útil para la elaboració­n del relato nacional. Los esporádico­s rescates de su figura solían resolverse en su detrimento. La prioridad de la época indicaba ensalzar la figura de los sucesivos soberanos capetos y su obra unificador­a que culminó, a la larga, en el Estado más sólido y centraliza­do de Europa y también en una potencia global. La tendencia se fue consolidan­do a lo largo de tres siglos hasta el punto de que Luis XIV, según refiere el historiado­r Michel Lamy, no podía admitir que una campesina hubiese hecho un llamamient­o para resistir al invasor y, de paso, salvase a sus antepasado­s. Voltaire, por su parte, optó por la mofa y el desdén para describir a la joven combatient­e.

El destino quiso que estas vicisitude­s no lograran aniquilar el recuerdo de Juana de Arco. Quedó una base lo suficiente­mente sólida como para que después de la atribulada etapa revolucion­aria, con Francia recobrando el rango en el concierto de naciones, pero dudando en permanenci­a de sí misma, renaciese el culto a su figura. Se trató de una dinámica de despegue lento, pero imparable, que ha trascendid­o todas las etapas de la historia gala hasta la fecha. Y sus rasgos fueron inicialmen­te laicos: fue Jules Quicherat, discípulo del intelectua­l calvinista Jules Michelet –autor de una Historia de Francia en clave liberal–, quien se dedicó a la hercúlea tarea de ordenar y editar los volúmenes de los Procès de condamnati­on et de réhabilita­tion de Jeanne d’Arc, es decir, las actas completas de los dos juicios a los que fue sometida Juana. La obra de Quicherat, publicada en 1849, proyectó a una joven que rebosaba fe y grandeza de ánimo. En el plano pictórico, Jean-Dominique Ingres retrató a Juana –en la coronación de Carlos VII– en compañía de su confesor Jean Paquerel y, sobre todo, mirando fijamente al cielo: de esta manera quedaba claro que debía la victoria al Altísimo. Juana era, por fin, percibida como lo que terminará siendo: una santa.

Esta rehabilita­ción de tintes nítidament­e espiritual­es hizo reaccionar a la Iglesia gala, y de modo especial a monseñor Felix Dupanloup, obispo de Orleans, lugar de las acciones heroicas de Juana. Daba la casualidad, además, de que Dupanloup era un prelado de ideas avanzadas que deseaba reconcilia­r al mundo cató

lico con la Francia posrevoluc­ionaria. Era, asimismo, consciente de que el episcopado francés arrastraba la culpa histórica, que aún no había subsanado, de haber jugado un papel importante en la condena a muerte de Juana. Supo aprovechar la oportunida­d: en la primavera de 1869 convocó a los obispos por cuyas diócesis se había desarrolla­do la gesta de la Doncella. El punto principal de orden del día era el estudio de su elevación a los altares. Todos los participan­tes acordaron dirigirse de forma solemne a Pío IX para que «concediese a Juana los honores de los beatos». Cinco años después se dio inicio en Orleans a un proceso canónico que siguió los pasos preceptivo­s salvo en dos vertientes. La primera fue la tocante a la revisión de los escritos, que se despachó con inusitada rapidez: Juana, en sus 19 años de agitada vida, apenas había dejado unas cuantas cartas. En cuanto a la exhumación de las reliquias, no se llevó a cabo porque la quema en la hoguera de Ruán había acabado con cualquier resto corporal.

Símbolo patrio

Pero fue en el ámbito históricop­olítico donde los acontecimi­entos adquiriero­n especial relieve. En julio de 1870, un año después de la iniciativa de Dupanloup, estallaba la guerra franco-prusiana, que se saldó con la peor de las derrotas para Francia –que había iniciado el conflicto–, cuyas trágicas consecuenc­ias fueron el derrocamie­nto del Segundo Imperio y la anexión al naciente Imperio alemán de Alsacia y buena parte de Lorena (se salvó la zona en la que se encuentra Domrémy-la Pucelle, localidad natal de Juana). Uno de los efectos de tamaña humillació­n fue el estímulo del sentimient­o nacional –nacionalis­ta, incluso– en el que la recuperaci­ón de figuras míticas de la historia patria iba a jugar un papel importante; la de Juana, obviamente, sería una de las principale­s. Su personaje iba a ser explotado por todas las tendencias ideológica­s presentes en la vida pública francesa de aquel momento. Sirva como botón de muestra –y no es, por supuesto, el único– que los republican­os, más bien escorados a la izquierda del tablero político, interpreta­ron su pensamient­o y acción como una rebeldía ante la incapacida­d del poder real. Sea como fuere, está multiplici­dad hermenéuti­ca potenciaba la figura de Juana. Y servía indirectam­ente a la causa: en abril de 1894, tres meses después de que fuese declarada venerable –«Juana es nuestra», dijo León XIII al final de la ceremonia–, el hito fue celebrado con una grandiosa Misa en la catedral de Notre Dame, con presencia de numerosas autoridade­s civiles y militares. La Doncella logró congregar a sectores muy diversos en un país en el que el anticleric­alismo iba ganando enteros.

El proceso canónico, mientras tanto, seguía su curso: entre el 1 de marzo y el 22 de noviembre de 1897 se celebraron 122 sesiones en Orleans

 ?? Juana de Arco en la coronación de Carlos VII en la catedral de Reims, ?? de Dominque Ingres, 1854. Museo del Louvre (París)
Juana de Arco en la coronación de Carlos VII en la catedral de Reims, de Dominque Ingres, 1854. Museo del Louvre (París)
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Tapiz de la canonizaci­ón, que muestra a santa Juana en la batalla
 ?? Fotos: stejeanned­arc.net ?? Ceremonia de canonizaci­ón de santa Juana de Arco, el 16 de mayo de 1920
Fotos: stejeanned­arc.net Ceremonia de canonizaci­ón de santa Juana de Arco, el 16 de mayo de 1920
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El Papa Benedicto XV durante la canonizaci­ón de la santa francesa

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