Redimida

en todos los tópicos de la estrella de rock: se hizo adicto al cristal y a las anfetaminas, alcohólico y adicto al sexo, a la vez que sumaba ceros a su cuenta corriente. En Brian iban creciendo sentimientos de mentira, vacío e insatisfacción. Hasta que un día ocurrió algo que supuso un punto y aparte en su vida: en 1998 nació su hija Jennea. Brian decidió cambiar, pero se sentía absolutamente incapaz. Comenzaba el larguísimo y duro camino de su reconstrucción personal. Un camino en el que, a partir de cierto momento, va a jugar un papel decisivo su encuentro con la fe a través de la Iglesia evangélica.

El documental, dirigido por los debutantes Trey Hill y Scott Mayo, se centra en las vivencias de Brian y Jennea durante ese penoso camino hacia la luz. Jennea aparece como la víctima número uno de la vida desastrosa de su padre. La película ofrece declaraciones actuales de padre e hija, así como de los progenitores de Brian y de sus compañeros de banda. Pero también cuenta con muchas imágenes de archivo relativas a conciertos, fiestas familiares, ensayos y desmadres varios. De esta manera, el espectador va recomponiendo el rompecabezas de una existencia atravesada por el dolor ante el mal causado, y movida por el deseo de una redención que diera sentido a todo lo vivido.

Los directores de Loud Krazy Love buscan una cierta personalidad estética y fotográfica, y consiguen transmitir lo que pretenden con un estilo impresionista, logrando momentos fuertemente emotivos y llenos de una sincera autenticidad. Finalmente el espectador se lleva una idea clara, la que formulaba el general de El festín de Babette en su discurso final: la gracia nos devuelve hasta aquello a lo que habíamos renunciado.