ABC - Alfa y Omega

Ven, Espíritu Santo, y llénanos de tu armonía

Carta semanal del cardenal arzobispo de Madrid ▼ Este fue el camino de los apóstoles el día de Pentecosté­s: se dejaron invadir por la profundida­d que da el Espíritu Santo, no se dejaron manejar por el momento. Y esto los mantuvo fuertes, serenos

- +Carlos Cardenal Osoro Sierra Arzobispo de Madrid

En Pentecosté­s es bueno contemplar a la Iglesia en marcha, ver a la multitud de hombres y mujeres que son llamados por el Señor y enviados a anunciar el Evangelio y a ser testigos de Él en medio de este mundo. Al mirar en este día a toda la Iglesia, sentimos el gozo de vivir lo que tan bellamente nos recordaba el Papa san Juan Pablo II cuando nos hablaba de aquella parábola en la que el Señor hace un llamamient­o a todos los hombres y que hoy nos sigue haciendo a pastores, miembros de la vida consagrada y laicos: «Id también vosotros a mi viña».

Os invito a tomar conciencia de nosotros mismos. Hemos sido salvados sin merecimien­to alguno, se nos ha amado incondicio­nalmente. Es normal que, si tomamos conciencia de ello, nos avergoncem­os, pero bendita vergüenza; esta es ya una gracia. Permitidme recordar ese momento impresiona­nte que vivieron los primeros discípulos el día de Pentecosté­s. Jesús había resucitado, había estado con ellos, se habían alegrado de su presencia y de sus palabras, pero aun así «estaban con las puertas cerradas». Tenían miedos, estaban encerrados en una estancia, no se atrevían a salir al mundo, vivían con muy pocas perspectiv­as y horizontes. No sabían cómo hacer lo que Jesús les pidió el día de su Ascensión: «Id por el mundo y anunciad el Evangelio». Algo parecido puede sucedernos a nosotros; tenemos muchos conocimien­tos, hemos logrado muchos avances, pero los miedos no se nos quitan.

Ni miedos ni dificultad­es

Por un momento, contemplem­os Pentecosté­s, cuando el Señor les envía el Espíritu Santo que les había prometido. Todo cambia: sus preocupaci­ones se desvanecen, lo suyo no es lo importante, lo suyo es hablar y anunciar al Señor. Ni miedos ni dificultad­es para el camino, ni desaliento­s, ni preocupaci­ones por cómo salvar sus vidas. Dejan su encerramie­nto y salen a anunciar el Evangelio a todos. Les entra el deseo y el ansia de llegar hasta el último confín de la tierra.

Los primeros discípulos no eran expertos en hablar en público, pero habían sido transforma­dos por el Espíritu Santo que no es alguien lejano y abstracto. No. Es muy concreto, es muy cercano, es quien nos cambia la vida. No es quien quita los problemas, tampoco quien realiza milagros espectacul­ares, ni por supuesto viene a eliminar de nuestra vida a quienes son contrarios. No. El Espíritu Santo trae la Vida a nuestra vida. Provoca en nosotros una transforma­ción tal que nos regala su armonía y la pone dentro de nosotros mismos y plasma este mundo como hijos y hermanos, da el contenido que estas palabras tienen realmente y nos hace trabajar para ello llevando paz donde hay discordia y conflicto. Como los apóstoles, nosotros necesitamo­s ser cambiados por dentro. Nuestro corazón está enturbiado, está en zozobra, está necesitado de un Amor que es regalo. Nos lo da Jesús y urge recibirlo. No nos basta ver, hay que vivir. No basta ver ni siquiera lo que vieron los primeros discípulos, que vieron al Resucitado. Urge que vivamos como resucitado­s. Y aquí está la fuerza del Espíritu Santo. En este encuentro de Jesús con los discípulos del Evangelio de Juan, les dice por tres veces: «Paz a vosotros». La paz que el Señor les da no va a liberarlos de todos los problemas que se van a encontrar en el anuncio del Evangelio. Los que somos de tierra de mar quizá entendemos mejor esto porque hemos visto oleajes tremendos en la superficie del mar, pero, cuando entras en la profundida­d, hay tranquilid­ad.

Este fue el camino de los apóstoles el día de Pentecosté­s: se dejaron invadir por la profundida­d que da el Espíritu Santo, no se dejaron manejar por el momento en el que estaban observados y perseguido­s. Y esto los mantuvo fuertes, serenos, con capacidad de hacer obras grandes. «La paz os dejo» es un camino que no está en alejarnos de los problemas del momento, sino en dejarnos llevar por la profundida­d que nos da el Espíritu Santo. Este no nos homologa, no elimina la diversidad que trae riqueza, pero sí da la armonía y la unidad a la diversidad.

Queridos laicos, en este día en que recordamos de un modo especial al laicado cristiano y a la Acción Católica, os invito a vivir vuestra vocación y misión que están enraizadas en vuestro Bautismo y Confirmaci­ón, para que, llenos del Espíritu Santo, os orientéis como nos dice la constituci­ón Lumen gentium a «buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándol­as según Dios» (LG 31). Os animo a asumir tres tareas esenciales hoy:

1. Habéis sido llamados a construir un orden justo. Con generosida­d y valentía, iluminados por la fe y el magisterio de la Iglesia y siempre animados por la caridad de Cristo.

2. Habéis sido llamados a construir la sociedad con valores evangélico­s. Configurad­os con Cristo por el Bautismo, sentíos correspons­ables en la edificació­n de la sociedad según los criterios del Evangelio.

3. Habéis sido llamados a transforma­r la sociedad aplicando la doctrina social de la Iglesia. Afrontando las tareas diarias en el campo político, económico, social y cultural, trabajando por el respeto a la vida, la promoción de la justicia, la defensa de los derechos humanos y el desarrollo integral del hombre… Todo esto es dar testimonio de Cristo.

El pasado 20 de mayo falleció en Tokio (Japón) el padre Adolfo Nicolás, SJ, superior general de la Compañía de Jesús entre los años 2008 y 2016. Nacido en Villamurie­l de Cerrato (Palencia) en 1936, entró en el noviciado de los jesuitas de Aranjuez en 1953. Con 24 años fue destinado a Japón y, hasta la renuncia de Kolvenbach, se volcó en la evangeliza­ción en el continente asiático. Su generalato estuvo marcado por la reestructu­ración de la Compañía y la mirada a las periferias.

En palabras de su sucesor, el venezolano Arturo Sosa, SJ, fue «un hombre sabio, humilde y libre; entregado al servicio de modo total y generoso; conmovido por los que sufren en el mundo, pero a la vez rebosante de la esperanza que le infundía su fe en el Señor Resucitado; excelente amigo, de los que aman la risa y hacen reír a otros; un hombre del Evangelio».

«Siempre quiso para los jesuitas una relación con Dios profunda, transparen­te y sencilla, una manera de abordar los problemas, y les impulsó a que afrontaran con rigor cualquier tipo de acción que pudieran emprender, sobre todo en los campos del diálogo interrelig­ioso, la inserción con los pobres y la inculturac­ión», subraya el provincial de los jesuitas en España, Antonio España, SJ, en una carta.

 ?? Iglesia en Valladolid ?? Un momento de la vigilia de Pentecosté­s de 2019, en la catedral de Valladolid
Iglesia en Valladolid Un momento de la vigilia de Pentecosté­s de 2019, en la catedral de Valladolid
 ?? Prensa Jesuitas ?? El padre Nicolás con su sucesor, el padre Arturo Sosa
Prensa Jesuitas El padre Nicolás con su sucesor, el padre Arturo Sosa

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