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San Juan de Ávila, modelo para los sacerdotes de hoy

▼ Tribuna

- Francisco Javier Díaz Lorite Párroco y sacerdote de la diócesis de Jaén

Este Año Jubilar de san Juan de Ávila, patrono del clero español, que se clausura este 31 de mayo, ha vuelto a poner de manifiesto la actualidad de la figura del santo como modelo de vida para todos los sacerdotes diocesanos seculares de hoy, y no solo de España, sino del mundo entero

Una vez más se constatan las palabras de san Pablo VI en la homilía de su canonizaci­ón, el 31 de mayo de 1970: «Parece providenci­al que se evoque en nuestros días la figura del maestro Ávila por los rasgos caracterís­ticos de su vida sacerdotal, los cuales dan a este santo un valor singular y especialme­ne apreciado por el gusto contemporá­neo, el de la actualidad».

Quisiera poner de manifiesto los rasgos más caracterís­ticos de su vida sacerdotal que, aunque vividos en circunstan­cias diferentes, constituye­n el eje del ministerio sacerdotal de hoy. La primera nota distintiva es estar abierto constantem­ente a la voluntad del Padre. Está a la escucha permanente de qué es lo que quiere Dios de él, y de cómo poner en práctica la misión encomendad­a. Las palabras con las que comienza su famoso libro del itinerario cristiano son en realidad, lo que él hacía en su vida: Audi, filia, es decir, escucha a tu Padre, pon tus oídos y todo tu corazón en las palabras y voluntad de tu Padre, y no en las tuyas ni en las de este mundo. Esto supone una estrecha comunicaci­ón y unión con el Padre, diaria y permanente. Por eso san Juan de Ávila es un sacerdote místico. Ya nos los dijo Rahner: «El sacerdote del siglo XXI será místico o no será».

San Juan de Ávila está en permanente unión con Dios. Por eso se eleva en oración incluso escribiend­o cartas, que se conservan. Pero esa unión permanente no nace sino de una oración personal a solas con Dios en la que invierte bastante tiempo diario. No es monje, pero reza más que un monje, ya que vive como un verdadero apóstol el llamamient­o de Jesús: «Los llamó para que estuvieran con él» (Mc 3,14). Es también muy estrecha la unión con Jesús, el amigo crucificad­o por amor, y ahora resucitado y presente en la Eucaristía. Jesús es el hermano, y hasta el esposo íntimo de su alma, donde se juntan en «un abracijo tan grande», como dice él, que no hay palabras para poderlo explicar, y que llegan a una «unión de corazones», donde se experiment­a lo vivido por Pablo: «Ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). De esta configurac­ión con Cristo, que es siempre crecimient­o permanente, nace el vivir en radicalida­d los consejos evangélico­s de pobreza, obediencia y castidad. Este es el secreto del sacerdote Juan de Ávila.

También en esta oración, llena del Espíritu –al que siempre invoca al comenzar–, están los otros, es decir, aquellos a quienes Dios le envía, y toda la humanidad. Su oración es lo que hoy llamamos oración apostólica. Esa oración es lo que recomienda que debe tener en primer lugar todo apóstol, y así se lo aconseja al recién elegido arzobispo de Granada, su amigo Pedro Guerrero (cf. carta 177). Como verdadero apóstol, el sacerdote Juan de Ávila no concibe el sacerdocio vivido aisladamen­te de los demás sacerdotes y de los obispos, por lo que promueve la fraternida­d sacerdotal, y hasta la vida en los convictori­os sacerdotal­es, que él mismo va creando en reuniones frecuentes, etcétera. También el santo practicará esa fraternida­d viviendo siempre en comunidad y enviando a sus discípulos a las misiones populares de dos en dos. En esta necesaria fraternida­d sacerdotal en virtud del sacramento se adelantó también al Vaticano II, que tenemos que seguir aplicando según lo señalado en Presbytero­rum ordinis núm 8.

Entre la gente y para la gente

Otra caracterís­tica es el carácter secular de su ministerio. Es decir, vivía entre la gente y para la gente. Por eso, cuando les habla personalme­nte, o en iglesias, en plazas, en cartas o en pequeños grupos, les llega al corazón y les alimenta con la Palabra, convierte corazones y engendra auténticos seguidores de Jesús. Trataba a los demás con tanto amor que, nos dice su biógrafo Luis de Granada, cuando una persona salía de hablar con él le parecía como si ninguna otra existiese en el mundo, por el trato cercano y amoroso recibido. Las cartas que escribe están tan dirigidas a lo que pasa a cada persona, y dan consuelo y aliento en sus circunstan­cias concretas que, al publicarse, han tenido que ser eliminados los nombres, por lo que hoy denominamo­s protección de datos.

Juan de Ávila fomenta mucho esa fe vivida en los matrimonio­s y en las familias. Ahí están como ejemplo sus íntimos amigos, el matrimonio formado por Tello de Aguilar e Inés de Inestrosa, y las reuniones de formación tenidas en su casa. Al sacerdote Juan de Ávila le importan mucho las cuestiones materiales de la gente, sobre todo de los pobres, por lo que promueve obras de caridad de todo tipo: colegios para huérfanos, hospitales, etc, pero se interesa especialme­nte por las obras de misericord­ia espiritual­es, comenzando por la creación de colegios para la formación integral de niños y jóvenes, y también lleva a cabo una ingente misión apostólica de evangeliza­ción de toda la persona y de toda la sociedad. Lleva en su corazón y en su acción seguir construyen­do el Reino de Dios en la tierra hasta su plenitud en el cielo.

Estoy convencido de que Dios nos da hoy a san Juan de Ávila como luz que se pone en el candelero para alumbrar a todos los de casa. Sin duda, el santo luce como un don de Dios para todos los sacerdotes de hoy, y muy especialme­nte para todos los sacerdotes diocesanos seculares.

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