ABC - Alfa y Omega

Un sorbito de vida

- Rodrigo Pinedo Texidor

«Las muertes en Estados Unidos se acercan a 100.000, una pérdida incalculab­le». Con este titular a seis columnas, el New York Times recogió el domingo en una aplaudida portada los nombres de 1.000 americanos fallecidos por coronaviru­s. Más que por lo novedoso –aquí también se han publicado listados de víctimas–, el periódico acertaba al recordarno­s que detrás de las brutales cifras de muertos hay nombres y apellidos, con sus historias escritas con renglones más o menos torcidos. Junto a la edad aparecían descripcio­nes como «coleccioni­sta de sellos y monedas», «animador de La Sirenita», «enfermera con ganas de viajar», «el alma de la fiesta» o «siempre quería estar junto al océano»... Porque cada número, al fin y al cabo, es una persona a la que alguien llora.

En mi casa también hemos rezado y llorado estas semanas. Junto a las buenas noticias de que algunos conocidos mejoraban y salían adelante, el 24 de abril recibimos un mazazo: con apenas 63 años, mi tío Ignacio, un tipo divertido, cariñoso y conversado­r, había muerto de madrugada tras semanas de lucha contra el puñetero coronaviru­s. «Además de un profesiona­l con una gran vocación de servicio público, Ignacio Álvarez fue un excelente colaborado­r en la defensa de los intereses de la ciudad como arquitecto municipal», escribió la alcaldesa de Toledo, Milagros Tolón, en su cuenta de Twitter al enterarse. Después, en numerosas necrológic­as y hasta en el Pleno municipal del pasado lunes, se ha reconocido su trabajo durante casi cuatro décadas al servicio de los toledanos, con hitos como la declaració­n de Ciudad Patrimonio por la UNESCO.

Cuando escribo estas líneas, todavía no he podido dar un abrazo a mi tía Elena –la hermana pequeña de mi madre– ni a mis primos Lluc, Ignacio y Elena, con los que mi tío hizo su mejor obra como han demostrado siendo una piña ahora. Pero los tengo presentes cada día cuando, sin darme cuenta, me descubro repitiendo: «Cafés Sorbito, cada sorbito vale por dos». Con este eslogan, impreso en los sobres de azúcar que acompañaba­n al café en verano, mi tío se inventó una cancioncit­a que hacía nuestras delicias en las intensas sobremesas. Vuelve a mí con imágenes de lo mucho y muy bueno que vivimos juntos: los días de playa, las Nochebuena­s, las tertulias políticas, las partidas de Ferrocata... Un recuerdo agradecido para endulzar lo amargo del momento.

D. E. P. tío Ignacio.

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