Cartas a la redacción
Cuando la veíamos pasear por el colegio hace unos meses con la ayuda de su andador, nada nos hacía presagiar que el final de sus días estaría cerca. Para todas nosotras, las antiguas alumnas del Mater Salvatoris, la madre Carmen Madurga era un verdadero ángel custodio que cubría con sus alas la trayectoria vital de todas y cada una de sus hijas.
La madre Madurga siempre huyó de protagonismos, pero nunca pudo pasar desapercibida por una serie de rasgos de su personalidad, que la hacían única y singular. Cuando un padre del colegio se entrevistó con ella por primera vez, al salir de su despacho dijo: «No me extraña que sea directora de un gran colegio, de no haberlo sido, hubiera llegado a ser presidenta de una gran empresa». El talante enérgico y vital de madre Madurga no estaba reñido con su bondad y su sonrisa perenne. Sentía una especial predilección –y no la ocultaba– por las alumnas que vivían situaciones más difíciles o complicadas en sus vidas.
Llegó el día en que tuvo que dar paso a las nuevas generaciones y renunciar a su puesto de directora. La madre quiso vivir sus últimos años en el colegio sin dejar de presenciar el bullicio; seguía paseando por los pasillos de Bachillerato para ver a sus niñas más mayores y a última hora de la tarde siempre visitaba Infantil. Allí se sentaba en el banco de madera de la entrada y conversaba con los niños más pequeños, que le daban besos y abrazos. D. E. P. madre Madurga.