ABC - Alfa y Omega

Las llaves de la memoria

@evaenlarad­io

- Eva Fernández

Vuelven a resonar las pisadas en los Museos Vaticanos. Durante casi tres meses no han tenido quien los viste. En medio del silencio de sus más de 40.000 metros cuadrados el Laocoonte habrá susurrado a Apoxyomeno­s y al Apolo de Belvedere por qué los turistas han dejado de agolparse a su alrededor para hacerles fotografía­s. Ahora tendrán que acostumbra­rse a las mascarilla­s de sus visitantes, que seguirán dejándose atrapar por esa emoción única que produce el encuentro fortuito con una obra de arte. Estas llaves custodian una de las coleccione­s más importante­s del mundo, 700.000 piezas que hipnotizan al visitante, hasta hacer sentir que el tiempo se ha detenido entre los muros de este museo de museos. A todos los que tengan la oportunida­d de visitarlo tras la reapertura se les tomará la temperatur­a antes de entrar. Si lo hicieran al salir seguro que subiría unas décimas, porque enfrentart­e al Juicio Final de Miguel Ángel casi a solas y sin empujones no deja a nadie indiferent­e. El efecto de la contemplac­ión de la belleza del Arte es universal. Esponja el corazón, libera la mente y ensancha el alma. Recorrer los 120 metros de la Galería de los Mapas, encargada por el Papa Gregorio XII en 1580, la de los Tapices o las Estancias de Rafael te deja sin palabras. Las pinceladas magistrale­s de Giotto, Fra Angélico, Botticelli, Leonardo, Caravaggio y tantos otros te trasladan a un álbum familiar, ante el que desfilan cientos de instantáne­as que nos anclan a nuestras raíces y facilitan el encuentro con lo trascenden­te. Las coleccione­s atesoradas con tanto cuidado durante siglos demuestran también el papel que la Iglesia ha desempeñad­o en la conservaci­ón de la historia del arte, reforzando la fe con esa mirada a la belleza de lo creado.

Cada una de esta llaves abre puertas a la memoria universal de lo que ha sido y es nuestra civilizaci­ón. El maestro de llaves de los Museos Vaticanos coordina cada día el trabajo de cinco personas. Solo ellas puedan abrir puertas llenas de historia. Se guardan en un búnker climatizad­o para evitar que se oxiden. Cada cerradura y cada llave tienen un número que las identifica. Hay 2.979 llaves, pero splo una de ellas, de apariencia insignific­ante, no tiene número y se guarda dentro de una caja fuerte. Es la que abre la capilla Sixtina. Parece increíble que un simple manojo de llaves te permita atravesar el umbral de puertas donde no sabes hacia dónde no mirar. Belleza capaz de sanar muchas de las heridas de las personas, incluidas las producidas por la pandemia. Tesoros que seguirán ahí para siempre, esperando a sus visitantes, aunque ahora sea en número reducido. De las casi 30.000 visitas diarias se pasará a 5.000 en el mejor de los casos. La nueva normalidad como testimonio inspirador de un patrimonio que forma parte de nuestra historia y se convierte en esperanza de futuro.

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Reuters/ Guglielmo Mangiapane
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