4.000 mascarillas y aún no han parado
Tras el ora, al que también se dedican sobre todo las clarisas, llega el labora, que en el caso de las religiosas del convento de la Anunciación –situado en el madrileño barrio de Carabanchel– se centra en trabajos de papelería para una importante entidad financiera. «Nos mandan cajas de documentos que están en las sucursales y nos piden que las clasifiquemos según una serie de criterios. También bordamos conjuntos de bebé por encargo», explica sor Lourdes Barahona. Sin embargo, este segundo modo de subsistencia se vio paralizado en los primeros días del confinamiento, «y entonces decidimos nuestros ejercicios espirituales anuales». «Tuvimos un encuentro fuerte con el Señor», asegura la superiora de la comunidad.
En aquel retiro, las nueve monjas rezaron, como siempre, por todos los que se acogen a sus oraciones y, en esta ocasión, de forma especial, «por todos los afectados por la pandemia», incluido «el hermano de 28 años del señor que un día tocó en nuestro telefonillo para insultarnos a nosotras y a Dios, y para echarnos la culpa de su muerte». Por él y por el resto de fallecidos por coronavirus, Lourdes y las otras hermanas también han ofrecido la Eucaristía, a la que han «podido asistir prácticamente a diario gracias al vicario de la Vicaría VI y a unos frailes que han venido».
Tras los ejercicios, las clarisas de la Anunciación añadieron a la oración el trabajo material contra el coronavirus. Un día se pusieron a hacer mascarillas y, casi 4.000 unidades después, todavía no han parado. «En la primera tanda hicimos 1.100 mascarillas para un señor que nos trajo una tela», asegura Barahona. Posteriormente, las religiosas compraron cerca de 2.500 telas ya cortadas y pidieron ayuda a través de Facebook para conseguir las gomas. «Solo le preguntábamos a la gente dónde podíamos comprarlas, pero lo que sucedió es que nos empezaron a llegar miles de gomas donadas por quienes habían leído ese mensaje», asegura.
Con mucho material todavía disponible en su almacén, y ante la obligatoriedad de llevar mascarilla, las religiosas siguen fabricando estos protectores. «Una vez que acabamos varias, se las hacemos llegar a la señora que nos encarga los vestiditos de bebé y las reparte entre las personas necesitadas o en Cáritas», explica Barahona.
Ellas se sitúan a la cola y solo se quedarán las últimas mascarillas que hagan, ante la perspectiva de que la pandemia se siga manteniendo en el tiempo. «Hasta ahora, hemos tenido suerte. La mitad de las hermanas son población de riesgo y hemos estado en contacto con personas infectadas. De forma milagrosa, ninguna nos hemos contagiado», asegura la superiora, que se despide de Alfa y Omega animando a los fieles a participar en la Jornada Pro Orantibus para rezar por las religiosas: «Existen todavía muchos prejuicios contra nuestra forma de vida y mucho desconocimiento. Es una vocación, pero como en todas las vidas hay días buenos y días malos, y necesitamos vuestra oración».