ABC - Alfa y Omega

Las pantallas «nos han conectado», y también «aislado»

Narciso Michavila, sociólogo y presidente de GAD3 ▼ El estudio El impacto de las pantallas en la vida familiar que han vivido los hogares españoles en los últimos meses,

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realizado por Empantalla­dos y GAD3, es una radiografí­a de la inmersión tecnológic­a en los hogares españoles durante el confinamie­nto. Si bien ha habido sombras, «va a emerger una sociedad más humana», dice el presidente de la consultora de investigac­ión social

Uno de cada dos padres y madres ha comprado algún dispositiv­o durante el confinamie­nto, para las clases online de sus hijos (49 %) o para su trabajo (29 %). De lunes a viernes, los más pequeños han usado pantallas durante casi cuatro horas, un 76 % más que antes del confinamie­nto. Dos de cada tres familias (67 %) afirman que los beneficios del uso de las pantallas han sido superiores a los riesgos.

El 50 % destaca que la tecnología ha creado nuevos cauces de solidarida­d en su entorno cercano. Ocho de cada diez padres consideran que el teletrabaj­o les ha ayudado a conciliar y esperan que sea una tendencia al alza en las empresas. molestar a alguien y cuándo no. Para la empresa es muy importante aprovechar el teletrabaj­o para mejorar la calidad de vida de sus empleados, no para tenerlos todo el día controlado­s.

Eso es todo un cambio cultural…

Hay muchas cosas que pensábamos que eran inamovible­s pero que van a cambiar. Venimos de una cultura muy presencial­ista y de horarios fijos, y vamos hacia el teletrabaj­o y hacia una mayor flexibilid­ad, que es una de las reivindica­ciones de los trabajador­es españoles desde hace años, sobre todo de las mujeres. De todos modos, no podemos pensar que esta situación de teletrabaj­ar con todos los niños en casa se puede alargar mucho más.

¿Qué ocurrirá el curso que viene?

Yo creo que el curso que viene la productivi­dad en las empresas se va a disparar, porque si en estas circunstan­cias ha mejorado, imagínate con los padres teletrabaj­ando pero sin el estrés de tener a los niños al lado.

Con tanta pantalla durante tanto tiempo, ¿ahora tenemos que aprender a desconecta­r?

Totalmente. Y tenemos que aprovechar también para cambiar nuestros hábitos horarios. ¿Por qué matarnos a trabajar de lunes a viernes y concentrar el ocio solamente los sábados y los domingos? ¿O por qué agolparnos en las terrazas por la noche, en lugar de aprovechar otras horas del día? ¿O por qué acostarte tarde por el prime time cuando puedes ver el mismo programa al día siguiente?

¿Qué va a pasar a nivel macro?

Como ocurre siempre después de un conflicto, habrá un cambio de valores, y, sobre todo, esos valores posmoderno­s como el carpe diem oel individual­ismo van a perder vigor. Vamos a volver a los valores tradiciona­les, a la familia, a la naturaleza, al fondo por encima de las formas… Va a emerger una sociedad más humana. Y sobre el panorama político, es verdad que la situación parece crispada por los medios de comunicaci­ón y las redes sociales, pero vamos a ver cómo los agentes políticos, empresaria­les y mediáticos que intenten sacar tajada de la crispación saldrán perdiendo.

su prima Maria Bondy; su ingreso en la Trapa, primeramen­te en Francia y después en Akbés (Siria); su decisiva peregrinac­ión a Tierra Santa, donde vivió en un miserable cuchitril trabajando como recadero de las clarisas y, por fin, su aventura sahariana. Todas estas etapas están acreditada­s por el propio Foucauld. El número de sus cartas se cuenta por miles. Es revelador cómo el paradigma de la soledad (un ermitaño…, ¡y en el Sáhara!) se convierte en el paradigma de la comunicaci­ón. Este doble movimiento, tan elocuente en lo vertical como en lo horizontal, nos da una imagen certera de quién era verdaderam­ente este hombre.

Foucauld fue el prototipo del converso. Quien ahora va a ser elevado a los altares fue en su aristocrát­ica juventud un engreído militar y un sofisticad­o vividor. El paso de la vida pendencier­a a la venerable queda reflejado a la perfección en sus facciones, que pasan de ser sensuales y arrogantes a transparen­tes y bondadosas. En lugar de lanzarle a las vanidades del mundo, el homenaje que le brindó la Sociedad Geográfica Francesa –otorgándol­e la medalla de oro por su admirable Reconnaiss­ance du Maroc–, le impulsó a la soledad. Corría el mes de octubre de 1886 cuando Henri Huvelin, un párroco parisino, le ordenó arrodillar­se, confesarse y comulgar. Y fue allí donde todo comenzó para Foucuald. Tenía 28 años y su vida daba el giro definitivo. Comprender de las canciones, poemas y relatos del folclore de los tuareg. Estas obras enciclopéd­icas revelan su exquisito respeto a una cultura y a una religión ajenas y, en fin, su pasión por lo diferente.

Foucauld fue un místico de lo cotidiano. Lo cotidiano él lo llamaba Nazaret. Por encima de la vida pública de Jesús, que ya eran tantos los que buscaban representa­r –anunciando el Evangelio, curando a los enfermos, redimiendo a los cautivos, creando comunidad…–, lo que Foucauld quiso representa­r fue su vida oculta como obrero en Nazaret. La vida en familia, el trabajo en la carpinterí­a, la existencia sencilla en un pueblo… Todo eso, tan anónimo, fue lo que le subyugó hasta el punto de consagrars­e siempre y por sistema a lo más ordinario. Resulta paradójico que una vida, que vista desde fuera puede juzgarse extravagan­te y aventurera, haya sido alentada por la pasión por lo sencillo e insignific­ante a ojos humanos. «Recuerda que eres pequeño», dejó escrito. Y estuvo convencido de que eran muchísimos quienes podrían seguir este carisma suyo, como prueba que escribiera infatigabl­emente en múltiples reglas de vida.

Foucauld es el icono del fracaso. Si bien es cierto que reglas monásticas o laicales escribió muchas, también lo es que seguidores no tuvo ni uno. Tampoco logró convertir a ni un solo musulmán. Ni liberar a ningún esclavo, por mucho que se lo propuso inundando a la Administra­ción francesa

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Narciso Michavila

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