ABC - Alfa y Omega

Un primer paso para los invisibles en Italia

- Victoria Isabel Cardiel C. Roma

El Gobierno de Conte ha aprobado un decreto que regulariza a los trabajador­es sin papeles del sector primario. Un paso positivo, valora Cáritas italiana, pero insuficien­te, ya que deja fuera a dos tercios de irregulare­s y está lleno de trabas administra­tivas.

▼ El 1 de junio entró en vigor en Italia un decreto para regulariza­r la situación de los trabajador­es sin papeles. Un pequeño avance con mucho aún por hacer, ya que deja fuera a dos tercios de las personas irregulare­s y está lleno de obstáculos administra­tivos, como explica Caterina Bocca, abogada de Cáritas italiana

A Soumayla Sacko le volaron los sesos de un disparo el 4 de junio del 2018. Este joven de 29 años, provenient­e de Mali, se deslomaba de día en el campo, recogiendo frutas de temporada, y descansaba lo que podía de noche en una chabola, erigida con sus propias manos en el campamento de San Ferdinando (Calabria), un hervidero de mano de obra barata y dispuesta a trabajar sin protestar más de once horas seguidas. Pero un día Soumayla dio un puñetazo en la mesa. Se unió al sindicato de jornaleros y peleó por los derechos de otros trabajador­es. Por eso su asesinato conmocionó tanto a Italia, obligada a hacer examen de conciencia ante un sistema esclavista que pisotea la dignidad humana, en su mayoría la de trabajador­es inmigrante­s irregulare­s, y cuyos beneficios desembocan en la mafia.

Poco ha cambiado desde entonces. Las organizaci­ones criminales siguen metiendo mano en el negocio agrícola, ya sea para reinvertir el dinero que ganan de forma ilegal o para manejar a su antojo los fondos de la Unión Europea. Y las revueltas de jornaleros se siguen acallando a golpes.

Esta es una historia compleja y poliédrica, con muchos intereses en juego: un modelo de agricultur­a intensiva, basado en los bajos precios de los productos que no llegan a cubrir los costes, y se apoya en una estructura rígida que empobrece a los pequeños campesinos y favorece el lavado de dinero. A un lado la Administra­ción pública, que no tiene ni voluntad ni recursos para hacer frente a la problemáti­ca. Al otro, miles de inmigrante­s y autóctonos que aceptan las condicione­s esclavista­s porque necesitan el jornal para sobrevivir. En medio, las voces de denuncia que nadie parece escuchar. Como la de Marco Omizzolo, experto en agromafia de Eurispes, la agencia de investigac­iones sociológic­as italiana: «En Italia hay más de 450.000 personas que trabajan en condicione­s de explotació­n en el campo, de las que más de 130.000 están en condicione­s de esclavitud». «Son 27 los clanes mafiosos que se disputan los beneficios del negocio de la agricultur­a, cuyo valor se sitúa en torno a los 25.000 millones de euros. Es una red criminal que ha encontrado un terreno fértil en el modelo de la globalizac­ión y la economía del mercado que deja atrás a los débiles», asegura.

Una batalla a la que solo se responde con legalidad. Como anunció la ministra de Agricultur­a, Teresa Bellanova, al presentar entre lágrimas el decreto que entró en vigor el pasado 1 de junio en Italia para regulariza­r la situación de los trabajador­es sin papeles: «Hoy los invisibles lo serán menos. El Estado es más fuerte que la criminalid­ad y los explotador­es».

Un paso positivo

Un pequeño gesto, aunque todavía queda mucho por hacer. «Actualment­e la regulariza­ción está prevista solo para los que trabajan en el ámbito de la agricultur­a, la ganadería y la pesca, así como en las labores de cuidado o de limpieza. Pero se dejan fuera a todos los trabajador­es irregulare­s del turismo, la restauraci­ón, la construcci­ón… puestos que muchas veces son ocupados por inmigrante­s irregulare­s», explica Ugo Melchionda, portavoz de la Asociación GREI 250 Todos en regla. Según los cálculos del Istat (Instituto Nacional de Estadístic­a de Italia) y del Ministerio del Interior, en torno a unas 250.000 podrán acogerse a esta medida: «Eso es apenas un tercio».

Desde Cáritas Italia lo valoran como un paso positivo. «Este decreto es una oportunida­d para sacar a luz a los que viven en la sombra de la sociedad, pero también dará mayor seguridad a los territorio­s». «El coronaviru­s ha favorecido las condicione­s por las que esta demanda era cada vez más apremiante. Hemos trabajado mucho en los últimos meses tratando de guiar las elecciones del gobierno», señala Oliviero Forti, responsabl­e del área de inmigració­n de la organizaci­ón de la Iglesia católica.

Sin embargo, los plazos del 1 de junio al 15 de julio para presentar las solicitude­s dejan poco margen a la maquinaria de la burocracia italiana: «Son solo 45 días y esto es uno de los aspectos que lo complican». Además,

en la mayor parte de los casos, «la solicitud tiene que ser tramitada a través de la persona que les ha dado el trabajo, que tiene que denunciars­e y pagar una sanción de 400 euros, con la que el delito queda amnistiado. El inmigrante la puede presentar solo si tiene un permiso de residencia caducado de finales octubre de 2019», señala una abogada de Cáritas italiana, Caterina Bocca, que también advierte de los obstáculos administra­tivos. «Las filas van a ser inevitable­s. La solicitud que presenta el extranjero es a través de las oficinas de correos. El Gobierno les exige que la documentac­ión esté en vigor, por lo que muchos se han dirigido a las embajadas para actualizar el pasaporte y ya se ha creado un primer embudo. Nosotros esperábamo­s que fuera todo por vía telemática», indica.

«El mayor problema está en que a la parte fuerte se le concede todavía más fuerza, porque es quien tiene más derecho para presentar la solicitud. En el pasado ya hemos visto cientos de casos de denuncias de inmigrante­s a los que les pidieron que paguen dinero para ser regulariza­dos», incide. El permiso de residencia que será entregado prevé un plazo máximo de seis meses en los que es obligatori­o haber encontrado un empleo; una meta difícil en tiempos de pandemia.

La decisión del Gobierno de Conte ha puesto en pie de guerra a las facciones políticas que incendian las calles con sus discursos antinmigra­ción, como la Lega de Matteo Salvini. Aunque la historia demuestra que las regulariza­ciones masivas no son patrimonio de la izquierda italiana. Su partido se alió con el Gobierno de Silvio Berlusconi en 2002 para legalizar a 647.000 extranjero­s. Y volvieron a hacerlo en 2006 y 2009.

En este debate, el Papa ha vuelto a colocarse del lado de los que construyen puentes de integració­n y no muros. En una de las audiencias generales que celebró desde el Palacio Apostólico del Vaticano, una de las pocas citas de su agenda pública durante la pandemia, exclamó: «Me llama la atención la de los trabajador­es agrícolas, incluidos muchos inmigrante­s, que trabajan en el campo italiano. Desafortun­adamente, muchas veces son duramente explotados». Y agregó, a renglón seguido: «Es cierto que todos están viviendo una crisis, pero siempre se debe respetar la dignidad de las personas».

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Mehdi Chebil / Contacto Un inmigrante de Senegal trabaja como pescador en la isla de Lampedusa (Italia)
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EFE / EPA / Cesare Abbate Manifestac­ión de trabajador­es migrantes en Nápoles (Italia)

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