ABC - Alfa y Omega

La fatiga y la dicha de vivir juntos

- José Luis Restán

Uno de los riesgos que afrontamos como sociedad es la cristaliza­ción de la enemistad de fondo, la consolidac­ión de una mirada llena de sospecha, cuando no de rencor, hacia quienes pertenecen a una tradición cultural diferente o propugnan en la plaza pública valores que no concuerdan con los nuestros. Una de las figuras que más han pensado sobre los desafíos que la sociedad plural y seculariza­da plantea a los cristianos, el cardenal Scola, está reclamando con insistenci­a reconocer «el valor práctico de vivir juntos». Como explica con gran realismo, nos guste más o menos, tenemos que vivir juntos, y el descubrimi­ento es que esto no es un fastidio, sino una posibilida­d de crecer, también en nuestra fe.

Para reconocer ese valor es necesaria la disponibil­idad para escuchar al otro y para narrarnos a nosotros. Esto solo es posible si partimos de la certeza de que cada persona encarna un bien que va más allá de sus opiniones y acciones, de la simpatía o antipatía que nos provoque. Los cristianos deberíamos estar pertrechad­os para esta aventura, más aún, es un camino ineludible, como señalan los últimos Papas. San Juan Pablo II afirmó que «el hombre es el camino de la Iglesia». Benedicto XVI subrayó que para el creyente la fe no es una posesión sino un desafío, mientras que el agnóstico no puede eliminar la pregunta sobre el significad­o, de modo que existe siempre un punto de encuentro posible. Eso es lo que permite a Francisco invitar al agnóstico Scalfari a «recorrer juntos un tramo del camino».

Esa experienci­a de escucha y narración recíprocas la han vivido muchos católicos con sus compañeros no creyentes durante las semanas de la pandemia en campos como la sanidad, el voluntaria­do, e incluso en algunos debates públicos. No hablamos de un desiderátu­m, sino de algo perfectame­nte posible. Hay una interesant­e conexión entre el testimonio, que es la forma esencial de la misión cristiana, y el camino de la amistad cívica.

La propuesta transparen­te de todas las implicacio­nes sociales, culturales y políticas de la fe es un servicio que debemos al mundo, pero no podemos tener la pretensión de que sea generalmen­te aceptada. También es verdad que al cristiano se le puede plantear en cualquier momento la posibilida­d del martirio, cruento o no. Pero incluso en esa tesitura, que nunca podemos descartar, el verdadero testimonio cristiano tiende a tejer con realismo y visión de futuro la unidad.

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