De «cristiano de garrafón» a diácono permanente
«¡Si yo era un cristiano de garrafón de toda la vida, de los de Bodas, Bautizos y Comuniones!». Alberto López, de 43 años, casado con Beatriz y padre de Paula del Carmen de 9 años, y Cruz Alejandro, de 7, recibirá en vísperas del Corpus Christi la ordenación diaconal de manos del cardenal Osoro en la madrileña colegiata de San Isidro.
Junto a él serán ordenados Ángel Travesí, José Luis Gallego y Antonio
López. Llegan con mucha ilusión y agradecimiento, aunque también con vértigo y con sensación de inmerecimiento. Recuerda que «Dios no elige a los capaces, hace capaces a los que elige» y se apoyan «en la confianza en Él –explica José Luis– y en la oración en el Espíritu de los que nos rodean».
La vocación de Alberto se fraguó en el taxi, al que se dedica profesionalmente. Si en esta crisis se concretará el deseo que Dios le puso en el corazón para servir, la de 2009 le hizo acercarse a una Iglesia que él veía de refilón. «Un viernes que libraba, desesperado, me acerqué a la iglesia». Sintió paz y comenzó a ir a Misa, «al principio como quien va al cine, porque no rezaba ni nada, pero me daba consuelo». En los tiempos muertos en el taxi escuchaba Radio María, leía la Biblia… Empezó a sentirse hijo de Dios, a hablar con el cura de su parroquia, y emprendió un camino que culminará el sábado con su ordenación.
La ceremonia contará también con las esposas y los hijos de los futuros diáconos. Porque el diaconado permanente es «una vocación específica familiar», señala el vicario Javier Cuevas, encargado de parte de la formación. Ellas tienen que aprobar el servicio que sus maridos van a prestar «a la Iglesia, a la Palabra de Dios y a la caridad».
En la diócesis de Madrid hay 38 diáconos permanentes y más de una veintena en formación, que se compone de un año de propedéutico-discernimiento, tres de Ciencias Religiosas en San Dámaso y uno de práctica pastoral en una parroquia.
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