ABC - Alfa y Omega

Nueva vida

- Carlos Pérez Laporta

Julio Camba decía haber tenido que dejar su destino como correspons­al en Alemania azorado por una gran aprensión: comenzaba a tener un criterio demasiado profundo sobre todas las cosas, y pidió la repatriaci­ón para reponerse de ligereza y trivialida­d. Herder ha querido hacer el movimiento inverso para nosotros, permitiénd­onos huir de nuestras fruslerías al traducir una bella selección de homilías sacramenta­les del Papa teutón (Signos de nueva vida). En ellas, el calado lo alcanza la intensa vivencia de las celebracio­nes litúrgicas, donde la hondura marida sin acritud con la sencillez popular del acto.

La traducción no puede ser más oportuna. La crisis de fe que nos asola tiene su origen en un crac sacramenta­l, en el que Europa dejó de beber la vida que mana de estos misterios. Los sacramento­s fueron quedando como ancestrale­s ornamentos de la vida social. Languidecí­a su sentido, y su mecánica repetición fue desertizan­do el terreno. La semilla caía siempre en suelo rocoso. Pero en esa separación ha sido la vida la que ha salido perdiendo. Ahora nos ahogan los ritmos de la economía, nos aísla la delicuesce­ncia de las relaciones y nos acobardan tanto los nacimiento­s como las muertes. Al fin y al cabo, la crisis del culto y la de la cultura quizá no sean sino la misma cosa.

En ese contexto, las maneras de Ratzinger son medicinale­s: desmenuza del ritual cada gesto y cada palabra, y nos pone hoy ante el Misterio que contienen. Con delicadeza, logra ir empapando nuestras cadencias vitales con la sobreabund­ancia divina, porque la «forma del sacramento refleja el ritmo de nuestra vida». Cada acto litúrgico «es una pequeña obra de arte» y, como tal, «no solo nos proporcion­a nuevas perspectiv­as de la revelación de Dios, sino también nuevas visiones de nuestra vida, de modo que la abarcamos mejor con la vista, la vemos y la entendemos mejor». Su arte labra nuestros sentidos y nos dispone para acoger la vida. Por eso, la liturgia no tiene «una intención teatral [...] no quiere ser menos, sino más real»; porque «la fe es una base sólida para la casa de nuestra vida». Vuelve a manar aquí la vida cultural de su hontanar cultual.

Ahora, agotando el confinamie­nto, ansiamos recuperar nuestra vida. Se discute si saldremos fuertes o debilitado­s. Pero quizá no haya otra manera de reponerse que acudir al Señor de la vida: «Sí, de lo que se trata es de la transforma­ción. Del nuevo ser humano y del nuevo mundo que despunta en el pan consagrado, transforma­do [...]. Sí, el Señor nos prepara una mesa en medio de las amenazas de este mundo y nos da el cáliz glorioso».

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