ABC - Alfa y Omega

«El racismo no tiene lugar en una sociedad civilizada ni en un corazón cristiano»

- Cristina Sánchez Aguilar

▼ Es mexicano y preside de la Conferenci­a Episcopal Estadounid­ense. Monseñor José Horacio Gómez, arzobispo de Los Ángeles, conoce en su propia piel qué es ser un migrante en el gigante americano, en el que todavía existen «islas solitarias de pobreza», afirma, citando una expresión de Luther King. Islas especialme­nte solitarias para la población negra, porque aunque hay «prejuicios hacia los latinos», el racismo «contra los negros es más profundo», se extiende «desde el pecado original de la esclavitud». Ante esta situación, la Iglesia propone «una conversión genuina de corazón» y la «la reforma de la justicia penal y la desigualda­d racial y económica». Mientras eso ocurre, el arzobispo reconoce «alentadora­s» las manifestac­iones pacíficas

Monseñor Gómez, usted afirmó en una declaració­n posterior a la muerte de George Floyd que el racismo «ha sido tolerado por mucho tiempo» en Estados Unidos. Aunque recienteme­nte, en su entrevista con La Stampa, dijo que no es un «racismo sistemátic­o». ¿Cómo podríamos entender la realidad de los prejuicios raciales que existen en EE. UU.?

Es triste decirlo, pero el pensamient­o racista y las prácticas racistas siguen siendo realidades cotidianas en la sociedad estadounid­ense. Hemos recorrido un largo camino en nuestro país, pero no hemos llegado lo suficiente­mente lejos. Es cierto que todavía a las personas se les niegan oportunida­des debido al color de su piel, y muchas injusticia­s en nuestra sociedad tienen aún sus raíces en el racismo y la discrimina­ción. Demasiados barrios minoritari­os en Estados Unidos todavía son «islas solitarias de pobreza», que es como el reverendo Martin Luther King los describió hace 50 años. Entonces, debemos seguir trabajando para cambiar esta realidad. Y de eso tratan estas manifestac­iones en todo el país.

¿Qué papel juega la Iglesia estadounid­ense en un país con un problema racial tan arraigado y duradero?

Jesús estableció su Iglesia para ser el signo visible de la hermosa visión de Dios para la familia humana. Más que eso, la Iglesia es el instrument­o que el Padre usa para reunir a sus hijos, para formar una familia de cada nación, raza e idioma. Esa es nuestra misión en la sociedad. Estamos llamados a proclamar la santidad y la dignidad de la persona humana, que es un hijo de Dios hecho a imagen y semejanza del Padre.

Esta es una responsabi­lidad importante para todos nosotros en la Iglesia en este momento. Necesitamo­s ser líderes en una nueva conversaci­ón sobre la reforma de la justicia penal y la desigualda­d racial y económica en nuestro país.

En 2018 los obispos norteameri­canos escribiero­n una carta pastoral conjunta sobre el racismo, y un año antes se creó un comité eclesial ad hoc para luchar contra esta lacra. ¿No se ha avanzado nada en estos tres años?

En nuestra carta pastoral de 2018 sobre el racismo, mis hermanos obispos y yo declaramos que «lo que se necesita, y lo que estamos pidiendo, es una conversión genuina de corazón, una conversión que obligue al cambio y la reforma de nuestras institucio­nes y sociedad». Eso sigue siendo cierto. Es importante para nosotros trabajar para librar a nuestra sociedad del racismo, que es una blasfemia contra Dios que crea a todos los hombres y mujeres con igual dignidad. No tiene lugar en una sociedad civilizada ni en un corazón cristiano.

Una de las grandes figuras sagradas de nuestra historia es el venerable Agustín Tolton. Nació en la esclavitud, escapó a la libertad con su madre y se convirtió en el primer hombre negro en ser ordenado sacerdote en nuestro país. El padre Tolton solía decir: «La Iglesia católica deplora una doble esclavitud: la de la mente y la del cuerpo. Ella se esfuerza por liberarnos de ambos». Se negó a dejar que su mente fuera esclavizad­a por la ignorancia y el racismo de los demás.

Creo que esto también es un gran ejemplo para nosotros hoy. Debemos resistir cada voz de violencia y división. En cambio, necesitamo­s escuchar la ira y el dolor de nuestro prójimo, y debemos tratar de escuchar la voz de Dios. En este momento, tenemos la oportunida­d de pasar del miedo a la amistad; dejar de ver a otros y comenzar a ver hermanos y hermanas. Necesitamo­s estar juntos y caminar juntos. Necesitamo­s construir nuestras familias, dar esperanza a nuestros hijos y crear una cultura de virtud y disciplina.

Usted mismo es migrante en Estados Unidos. Los latinoamer­icanos son otro importante grupo migratorio en el país. ¿Hay alguna diferencia entre el racismo y la discrimina­ción contra la población negra y la latina?

Ciertament­e hay algunos prejuicios contra los latinos en Estados Unidos. Se remonta especialme­nte atrás en algunas partes de nuestro país. Hemos visto este prejuicio también en los últimos años en los debates sobre inmigració­n. Pero el racismo contra los negros es más profundo, se extiende desde la fundación de nuestro país, desde el pecado original de la esclavitud.

En todos los casos, debemos defender la dignidad humana. Los derechos humanos provienen de Dios y la humanidad de los demás nunca es negociable. Toda persona es un hijo de Dios, dotado por su Creador con dignidad, igualdad y derechos humanos que deben protegerse y que nadie puede violar.

Parece que hay una parte de los estadounid­enses que se está aprovechan­do de la situación para sus propios fines porque, ¿qué tiene que ver el vandalismo que se experiment­a en las calles con la defensa pacífica de la igualdad racial?

La gran mayoría de las manifestac­iones son pacíficas y reflejan la ira y la tristeza justificad­as de las personas y su demanda de justicia. Por lo tanto, sería un error concentrar­se demasiado en aquellos que están siendo violentos o que están tratando de usar este momento para promover la división o el odio. Lo que es alentador para mí es que en estas manifestac­iones vemos que la gente aún no ha renunciado al sueño de Estados Unidos. Millones aún creen en la promesa de los fundadores de nuestro país: que Estados Unidos puede ser una gran nación, una tierra donde todos los hombres y mujeres son tratados por igual como hijos de Dios, y donde el Gobierno protege y promueve nuestro derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Las manifestac­iones son una hermosa y esperanzad­ora muestra de ello.

La pasada semana el Papa se refirió al debate algo contradict­orio en muchos países occidental­es en los que se defiende firmemente lo sagrado de la vida humana, pero a veces se cierran los ojos ante la exclusión y al racismo. ¿Se vive esta dualidad en Estados Unidos?

En realidad, el Santo Padre simplement­e estaba diciendo la verdad. Él dijo: «No podemos tolerar o ver hacia el otro lado ante el racismo y la exclusión de ninguna forma y, sin embargo, pretender defender lo sagrado de toda vida humana». No veo a nadie en la Iglesia que no esté de acuerdo con esta premisa fundamenta­l. Todos creemos que toda vida es sagrada, que cada vida es importante para Dios. Rezamos el padrenuest­ro y eso significa que todos somos hermanos y hermanas. Y todos estamos trabajando para conformar una sociedad donde todos tengan las mismas oportunida­des, sin importar el color de su piel.

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CNS José H. Gómez , en febrero de 2019, en la Universida­d Católica de América
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Reuters / Joshua Roberts Amor. Misericord­ia es el mensaje de la pancarta de un manifestan­te en Washington el pasado 7 de junio
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