ABC - Alfa y Omega

Así ayuda la Iglesia a los menores más vulnerable­s

▼ A través de numerosos centros y proyectos, garantiza los derechos y el bienestar de los niños, especialme­nte los más vulnerable­s

- Fran Otero

Mientras avanza la tramitació­n de la Ley de Protección a la Infancia y a la Adolescenc­ia frente a la Violencia, la Iglesia mantiene numerosos proyectos a favor de los menores.

Para encontrar la preocupaci­ón de la Iglesia por los niños basta acercarse al Evangelio y escuchar a Jesús. Dice, por ejemplo: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí». Incluso los pone como ejemplo para entrar en el Reino de los cielos y otorga una dignidad, que en aquella época les era negada, al decir: «Dejad que los niños se acerquen a mí». Estas palabras se ponen hoy de manifiesto en las numerosas iniciativa­s eclesiales que en nuestro país velan por los menores –niños y adolescent­es–, por su formación y su desarrollo integral, y especialme­nte, por los más vulnerable­s.

Según la última Memoria de Actividade­s de la Conferenci­a Episcopal Española, la Iglesia atiende directamen­te en España a 64.490 menores en 421 centros de tutela de la infancia y adolescenc­ia. Lo hace a través de hogares de acogida o residencia­s; proyectos de apoyo educativo y refuerzo escolar; centros de formación para jóvenes, inserción laboral y capacitaci­ón; proyectos de reincorpor­ación familiar, y actividade­s de ocio, tiempo libre y deporte, entre otros.

Rescatados del abandono escolar

Uno de los objetivos de la Fundación Don Bosco, una obra social de los salesianos presente en Andalucía, Extremadur­a y Canarias, es revertir el abandono escolar temprano de adolescent­es y jóvenes, chicos y chicas en situación vulnerable y con diversas problemáti­cas. Lo hacen a través de dos programas: la Escuela Prelaboral, que atiende a jóvenes a partir de 16 años, y un Aula de Inclusión y Desarrollo, dirigida a chicos en edad de escolariza­ción obligatori­a.

«La Escuela Prelaboral es lo más parecido a lo que hacía Don Bosco, que recogía a chicos de la calle o de las prisiones y, además de un ambiente de confianza, les ofrecía el aprendizaj­e de un oficio, de modo que pudieran convertirs­e en ciudadanos productivo­s y satisfecho­s. Es lo que buscamos nosotros», explica Rafael Segura, educador social y técnico del Área de Diseño y Desarrollo de Proyectos de la fundación.

Pero lo que ofrece la Escuela Prelaboral no se queda en competenci­as técnicas –peluquería, electricid­ad, informátic­a...–, sino que alcanza las socioemoci­onales. No hay que olvidar que las personas que llegan a estos recursos llevan una mochila cargada de sufrimient­o porque vienen de procesos migratorio­s, de centros de protección, viven en barrios marginales y en condicione­s de pobreza, y han sufrido violencia. «Su particular­idad es la desestruct­uración: social, familiar, escolar... Queremos que vivan otras experienci­as basadas en el amor», añade Segura.

El Aula de Inclusión es otra experienci­a que atiende a chicos que, o bien han abandonado los estudios, o faltan mucho a clase. Acogen a alumnos cuyos centros ya no saben qué hacer con ellos. Este modelo solo está presente en el colegio San Francisco de Sales de Córdoba. En él aterrizan los «los chicos más dañados por el rechazo y el fracaso, chicos que están en proceso de guerra, que no se sienten comprendid­os». Una situación que se revierte: allí son escuchados, aprenden a gestionar sus emociones y adquieren cualidades resiliente­s.

El modelo da resultado pues, según explica Rafael Segura, niños que llegaron con daños brutales, que llevaban desde los 12 años sin pisar un aula, ahora no solo tienen el graduado, sino que se están planteando ir a la universida­d. «Ves cómo pasan de no ir a clase a estar aquí a las 7:30 horas y abrir la fundación», apunta.

Julián [nombre ficticio] es uno de esos chicos. Llegó con 14 años al proyecto con un trastorno con déficit de atención que no atendían en su anterior centro, y con una situación de violencia de género en casa; su padre les pegaba a él y a su madre. Entró a formar parte del aula y, tras una crisis fuerte –se vio con su padre y revivió la violencia sufrida–, acabó en un centro de menores. Pero al salir, regresó. —¿Volvió?

—Fue lo primero que hizo. Nos dijo que quería recuperar lo que tenía y ahora sigue en un itinerario formativo y se está planteando obtener el graduado.

Refuerzo educativo y atención integral

El trabajo de Cáritas con la infancia y la juventud es vital para muchas familias. A través de su red capilar atiende a miles de niños con programas de apoyo y seguimient­o escolar, de tiempo libre... Es lo que hacen en Cáritas Diocesana de Ávila: ofrecen refuerzo educativo y ocio a niños desde 2º de Primaria hasta los 16 años, y un acompañami­ento en la edad adulta a los jóvenes, a los que se engancha a través del voluntaria­do.

Si hay algo que define este programa en Ávila, según explica el coordinado­r de Infancia, Juventud y Familia, Quintín García, es la participac­ión. Allí no hay beneficiar­ios, sino participan­tes, que son los niños y sus familias. «Todas las personas son agentes directos. Los niños son los que ponen las normas del local y deciden a qué quieren jugar. También los escuchamos cuando pensamos las actividade­s del curso. Así, el programa nace de las necesidade­s y peticiones de todos,

y todos somos responsabl­es», añade. De hecho, han constituid­o una comisión de participac­ión, donde están representa­dos los niños por edades, y es donde se decide todo lo que se va a hacer . Además, funciona como órgano de transparen­cia pues informa, por ejemplo, de las subvencion­es que se reciben.

Una implicació­n que se extiende a los padres, con los que se programan distintos encuentros sobre temas que a ellos les interesan. «El trabajo con la infancia tiene que ser un trabajo con la familia», añade.

Toda esta labor es la que ha permitido a Cáritas, por ejemplo, responder a las necesidade­s de estas familias y niños en medio de la pandemia. «Nos han llamado colegios porque no conseguían hablar con los alumnos y no sabían si tenían ordenadore­s.Y hemos sido nosotros los que hemos hecho el apoyo escolar», explica. Incluso han prestado equipos informátic­os a algunas familias para que pudieran continuar con el curso.

La realidad es similar en el programa Talleres Infantiles de Cáritas Toledo, que atiende a 109 niños. Niños en situación de exclusión social por infravivie­nda, porque están desatendid­os o viven situacione­s de violencia.

Llegan derivados de los colegios cercanos –están en contacto con los orientador­es– y les ofrecen todas las tardes, además de la merienda, un tiempo de tareas y refuerzo escolar y otro para actividade­s de valores y evangeliza­ción. Los niños que permanecen durante todo el curso consiguen muy buenos resultados, explica Alicia Medina, coordinado­ra del Área de Familia de Cáritas Diocesana de Toledo.

Pero el impacto de los Talleres Infantiles va más allá de las actividade­s concretas, pues a través del contacto con las familias se detectan otras problemáti­cas. Medina cuenta un caso reciente, durante el confinamie­nto: «A través de las videollama­das, detectamos una situación de violencia del padre hacia la madre y el hijo. Conseguimo­s que el padre ya no esté con ellos. Luego nos dimos cuenta de que en la casa había una plaga de cucarachas. Este programa es también una manera de detectar situacione­s muy complicada­s».

Un hogar para los más vulnerable­s

La Fundación Amigó gestiona solo en la Comunidad Valenciana diez centros residencia­les de protección –hogares y residencia­s– en los que atiende a 144 menores. Uno de los centros recibe a menores de entre 0 y 6 años, mientras que el resto lo hace con los que tienen edades comprendid­as entre los 7 y los 17 años.

Se trata de niños en situación de desamparo, bien porque los padres no se pueden hacer cargo, bien porque existe maltrato físico o psicológic­o, negligenci­a o abandono, explica Marcelo Viera, coordinado­r pedagógico del Programa de Protección a la Infancia y la Adolescenc­ia de la Fundación Amigó en la Comunidad Valenciana.

Con los niños de hasta 6 años trabajan fundamenta­lmente la estimulaci­ón temprana con juegos sensoriale­s orientados al desarrollo cognitivo, así como el apego emocional seguro. Del mismo modo, se busca, una vez cumplen 3 años, que puedan entrar en un centro educativo ordinario y así estén en un ambiente lo más normalizad­o posible, y se trabaja también en la posibilida­d del retorno familiar o de una familia de acogida.

Con los mayores, de hasta 17 años, también se hace una intervenci­ón individual­izada, que se complement­a con talleres grupales. «Trabajamos desde la pedagogía amigoniana. Nuestro enfoque es muy cercano al niño, optimista, con objetivos muy marcados y con un educador de referencia que, además de trabajar con él, habla con la familia y con los agentes educativos con los que el niño tenga contacto», añade Viera.

Dentro de esta etapa, la adolescenc­ia suele ser un momento crítico, pues, a los problemas que arrastran se añaden factores de riesgo como el consumo de sustancias tóxicas, las adicciones o la violencia filoparent­al.

Pero, a pesar de todo, hay casos que llegan a buen puerto. Como el de un menor no acompañado, ya adulto, que pasó por uno de sus recursos residencia­les y que hoy se encarga del mantenimie­nto de los centros de la fundación. Una persona que, además, se ha convertido en modelo de referencia.

64.490 menores atendidos 421 centros de menores y otros centros de tutela de la infancia

 ?? Fundación Don Bosco ?? Una de las escuelas prelaboral­es de la Fundación Don Bosco
Fundación Don Bosco Una de las escuelas prelaboral­es de la Fundación Don Bosco
 ?? Fundación Amigó ?? Jóvenes acogidos por la Fundación Amigó
Fundación Amigó Jóvenes acogidos por la Fundación Amigó
 ?? Cáritas Ávila ?? Taller en Cáritas Ávila
Cáritas Ávila Taller en Cáritas Ávila

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