Una pastoral que sigue creciendo
El padre Javier Sánchez, capellán de la cárcel de Navalcarnero, reconoce que ha llevado muy mal el no poder ir durante todo este tiempo a ver a los presos: «Hay personas con muchos problemas; la escucha y que vean que alguien se preocupa por ellos es muy importante». Por eso, y después de tres meses de ausencia, los internos lo esperaban con ganas: «Si habitualmente quieren hablar, imagínate ahora».
El reencuentro ha sido «apasionante», con una única pega: la falta del abrazo. «En la cárcel, el lenguaje del abrazo es especial, es el momento de sentirte importante, de que no eres uno más». Un abrazo que faltó también en el rito de la paz de las Misas, que volvieron a Navalcarnero el pasado sábado. «Celebramos dos, por módulos, en el salón de actos, que es más grande», explica el capellán.
Fue la primera vez que muchos se vieron en meses; de hecho, en condiciones normales ya supone un encuentro ilusionante semanal: «Hay muchos internos que no se ven a diario, y tenemos algún caso de hermanos en distintos módulos que solo coinciden en la Eucaristía. En la cárcel estos momentos son importantes».
En Soto volvieron para el Corpus
Al igual que en Navalcarnero, en el resto de centros penitenciarios de Madrid se va recuperando el culto religioso. En la prisión de Valdemoro también tuvieron su primera Misa posconfinamiento el pasado sábado, y
La pastoral penitenciaria sigue creciendo. Lo hace en el número de fondos destinados por las diócesis y capellanías, y también en los distintos programas que se llevan a cabo tanto dentro como fuera de las cárceles.
En concreto, según detalla la Memoria de la Pastoral Penitenciaria publicada el lunes, el dinero invertido en 2019 superó los 1,7 millones de euros frente a los 1,3 millones del ejercicio anterior. También ha aumentado por segundo año consecutivo el número de internos que participan en las celebraciones eucarísticas, hasta las 7.163 personas frente a las 7.150 de 2018.
«Hay mucha vida en la Pastoral Penitenciaria, aunque no se conozca», afirma Florencio Roselló, director del Departamento de Pastoral Penitenciaria de la CEE. en Soto del Real, la festividad del Corpus Christi se celebró por todo lo alto, ya que ese día se retomaron las Eucaristías. Hubo dos Misas «muy especiales», a las que asistieron 115 internos que «lo estaban deseando», tal y como señala el padre Paulino Alonso, el capellán. «Lo vivieron de una forma más intensa, incluso dentro de la frialdad» del distanciamiento social.
Ahora el sacerdote vuelve a hacer lo que básicamente hace en la cárcel: estar, para cuando necesiten hablar, compañía… «Estar a lo que surja». «Evidentemente sin olvidar la parte religiosa, que es fundamental para nosotros, pero primero es la parte humana. Si no los atendemos, ni los escuchamos, ni hablamos, difícilmente podremos presentar el mensaje de Jesús de Nazaret. Él se preocupaba de la persona».
Que no haya sido un tiempo perdido
Los presos, tal y como se ha encontrado el padre Javier durante este tiempo, se han mostrado más inquietos por su familia que por ellos mismos. A su vez, las familias, explica María Yela, delegada de Pastoral Penitenciaria de la archidiócesis de Madrid, «lo pasan a veces peor que el propio interno», porque no están con él y en la distancia, la sensación de descontrol es mayor.
«En la cárcel hay seres humanos con una sensibilidad exquisita, y muy religiosos», resalta el capellán de Navalcarnero. No se les exculpa, pero se les atiende en la máxima expresión de la obra de misericordia, y se les recuerda, como cuenta María Yela, que «aun estando en la cárcel, hay una libertad íntima que nadie puede quitar». Por eso, los anima: «Ya que están presos, que no sea este un tiempo tirado que les deje peor, sino que les sirva».
Las centros penitenciarios van abriéndose a las visitas del exterior, entre ellas las de los capellanes, que han celebrado las primeras Eucaristías pospandemia con unos presos deseosos de este encuentro no solo con Dios, sino también con el resto de internos