ABC - Alfa y Omega

Eritrea prioriza acabar con la labor social de la Iglesia

- Belén Manrique (Adís Abeba) / María Martínez

La paz con Etiopía y el fin de las sanciones de la ONU en 2018 no han mejorado la situación de los derechos humanos en Eritrea. El régimen de partido único, «comunista y antirrelig­ioso, busca entorpecer el ejercicio de la fe», explica un laico consagrado que tuvo que huir

En Eritrea, aludir en el funeral de un feligrés a su compromiso político puede llevar al sacerdote a acabar en una lista de sospechoso­s de disidencia. Así le ocurrió a un religioso que pide permanecer en el anonimato. «Los funcionari­os y los fieles informan al Gobierno si escuchan referencia­s políticas o críticas en las homilías», cuenta a Alfa y Omega. En 2018 organizó una peregrinac­ión a una parroquia de Etiopía como «acto de hermanamie­nto» después de que ambos países firmaran la paz. Supo que querían meterle en la cárcel por ello, y huyó definitiva­mente al país vecino.

Eritrea es el sexto país en el ranking de persecució­n religiosa de la organizaci­ón Open Doors, y tiene uno de los peores datos de respeto a los derechos humanos del mundo. Desde su independen­cia en 1993 está gobernado por un partido único, de corte marxista y muy represivo. La mejora de la relación con Etiopía, Yibuti y Somalia en 2018 y el levantamie­nto de las sanciones de la ONU no se han reflejado en el interior del país, donde Human Rights Watch denuncia detencione­s arbitraria­s, desaparici­ones y torturas.

Otra práctica duramente criticada es el reclutamie­nto forzoso de jóvenes de ambos sexos para un servicio militar indefinido. «Algunos lo comenzaron durante la guerra con Etiopía (1998-2000) y aún no lo han acabado», explica el religioso. La alternativ­a a este obstáculo a cualquier plan de futuro es la cárcel o huir. Por eso el país se vacía de jóvenes.

«Buscan debilitar la fe»

Por su carácter «comunista y antirrelig­ioso», el régimen «busca de forma sistemátic­a debilitar la fe religiosa y entorpecer» su ejercicio, añade el laico consagrado y diplomado en Derecho Ziyum Fesehae, también refugiado en Etiopía. Era profesor de Ética en Asmara, la capital eritrea, y trabajaba para que su país «sea una democracia». No había recibido amenazas explícitas. «Pero familiares que trabajan en el Gobierno me aconsejaro­n irme si quería seguir dedicándom­e a la política». Ya en 2007 pasó cuatro días en prisión por oponerse a que el Gobierno se quedara con la granja que dirigía, de una institució­n católica.

Acabar con la labor social de la Iglesia es una de sus prioridade­s. Las principale­s religiones (ortodoxia, catolicism­o, luteranism­o e islam sunita) deben registrars­e, pero gozan de libertad de culto y pastoral. No así las iglesias pentecosta­les y otras realidades, que están prohibidas. Pero la fe se considera del «ámbito interno». Y no debe salir de ahí. «En las institucio­nes públicas está prohibido hablar de ella, reunirse a rezar o tener una Biblia», explica este refugiado. Y la

labor social «correspond­e al Gobierno», decreta la Proclamaci­ón 98/1995, que regula la práctica religiosa.

La cuestión se pospuso por el conflicto con Etiopía, pero al ir solucionán­dose el enfrentami­ento, se retomó. «En 2017 se cerraron algunas clínicas católicas porque había otras del Gobierno cerca», narra Fesehae. Hace justo un año se dio un paso más con el cierre de otras 22, en «áreas sin atención sanitaria pública». «Entraron rompiendo las puertas, se llevaron las ambulancia­s y otros recursos», añade su compatriot­a religioso. Los sacerdotes y religiosas que intentaron defender sus propiedade­s pasaron varios días en la cárcel. En septiembre se sumaron centros de Secundaria católicos, ortodoxos y protestant­es. El año que viene será el turno de los de Primaria.

Sin embargo, no es fácil escuchar testimonio­s de la persecució­n. La Iglesia en el país es extremadam­ente prudente, y ni siquiera fuera del país se habla con libertad. «Eritrea tiene espías en distintos países y, si alguien es crítico, sus familiares son perseguido­s», explica el padre Petros Berga, delegado de Pastoral Social de la archidióce­sis católica de Adís Abeba (Etiopía). De hecho, si ocurre con personas que han solicitado asilo en Etiopía el régimen eritreo «intenta que sean devueltos como criminales», sobre todo si aún no han sido reconocido­s como refugiados. Es uno de los motivos por los que Fesehae tiene como meta Italia.

 ?? EU / ECHO / Malini Morzaria ?? Refugiados eritreos atendidos en un campo de refugiados en 2015. Las llegadas no han parado de crecer, especialme­nte desde 2018
EU / ECHO / Malini Morzaria Refugiados eritreos atendidos en un campo de refugiados en 2015. Las llegadas no han parado de crecer, especialme­nte desde 2018
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David Stanley Colegio católico en la catedral de Asmara.

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