ABC - Alfa y Omega

«Los políticos piensan en los ingresos por el turismo médico»

Gestación subrogada en Ucrania ▼

- María Martínez López

El caso del centenar de bebés sin recoger durante la pandemia ha llevado al defensor de los Derechos del Niño a pedir que se cierre la maternidad subrogada para extranjero­s. Pero una experta en bioética de la Universida­d Católica Ucraniana no cree que se logre

Las imágenes de decenas de cunitas en una sala saltó a medios de todo el mundo a mediados de mayo. En ellas estaban un centenar de bebés nacidos en Ucrania por gestación subrogada a través de una única empresa (BioTexCom), que esperaban desde hacía semanas a ser recogidos por quienes los habían encargado. No hay datos de cuántos más se han visto en una situación similar. Mes y medio más tarde, muchos de los protagonis­tas de la foto ya han sido entregados, después de que el Ministerio de Asuntos Exteriores otorgara un permiso especial a los padres comitentes para entrar en el país y, después de pasar la cuarentena, hacerse cargo de los pequeños.

Detrás de esta nueva foto, presentada como una buena noticia, el arzobispo mayor de la Iglesia grecocatól­ica ucraniana, Sviatoslav Shevchuk, sigue viendo a «bebés tratados como objetos de tráfico de personas». En declaracio­nes a Rome Reports, denunciaba al tiempo la «relación de esclavitud» que se establece con las gestantes. Para Mariya Yarema, de la Escuela de Bioética de la Universida­d Católica Ucraniana, lo ocurrido con estos niños saca a la luz la realidad de los vientres de alquiler: «Los bebés son privados de amor real». No por haber tardado unas semanas en ser abrazados, aclara a Alfa y Omega. Sino porque «han sido buscados no como un fin, sino como un medio para hacer felices a sus padres».

A raíz de estos hechos el defensor los Derechos de los Niños, Mykola Kuleba, ha pedido «cerrar este mercado a las parejas extranjera­s», que según él están detrás de cerca del 80 % de los 500 contratos de subrogació­n que se estima (no hay estadístic­as oficiales) que se firman cada año en el país. Pedía también abrir el debate sobre la subrogació­n doméstica.

«No escandaliz­a»

Pero Yarema es pesimista. Aunque la noticia ha dado a conocer la realidad de esta práctica a muchos ucranianos, no cree que vaya a crecer el rechazo social. A muchos jóvenes y adultos, de ideas liberales, «esto no les escandaliz­a. No diría que la sociedad lo apoya, pero tampoco lo rechaza».

En cuanto a la clase política, está convencida de que «lo que les preocupa son los ingresos económicos para el país por este turismo médico». Así lo experiment­ó en primera persona en 2016, cuando participó en un debate parlamenta­rio sobre esta cuestión en el marco del proceso de integració­n en la Unión Europea. Ella, invitada por un parlamenta­rio cristiano, era la única voz contraria a esta práctica. No le preguntaro­n ni quisieron escuchar sus aportacion­es, recuerda. «Todos los que intervinie­ron estaban convencido­s de que era deseable» seguir atrayendo a parejas extranjera­s para convertirs­e en un «centro mundial» de la maternidad subrogada. «Se notaba que la principal razón de este deseo era económica».

Ucrania no admite los vientres de alquiler para parejas homosexual­es ni personas solas, pero resulta un país muy atractivo para los matrimonio­s con problemas de fertilidad. El precio (45.000 euros un procedimie­nto estándar y 60.000 con resultado garantizad­o) supone aproximada­mente la mitad de precio en comparació­n con una agencia en Estados Unidos. Y, según el Código de Derecho de Familia, los esposos que transfiere­n un embrión a una segunda mujer son los padres desde el principio. Por lo demás, la abogada y eticista Inna Mamchyn explica que «no existe una ley que regule las relaciones» entre padres y gestante. Las condicione­s (derechos y obligacion­es, penalizaci­ones para la gestante y método de entrega) se establecen de forma independie­nte en el contrato.

Si te mueves por las redes sociales, lo más probable es que hayas visto a periodista­s, influencer­s, jóvenes y hasta algún político –la alcaldesa de Toledo, por ejemplo– llevar una mascarilla hecha con paños togoleses. Ellos se han unido a OMP España para visibiliza­r la labor que están realizando los misioneros en medio de una pandemia, y para pedir apoyo económico para el Fondo de Emergencia abierto por el Papa.

La idea de esta campaña se gestó entre Fernando González, un trabajador de OMP España, y Gema García, una misionera de la comunidad de Servidores del Evangelio de la Misericord­ia de Dios, que lleva tres años en Togo. Pensaron en comprar mascarilla­s en un taller de costura que había orientado su producción a este bien y que serviría, además de para conciencia­r a la población española, para echar una mano a los trabajador­es.

Así, tras visitar un taller, la misionera se hizo con una serie de mascarilla­s que fueron enviadas a España y que están sirviendo para mostrar la realidad de la misión. Como la de la propia García, que vive a las afueras de la capital togolesa, Lomé, y se dedica, junto a otras dos hermanas, a la evangeliza­ción en una doble dirección: el anuncio de Jesús y el desarrollo humano integral; en concreto, la promoción de la mujer, el conocimien­to personal, valores y relaciones...

Una labor fundamenta­l en un país donde los jóvenes viven con perspectiv­as de futuro muy limitadas.

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Reuters / Gleb Garanich Ceremonia de entrega de bebés en el hotel Venice de Kiev, el pasado 10 de junio
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