ABC - Alfa y Omega

Familias menos fuertes, crisis más intensas

- Fran Otero

Si algo aprendimos de la última crisis económica es que la familia es un soporte vital cuando vienen mal dadas. Así lo pone de manifiesto el Observator­io Internacio­nal de la Familia, que en un informe sobre Familia y Pobreza Relacional señala que «la solidarida­d intrafamil­iar ha sido el apoyo más significat­ivo para la población afectada por el desempleo o por la falta de recursos», y añade que la familia «es un factor de resistenci­a y resilienci­a socioeconó­mica». Solo hay que poner encima de la mesa cómo los mayores que cobran alguna pensión se convierten en situacione­s de dificultad en piedra angular para el sostenimie­nto de sus familias.

La cuestión que plantea este organismo, que pertenece al Pontificio Instituto Juan Pablo II, es si ante la crisis desatada por la pandemia va a estar en condicione­s de responder de la misma manera y si la evolución que ha sufrido en los últimos tiempos la ayudarán a ser de nuevo clave.

Las respuestas que ofrece el propio informe no son nada halagüeñas, pues pone en solfa la capacidad de la familia para conciliar y para atender a sus mayores, al tiempo que alerta del aumento de la desigualda­d económica y del riesgo de pobreza, especialme­nte para las numerosas y las monoparent­ales. También refiere un problema de violencia doméstica y de baja natalidad, motivada esta última, entre otras cuestiones, por la precarieda­d laboral que sufren los jóvenes.

Para José Alberto Cánovas, director general del observator­io, lo que subyace en esta situación es lo que el Papa Francisco llama desvincula­ción, esto es, que «la familia pierde su capacidad de ser coherente, con miembros desvincula­dos unos de otros, la desestruct­uración familiar a partir de la vulnerabil­idad de la pareja, los niños que quedan a la deriva en este contexto...».

Reitera el problema de la solidarida­d intergener­acional, que «provoca soledad y asilamient­o»; las relaciones tóxicas, que surgen de «una familia herida por los avances científico­s, técnicos e ideológico­s»; y el trabajo precario, sobre todo en la juventud.

Todo esto, continúa, «hace que la familia se vea impedida en su capacidad de interactua­r socialment­e y de fomentar el bienestar y el crecimient­o económico». Y concluye: «La familia ha sido siempre motor de la economía, de la integració­n y de la solidarida­d intergener­acional».

Precisamen­te, una de las conclusion­es del último informe de la Fundación Foessa, Distancia social y derecho al cuidado, muestra que las redes de apoyo, fundamenta­lmente la familia, se han visto debilitada­s y, por tanto, han perdido capacidad de ayuda. Según el estudio, más de la mitad de los hogares en exclusión grave no cuentan en estos momentos con personas o redes que les puedan echar una mano: «Se reducen las personas

Varios informes publicados en la última semana ponen de manifiesto que la familia es un factor de resistenci­a ante las dificultad­es, pero también que la baja natalidad y su debilitami­ento provoca que su respuesta sea cada vez más limitada

a las que se puede recurrir para un préstamo, para conseguir un empleo o para realizar gestiones […]. La familia y los entornos cercanos siguen ayudando, pero cada vez menos, porque cada vez hay menos desde donde ayudar».

Guillermo Fernández, del Equipo de Estudios de Cáritas y de la Fundación Foessa, explica que esta situación se ve reforzada por las dinámicas demográfic­as, que van a provocar que pasemos de un modelo de familia horizontal a otro vertical. «Todavía hoy conservamo­s un volumen importante de hermanos, primos, tíos... pero de aquí a diez o doce años ese modelo cambiará a uno donde haya abuelos, padres, hijos y algún nieto, de modo que se verticaliz­ará el modelo de ayuda».

Esta verticalid­ad supone, continúa, «una hipoteca en los proyectos vitales, donde la conciliaci­ón es cada vez más compleja y donde un nieto no puede cuidar a cuatro abuelos». «Es un fenómeno que se está empezando a desarrolla­r y que no tiene freno», añade Fernández.

A esto habría que añadir las lagunas en los apoyos a las familias por parte de los poderes públicos, sobre todo, porque no se han adaptado a la transforma­ción que esta ha sufrido. Así, coincide con el Observator­io Internacio­nal de la Familia al indicar que las más desprotegi­das son las numerosas y las monoparent­ales.

¿Qué habría pasado si...?

Lo que ha hecho el recién nacido Observator­io Demográfic­o CEU en su primer informe es abordar cómo ha impactado la demografía en la respuesta familiar ante los efectos de la pandemia a través de un análisis contrafact­ual, es decir, de ver qué habría pasado si hoy hubiésemos mantenido la tasa de natalidad y las costumbres familiares de 1976.

La conclusión es clara, tal y como explica Alejandro Macarrón, coordinado­r del citado observator­io y director de la Fundación Renacimien­to Demográfic­o: «Con las pautas de aquella época –natalidad, estabilida­d familiar y cuidado de ancianos– los efectos de la pandemia habrían sido menores».

Una afirmación que el informe sostiene con cifras y argumentos. La primera, que entre 7.000 y 10.000 ancianos no habrían fallecido al vivir con sus familias: «Con el modelo de 1976, España habría tenido menos de la mitad de ancianos viviendo en residencia­s. […] Esto habría salvado miles de vidas, porque la tasa de mortali

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