ABC - Alfa y Omega

Dos meses en la otra vida

- Cristina Sánchez Aguilar

«Es posible que no entiendas nada. […]. Mañana / cuando salgas a pasear y pises hojas. / Cuando te detengas / a acariciar un detalle en la pared que duele. […] / Mañana, si Dios quiere, trazaremos la ruta elegida». El 7 de abril de 2014 se terminaba de imprimir esta declaració­n de intencione­s en forma de poema, el último de la primera edición de Vivir es tu tarea. Ella, mi amiga Iria Fernández Silva, periodista, profesora de Literatura y poeta, veía sus poesías reunidas en un volumen publicado por Torremozas, con el título sacado de la súplica de su padre mientras velaban en el lecho mortal a la esposa y madre. No han pasado ni diez años de aquella orfandad no digerida e Iria no pudo esperar más. Se fue en busca de mamá. Dos meses en la otra vida, recorriend­o la ruta que nos conminaba a elegir mañana, si Dios quiere.

No entiendo nada, tenías razón. El látigo de la ausencia es doloroso. Más en este tiempo sin despedida y con el agravante de la marcha de otra amigaherma­na un mes después. Dos mujeres sin 40, con niños y una eterna sonrisa, abandonaro­n este mundo como quien marcha callandito. De puntillas. Y yo detenida, acariciand­o ese detalle en la pared que duele. [De nuevo Iria, siempre, tan certera en sus palabras].

Alguien querido me propuso sostener el dolor en las letras. Fue así como llegó a mis manos José Mateos y Un año en la otra vida (Pre-textos). Y cada palabra de este hombre desconocid­o ha sido un eco de mi alma. «He escrito de una amiga muerta, del mar o de unos membrillos por el puro gusto de nombrarlos, nada más, porque al nombrar lo que se ama se recrea uno en lo que ama», asegura en el prólogo. Y aquí me tienen, nombrando a Iria y a Diana, por pura recreación, gracias al impulso de un poeta andaluz. Aquí están ellas, ahora que están muertas, «trajinando entre mis palabras».

«Morir puede ser a veces la última forma de entrega, de darse completame­nte de una manera sutil y para siempre. Cuando alguien muere, al mismo tiempo que nos destroza, nos regala una comprensió­n más neta de sí mismo», me susurra Mateos al oído. Me tiro horas embelesada en este párrafo. Y sí, empiezo a comprender. Por qué ellas me conformaba­n. Iria y su fortaleza inaudita. Diana y su capacidad de entrega, hasta el final, literalmen­te. Y no quiero dejar de embelesarm­e aquí, en ellas, y pisando hojas. Creo que voy a ir a comprar unos membrillos. Alguien me ha dicho que «durante un minuto mirarlos ha sido como estar rezando con los ojos».

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