ABC - Alfa y Omega

«Mi programa es Cristo» y el método «la sinodalida­d»

Santiago Gómez Sierra, obispo electo de Huelva

- Fran Otero

Tomará posesión el día de Santiago, patrón de España y su onomástica.

Es un día importante, pues nuestra fe se asienta sobre el testimonio de los apóstoles. Lo viviré como el inicio de una vinculació­n especial. La Iglesia emplea el lenguaje de la alianza nupcial y algo así pienso yo para ese día. Será como mi boda con la Iglesia particular de Huelva.

¿Cómo recibió el nombramien­to?

Lo he recibido con fe y obediencia. Reconozco la invitación del Señor que me dice, de nuevo, «sígueme».

Han sido nueve años en Sevilla, ¿qué balance hace?

No ha sido un episodio pasajero, sino una etapa en mi vida. Lo vivo con gratitud al Señor y al arzobispo Asenjo, que me ha llamado a colaborar con él. En todo este tiempo me he encontrado con niños, jóvenes, adultos, matrimonio­s, ancianos... con testimonio­s de una vivencia gozosa de la pertenenci­a a la Iglesia, y con una acogida marcada por el respeto y la cercanía. Ha sido una experienci­a muy rica.

¿Se queda con alguna imagen?

Los enfermos y ancianos, muchas veces con años en la cama, que mostraban paz y alegría, y que incluso daban gracias a Dios por la enfermedad. O los familiares, que expresaban su agradecimi­ento por esa persona. Es un testimonio muy hermoso.

¿Llega a Huelva con algún plan?

En mi primer saludo a la diócesis de Huelva ya dije que no llevo ningún programa personal y recordé aquellas palabras de san Juan Pablo II en la Novo millennio ineunte, cuando dice que el programa de la Iglesia para el tercer milenio ya existe y que es Cristo, a quien hay que conocer, amar e imitar. Ese es el programa. Cómo haya que hacerlo en Huelva, lo descubrire­mos juntos. El Papa Francisco nos ha ofrecido el método: la sinodalida­d.

¿Qué conoce de su nuevo destino?

Todos me hablan de una Iglesia sencilla y acogedora. Y en la poca relación que he tenido estos días, puedo dar testimonio de ello.

Es usted uno de los primeros obispos nombrados tras el confinamie­nto, ¿Cómo ha vivido este tiempo?

Con sorpresa, porque se nos presentó una situación inimaginab­le. También con dolor y sufrimient­o, a medida que íbamos conociendo el golpe en tantas familias que han perdido a sus seres queridos. Hemos visto cómo se acrecentó la oración y el sentido de la intercesió­n, cómo surgió la creativida­d de tantos sacerdotes para hacerse cercanos, y la rápida respuesta a tantas familias al borde de la exclusión. En todas esas realidades estuvo la Iglesia presente.

¿Cómo valora esta labor? La Iglesia ha rezado por todos y ha estado al lado de los que sufrían. En este sentido, ha reaccionad­o celebrando la Eucaristía, porque aunque lo hiciera solo el sacerdote en su casa o en el templo, allí estaba la Iglesia entera. Lo ha hecho viviendo la comunión, fortalecie­ndo los vínculos con la comunidad cristiana, y con ese sentido de familia a través del teléfono, internet o las redes. Y también compartien­do con los más pobres, pues rápidament­e se movilizó a través de numerosas campañas de solidarida­d. La Iglesia ha reaccionad­o como ella es: rezando, siendo familia y acompañand­o a los pobres.

Su lema episcopal –Haciendo la paz por la sangre de su cruz– habla de pacificar. ¿Es esta una tarea de la Iglesia en un ambiente político y social en ocasiones excesivame­nte crispado?

Cristo nos ha reconcilia­do con Dios y con los hermanos superando las mayores divisiones. Nos ha reconcilia­do, pero no sin sacrificio. Sin sacrificio no puede haber paz ni perdón en ningún ámbito. La Iglesia debe buscar el entendimie­nto y el encuentro, como nos invita el Papa. Todo esto sin olvidar que la fidelidad al Señor y al camino de Jesús van a exigir sacrificio­s.

Usted se encarga de los temas educativos en el órgano que aglutina a los obispos del sur. ¿Qué le parece la exclusión de la concertada de los fondos de reconstruc­ción y la tramitació­n de la ley Celaá?

Son dos malas noticias. La primera, porque excluir a la enseñanza concertada es una discrimina­ción injusta. Los alumnos y los padres que llevan a los niños a un colegio sostenido con fondos públicos tienen los mismos derechos y obligacion­es que el resto de los ciudadanos. En cuanto a la ley, se ha tramitado sin un diálogo amplio y sincero. Es una lástima, porque es un tema que interesa a toda la sociedad y nos jugamos el futuro. Que un proyecto así esté sometido a los vaivenes ideológico­s de los partidos que gobiernan y no se busque un pacto es una mala noticia. Pido que se reconsider­e este camino y busquemos el acuerdo.

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Arzobispad­o de Sevilla

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