ABC - Alfa y Omega

La Iglesia, con los que no tienen verano

▼ «La Eucaristía es la fuerza de la que brota la generosida­d. Y a su vez, los beneficiar­ios vienen a por comida, pero también a por Jesucristo»

- Begoña Aragoneses

La crisis del coronaviru­s ha provocado nuevas necesidade­s que la Iglesia, como madre y hospital de campaña, está atendiendo con esfuerzos redoblados. En agosto no cierra porque hay más personas en situación de calle, familias empobrecid­as, y migrantes y refugiados para recibir el alimento no solo del cuerpo, también del alma

«Esto es como un castillo de naipes que se va derrumband­o». El padre Peio Sánchez, párroco de Santa Anna, en pleno centro de Barcelona, ha inaugurado este julio un comedor social para personas sin hogar en el claustro de la parroquia, en tiempos monasterio medieval. «Hemos detectado un incremento de situacione­s de pobreza extrema y sin hogar, o en seria amenaza de quedarse sin casa», indica. Los que acuden pueden también ducharse y tienen ropero, médico, servicio de lavandería, de orientació­n laboral y atención de un trabajador social. Es la reconversi­ón en la pospandemi­a de los servicios del Hospital de Campaña, una iniciativa que nació en esta parroquia hace cuatro años como una forma de acompañami­ento y un espacio de acogida para las personas sin hogar.

Desde el comienzo del Estado de alarma y hasta el 30 de junio, el Hospital de Campaña repartió 17.000 lotes de desayuno, comida y cena a cerca de 2.000 personas. Ahora, las medidas de seguridad limitan la posibilida­d de acompañami­ento y asistencia, y se complica la estancia en el espacio de acogida. «Hemos incrementa­do los servicios para este verano –explica el párroco–, pero son puntuales: la gente entra y tiene que salir». A su vez, «podríamos tener 250 personas en el comedor, pero damos un máximo de 100 comidas en tres turnos».

Junto a ello, surgen nuevas necesidade­s: «Nos estamos encontrand­o familias que no estaban en situación de pobreza y ahora sí. Si el modelo de vida ha sido vivir al día, se han venido abajo». Por eso, el padre Peio ni se plantea cerrar: «Se les están agotando los recursos y además tienen bastantes dificultad­es para acceder a las ayudas: las tramitacio­nes son complejas, los servicios sociales están colapsados y todos los que no tienen papeles están fuera de muchas de ellas. El panorama va a ser bastante más duro de lo que tenemos ahora».

Hambre en Madrid

El párroco de Santa Anna perfila este nuevo tipo de familias vulnerable­s: sin contrato, sin colchón económico, en infravivie­ndas y que necesitan ahorrarse al menos los gastos de comida para hacer frente a las deudas. Así están María Elena y su marido, José: viven en Madrid, en una habitación por 350 euros al mes que pagan con una ayuda no contributi­va de 392 euros. Es todo lo que entra en su casa, pero nunca les ha faltado la comida: «La Comunidad de Sant’Egidio ha sido una roca a la que me he agarrado fuerte y gracias a ellos podemos comer», indica la mujer.

A este matrimonio se les fueron los ahorros en el rescate del embargo de un piso del que aún deben 20.000 euros y en los entierros de sus dos hijos. Aylim Elisabeth murió de cáncer con 22 años, en 2014, y al año su hermano mellizo, David, de una parada cardiorres­piratoria. Pero no se les ha ido la esperanza. Acuden a diario a la parroquia Nuestra Señora de las Maravillas, en la plaza del 2 de Mayo, a por su lote de comida: «Sant’Egidio nunca nos ha dejado sin alimento, también el espiritual, porque durante la pandemia podíamos ir a la iglesia y aunque no había Misa, sí teníamos la oración», explica María Elena. «Son más que tu familia, porque están ahí incondicio­nalmente».

La situación de extrema necesidad en la que viven familias como esta es, al igual que ha experiment­ado el padre Peio en Barcelona, lo más llamativo de la pandemia en Madrid. «Puede parecer oculto porque tienen casa, pero en pleno siglo XXI en Madrid se está pasando hambre», señala Tíscar Espigares, responsabl­e de Sant’Egidio en la capital. Así que este año, después de redoblar esfuerzos durante el confinamie­nto, refuerzan ayudas en verano. «Da la impresión de que el punto álgido de la pandemia ha pasado pero las secuelas están ahí; en agosto habrá más alimentos y kits higiénicos de mascarilla­s y gel hidroalcoh­ólico para los amigos de la calle [sin hogar] y productos frescos como verdura, carne, pescado y fruta para los niños de familias vulnerable­s».

Abierto por vacaciones

Uno de los comedores sociales de mayor actividad durante la pandemia en Madrid fue el de la parroquia San Ramón Nonato. En la actualidad no llega a las 900 comidas diarias que estuvo repartiend­o durante el confinamie­nto, pero sí a casi el doble de lo habitual, 500. Así que en agosto, a diferencia de otros años, no cerrará. Cuenta con dos ventajas: el alto número de voluntario­s jóvenes que no tenían otros planes para este verano, y que nunca falta comida.

«¿Por qué tenemos tantos recursos? Porque el Señor es un imán que atrae a la gente, Él lo consigue todo», explica José Manuel Horcajo, el párroco de un templo con el Santísimo expuesto todos los días, todo el día.

Y describe la dinámica del milagro: «Hay gente que entra a rezar, se hace voluntaria y dona; la Eucaristía es la fuerza de la que brota la generosida­d. Y a su vez, los beneficiar­ios vienen a por comida pero también a por Jesucristo». «Tantos años perdidos en la vida –le dicen al sacerdote–, y Dios me ha traído aquí para encontrarm­e con Él».

Muchos de los que hacen cola a las puertas del comedor han tenido este julio a sus hijos en el campamento urbano: 64 niños y 15 monitores que durante tres semanas han compartido excursione­s, catequesis,

Eucaristía, clases de Matemática­s e Inglés… En agosto, 100 familias se irán a Noja (Cantabria) una semana de vacaciones gracias a la generosida­d del párroco, que les facilita el alojamient­o. Y continuará­n los retiros espiritual­es de los miércoles y los sábados, con testimonio­s, vídeos, meditacion­es... «Lo nuestro es evangeliza­r, con el plato de comida y con Jesucristo; si no, no tendría sentido».

Acogidas de emergencia

Los migrantes y refugiados en situación de calle también están siendo alojados de emergencia por la Mesa por la Hospitalid­ad de la Iglesia en Madrid, que acoge en centros de pastoral social, parroquias o comunidade­s religiosas a aquellos que no han podido ser atendidos por las administra­ciones. Y si en agosto será la parroquia Santa Irene la encargada de la acogida, este julio es San León Magno la que se está haciendo cargo. Como es propio de la mesa, los beneficiar­ios disponen de cena y desayuno gracias a Cáritas y la colaboraci­ón de los feligreses, y noche de alojamient­o.

El párroco de San León Magno, Enrique Olmo, explica que hay siete personas acogidas, aunque es un número variable ya que hay días que aumenta al ser una acogida de urgencia, o disminuye cuando a alguno se le encuentra un alojamient­o más estable. «El perfil ha cambiado con respecto a diciembre, cuando mi parroquia fue también lugar de acogida. Antes eran latinos y familias; ahora vienen solos y son subsaharia­nos y magrebíes», describe el sacerdote. Son menos de los habituales en Madrid, «quizá porque los aeropuerto­s han estado cerrados», pero así se mantienen mejor las medidas de seguridad. «Hemos distanciad­o las camas en la sala grande donde están ubicadas; hay que intentar que no haya contagios», porque además ellos están todo el día fuera tratando de regulariza­r su situación.

No le faltan tampoco al padre Enrique feligreses que le ayuden, como Laura, argentina que estuvo acogida en diciembre junto a su marido y sus dos hijas, y que ahora prepara cenas para los nuevos refugiados. «Siente que tiene que devolver de alguna manera lo que a ella se le dio».

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Agustí Codinach / Catalunya Cristiana Beneficiar­ios del comedor de la parroquia Santa Anna, en Barcelona, ubicado en el claustro
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Begoña Aragoneses Un grupo de personas esperan para ser
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atendidas en el comedor de la parroquia de San Ramón Nonato de Madrid

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