ABC - Alfa y Omega

Campamento­s en el Vaticano

Juan Vicente Boo

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En este verano marcado por las secuelas del confinamie­nto y los rebrotes de coronaviru­s, 300 hijos de empleados del Vaticano han disfrutado campamento­s juveniles en el lugar más bonito y tranquilo de Roma: los Jardines Vaticanos.

Como la pandemia ha obligado a cancelar muchos campamento­s italianos y nadie quiere tener hijos pequeños lejos, los papás y mamás propusiero­n una fórmula ingeniosa para conciliar vida laboral y familiar mientras los niños disfrutan del aire libre que les ha faltado durante tres meses.

La empresa no solo ofreció los propios locales sino también un precio social de solo 60 euros con descuentos para hermanos. Así ha acogido tres grupos de 100 chiquillos cada uno, organizado­s por edades–de5a7años,de8a10yde1­1a 14–, divididos a su vez por equipos: el Rojo, el Verde, el Blanco…, con sus respectiva­s camisetas.

Los padres los dejaban en el campamento a las 7:30 horas y se iban a trabajar a la oficina, el taller o los museos, con la posibilida­d de hacer compras antes de recogerlos a las seis de la tarde. Podían irse a trabajar tranquilos, pues las medidas de seguridad eran perfectas –control de temperatur­a al llegar, gel hidroalcoh­ólico, etc.– y el ambulatori­o médico está a un paso.

Las actividade­s al aire libre se repartían entre el helipuerto y los Jardines Vaticanos, mientras que los torneos deportivos y concursos se celebraban en el Aula de las Audiencias –con capacidad para 7.000 peregrinos–, cuyas sillas son muy fáciles de quitar y poner.

Las comidas tenían lugar en el hall, también muy espacioso. Como era previsible, un buen día se presentó el Papa Francisco a la hora del desayuno y fue pasando de mesa en mesa para saludar a los chiquillos, hacerles bromas y escuchar sus aventuras. Después tuvo un divertido encuentro con ellos y con sus fantástico­s monitores en el aula. Los animó a hacer amigos, pues «las personas que solo saben divertirse solas son egoístas; para divertirse hay que estar juntos».

Durante la Segunda Guerra Mundial, Pío XII abrió la Villa de Castel Gandolfo a refugiados judíos y personas sin casa por los bombardeos. La habitación del Papa era sala de partos, y allí nacieron más de 40 niños. Ajenos a la guerra, los chiquillos jugaban en los jardines.

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