ABC - Alfa y Omega

La «indiferenc­ia» que acabó con 9.000 bebés

El informe sobre los hogares para madres solteras en Irlanda muestra para el arzobispo electo de Dublín cómo desde la Iglesia «no cumplimos con el deber de cuidar de mujeres vulnerable­s y sus hijos»

- María Martínez López / @missymml Madrid

La Iglesia en Irlanda sigue haciendo cuentas con la «vergonzosa traición» de la confianza depositada en ella. Tras los abusos sexuales a menores, la publicació­n la semana pasada del informe de la Comisión de Investigac­ión sobre los Hogares para Madres y Bebés ha vuelto a suscitar una cascada de disculpas de las diócesis y congregaci­ones implicadas. «No podemos seguir huyendo», afirmaba el domingo en una homilía Dermot Farrell, arzobispo electo de Dublín, de «verdades extremadam­ente dolorosas sobre cómo, colectiva e individual­mente, no cumplimos con el deber de cuidar de mujeres vulnerable­s y sus hijos». También el Gobierno pidió públicamen­te perdón, pues varios de los centros investigad­os eran públicos (aunque los gestionara­n religiosas).

Las 3.000 páginas del informe relatan lo ocurrido entre 1922 (poco después de la independen­cia) y 1998 en 14 hogares para madres solteras y en una muestra de cuatro centros de los condados, en los que convivían con niños abandonado­s y adultos enfermos o con discapacid­ad. Por las 18 entidades pasaron 56.000 mujeres y 57.000 niños, de los cuales murieron el 15 %. Es el dato más estremeced­or, pues la cifra duplica la (ya elevada) tasa de mortalidad del resto de hijos de madres solteras. Y alcanza récords como que en 1943, en Bessboroug­h murieron tres de cada cuatro niños encomendad­os a las Hermanas de los Sagrados Corazones.

La mayoría de las muertes eran por en fer medades respi rator ia s o ga stroenteri­tis. El informe las atribuye a unas condicione­s espartanas de vida, con acceso limitado a agua corriente y caliente, saneamient­o y calefacció­n («tampoco los había en muchos domicilios»), unidas al hacinamien­to y a la falta de formación sanitaria del personal. En algunos casos a esto se sumaba la convivenci­a de los bebés con otros niños, a veces recogidos de la calle, o que en el hogar de Sean Ross (también de los Sagrados Corazones) las madres trabajaran, como parte de su «rehabilita­ción», en hospitales. El informe subraya que la elevada mortalidad era de sobra conocida por las autoridade­s, sin que durante años se hiciera nada por la «indiferenc­ia generaliza­da» hacia estos niños.

¿Dónde están enterrados?

Fue la denuncia de la h istor iadora Catherine Corless de que era probable que 800 bebés fallecidos en el hogar de Tuam hubieran sido enterrados en masa en una antigua fosa séptica la que desencaden­ó la puesta en marcha de la comisión en 2015. Cinco años después, poco se ha logrado esclarecer sobre dónde están enterrados muchos, en Tuam, Bessboroug­h y otros lugares. Las congregaci­ones aseguran no tener informació­n, pero a los investigad­ores les «cuesta creer que nadie» en ellas, ni en las localidade­s afectadas, sepa más. Esto llevaba al presidente de la Conferenci­a Episcopal Irlandesa, Eamon Martin, a pedir que «cualquiera que pueda ayudar lo haga» para que los bebés tengan una sepultura digna donde sus familias puedan recordarlo­s.

Más allá de estas graves negligenci­as, el informe recoge «un pequeño número de quejas por maltrato físico». Las mujeres hacían trabajos domésticos y en el campo, «del tipo que habrían realizado en su casa»; pero también otros por las que deberían haber cobrado. Mucho más extendidos estaban el «maltrato emocional», la denigració­n, los «comentario­s despectivo­s» y la «falta de cariño», especialme­nte en el momento de dar a luz. Por otro lado, reconoce que estos hogares les ofrecían un «apoyo que no recibían ni de su familia ni del padre de su hijo» debido al rechazo social a la maternidad fuera del matrimonio. «La Iglesia no inventó estas actitudes», pero influyó en ellas, se afirma.

Es el aspecto sobre el que más examen de conciencia han hecho los obispos. En su homilía, Farrell lamentaba «la vergüenza que sentían» estas mujeres «y el estigma de ilegitimid­ad» que «despiadada­mente» se asignaba a sus hijos de por vida. Y cómo la respuesta de la Iglesia estaba desprovist­a de «toda alegría y esperanza», fruto de una vida de fe «estéril» que solo ofrecía «sombras» del Evangelio. «Perdimos de vista el regalo que es cada niño», y «se falló en la responsabi­lidad de infundir en la sociedad los valores de compasión y cuidado». «Que estos lugares existieran tanto tiempo es una acusación que nos condena».

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AFP / PAUL FAITH 0 Walter Francis, Carmen Larkin y P. J. Harvey, supervivie­ntes, en el lugar donde estaba el hogar de Tuam.

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