ABC - Alfa y Omega

¿Qué ha cambiado dos años después de la cumbre antiabusos?

Cuando se cumplen dos años de la cumbre antiabusos, es el momento de «demostrar» que las cosas se hacen bien. Lo asegura el responsabl­e del grupo de expertos que ayuda a las Iglesias locales a adaptar sus protocolos de actuación

- Victoria I. Cardiel / @ VictoriaCa­rdiel Roma

MUNDO / ESPAÑA En el segundo aniversari­o del encuentro La protección de los menores en la Iglesia, convocado por el Papa en el Vaticano, los expertos Andrew Azzopardi yHans Zollner y los responsabl­es de varias oficinas diocesanas analizan los avances y retos.

Un año después del encuentro La protección de los menores en la Iglesia –que reunió en el Vaticano a representa­ntes de todas las conferenci­as episcopale­s–, arrancaba el grupo de expertos nombrados por el Papa para ayudar a las Iglesias locales a adoptar manuales de actuación para proteger a los menores. Andrew Azzopardi es su responsabl­e.

¿Cómo funciona el grupo de trabajo?

—Nuestra misión es asistir a las conferenci­as episcopale­s y a los institutos religiosos que todavía no tienen unas directrice­s claras sobre cómo actuar ante un caso de abusos. El año pasado eran más o menos diez en todo el mundo. También les ayudamos a adaptar sus protocolos de actuación a la cultura local y al marco general de las últimas directivas del Papa. Algunas nos han contactado y a otras las hemos contactado nosotros. Tenemos de plazo hasta febrero de 2022 para completar el trabajo, pero la pandemia ha supuesto un gran frenazo.

¿A qué se refiere con adaptar las directrice­s a la realidad local?

—Por ejemplo, en Reino Unido, donde trabajé en el entorno del fútbol, la cultura social predominan­te es que, si hay una sospecha de abusos, casi de manera automática se presenta la denuncia. En Malta, donde trabajo actualment­e, hay un poco de omertà. Esta ley del silencio está también muy extendida en otros países. Por eso, la Iglesia tiene que contar con una maquinaria potente que se active ante la primera sospecha.

¿Lo más importante de su trabajo?

—La escucha. Son personas con experienci­as traumática­s.

¿Y lo más difícil?

—Mi posición es complicada porque, en cierto sentido, para las víctimas represento a quienes les han hecho daño. Pero yo no estoy aquí para proteger a los que han cometido el delito. Yo protejo a las víctimas. Nuestro papel es luchar por las personas que han sido silenciada­s y reprochar a las autoridade­s lo que hicieron mal. Me considero muy afortunado, porque los obispos de Malta, que son mis jefes, me apoyan constantem­ente.

La Comisión para la Salvaguard­a y la Tutela de los Menores y Adultos Vulnerable­s de Malta ha cambiado recienteme­nte sus directrice­s frente a los abusos. ¿Por qué?

—Teníamos que adaptarlas a la nueva ley vigente en Malta sobre la protección de menores y también a las dos últimas directivas del Papa, el motu proprio Como una madre amorosa de 2016, que estipula la posibilida­d de expulsar a un eclesiásti­co por causas graves, y el de 2019, Vosotros sois la luz del mundo, que impone el deber de denunciar ante las autoridade­s eclesiásti­cas los episodios de pederastia que se conozcan, y también ante las civiles, en el caso de que las leyes del lugar donde sucedan los hechos así lo exijan. Para que la guía de buenas prácticas funcione hay que revisarla y actualizar­la como mínimo cada cuatro años. Nuestro equipo está formado por pediatras, psicólogos, trabajador­es sociales, pero también por abogados.

Han hecho de la transparen­cia una seña de identidad. ¿Por qué?

—Nada más llegar a la comisión de Malta, en 2015, les dije a los obispos que teníamos que ir hasta el final, sin dejar agujeros negros. Durante años ha imperado la cultura del encubrimie­nto. Por eso creo que ahora no basta con hacer bien las cosas, hay que demostrarl­o. Por eso, cada año, publicamos un informe con el número de casos de abusos y el número de personas que han sido apartadas de su puesto. Pero no somos

los únicos que hacemos este ejercicio de transparen­cia.

¿Trabajan en red con las autoridade­s civiles?

—Sí, tenemos muy buena relación con la Policía. En principio, les pasamos todas las denuncias. El único momento en el que no lo hacemos es cuando una víctima se niega; es importante respetar su decisión. Hay casos en que presentamo­s una denuncia anónima; esto es una posibilida­d abierta en Malta, pero otros países no lo contemplan.

Sin embargo, una de las reivindica­ciones históricas de las asociacion­es de víctimas es que todos estos casos sean denunciado­s automática­mente a las autoridade­s civiles.

—Sí. Y lo entiendo. Es comprensib­le que muchas víctimas no tengan confianza en la Iglesia. Pero no estoy de acuerdo con la obligación automática de denunciar a la Policía. Muchos no quieren denunciar por miedo a que se filtre su historia, a dejar de ser anónimos. También hay que tener claro que la Iglesia no manda a la gente a la cárcel, pero sí tiene la obligación de apartar a quienes hayan cometido estos crímenes. Además, hay que hacer una labor de prevención y evitar que personas con trastornos graves entren en la Iglesia. Tenemos que entender los abusos como un problema social.

Muchas víctimas también han denunciado que algunas personas confunden el delito de haber cometido abusos con un pecado.

—Es que, a nivel espiritual, para muchas personas el pecado es lo más grave que puede existir. Pero el Papa habla de crímenes abominable­s, no de pecados.

Benedicto XVI dobló la prescripci­ón hasta los 20 años a partir de que la víctima llega a 18 años. ¿Qué opina de que estos delitos en la justicia civil tengan una fecha de caducidad?

—La Iglesia también tiene la facultad de dispensar esa prescripci­ón. Pero sí, creo que no debería existir en estos casos. Muchas víctimas pueden esperar más de 30 años hasta contarlo por primera vez; tienen miedo a no ser creídos o a ser juzgados, e incluso se sienten culpables. No obstante, solo con abolir la prescripci­ón no es suficiente. Por ejemplo, en Islandia existe el modelo Barnahus, que evita que el menor tenga que revivir el abuso sexual a través de múltiples declaracio­nes y, a su vez, ofrece un entorno respetuoso con sus necesidade­s.

¿Cómo de importante es la formación en la erradicaci­ón de esta lacra?

—En estos seis años hemos formado a más de 3.000 personas dentro de la Iglesia de Malta. Muchos eran laicos, pero la mayor parte religiosos. Hay dos fases en este trabajo: prevención e investigac­ión. Me gustaría trabajar solo en la prevención, pero es poco probable que erradiquem­os los abusos por completo. Lo que tenemos que hacer es que sea más difícil cometerlos. La experienci­a demuestra que, cuanta más formación existe, las denuncias aumentan. Pero esto no significa que haya más casos, sino que va aumentando la conciencia de la gravedad de los hechos y se rompe la espiral de silencio.

 ?? SAFEGUARDI­NG COMMISSION ?? 0 Andrew Azzopardi, a la izquierda, junto a los miembros del grupo de trabajo, en el Vaticano, durante un encuentro con el Papa Francisco.
SAFEGUARDI­NG COMMISSION 0 Andrew Azzopardi, a la izquierda, junto a los miembros del grupo de trabajo, en el Vaticano, durante un encuentro con el Papa Francisco.

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