ABC - Alfa y Omega

Claves para la administra­ción de bienes en la Iglesia

- MIGUEL CAMPO IBÁÑEZ, SJ Profesor en la Facultad de Derecho Canónico de Comillas y asesor jurídico en CONFER

En los últimos años la Santa Sede ha ofrecido orientacio­nes muy útiles y relevantes para una mejor administra­ción de los bienes temporales en la Iglesia. En efecto, en el año 2014 vio la luz la carta circular Líneas orientativ­as para la gestión de los bienes en los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica; en 2018 se hacía público el documento Economía al servicio del carisma y de la misión. Orientacio­nes. La autora de ambos documentos fue la Congregaci­ón para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica y sus destinatar­ios directos fueron los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, pero mi opinión es que contienen orientacio­nes muy válidas para la administra­ción de los bienes de todas las personas jurídicas en la Iglesia (diócesis, parroquias, asociacion­es, fundacione­s, etc.). De estos dos documentos se pueden extraer cuatro grandes palabras clave para una mejor administra­ción de los bienes temporales en la Iglesia hoy.

En primer lugar, la insistente llamada de nuestras autoridade­s a recuperar el carisma como instrument­o de gestión. La misión, el espíritu fundaciona­l y el carácter de cada entidad eclesiásti­ca deben inspirar y orientar su modo de administra­r los bienes que se las han confiado. No todos los modos de administra­r bienes valen para la Iglesia. Nuestro ser y misión deben impregnar las decisiones económicop­atrimonial­es.

En segundo lugar, la planificac­ión. El discernimi­ento es una herramient­a que debe acompañar nuestro actuar eclesial, individual y colectivam­ente, también –incluso especialme­nte– en lo que toca a la gestión de los bienes. Discernimi­ento no solo no se opone a planificac­ión, sino que la reclama como una de sus fases.

En tercer lugar, transparen­cia.

Solo desde la transparen­cia se hace posible la llamada a la correspons­abilidad ( stewardshi­p) de todos en el sostenimie­nto de la vida y misión de la Iglesia y la necesaria rendición de cuentas (accountabi­lity) de los administra­dores de los bienes.

Finalmente, pero no en último lugar, la formación como instrument­o para que todos los encargados de administra­r los bienes de la Iglesia –clérigos, consagrado­s o laicos–, puedan incorporar los elementos carismátic­os propios de la Iglesia a su gestión y adquieran, además, las mejores competenci­as técnicas para el desempeño de su misión.

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