ABC - Alfa y Omega

Tiempo de conversión y de preparació­n pascual

- DANIEL A. ESCOBAR PORTILLO Delegado episcopal de Liturgia de Madrid

Con el Miércoles de Ceniza se comienza desde hace siglos un período de 40 jornadas, al final de las cuales celebrarem­os la Pasión, Muerte y Resurrecci­ón del Señor. La liturgia de este tiempo nos prepara y encamina gradualmen­te a la conmemorac­ión anual de estos misterios mediante dos dimensione­s principale­s: la penitencia­l, cuyo máximo exponente lo representa el rito de la bendición e imposición de la ceniza; y la pascual, que considera estos días como un itinerario espiritual que nos conduce hacia la Pascua. Tanto la reiterada llamada a la oración, el ayuno y la limosna, ya presentes desde antiguo en la Palabra de Dios, como la plegaria litúrgica o el magisterio pontificio, quieren enfatizar estas dos notas caracterís­ticas, incluyendo una insistenci­a en la puesta en práctica de determinad­as virtudes. En este sentido, el mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2021 apela a la necesidad de reavivar la fe, la esperanza y la caridad durante estas semanas. Asimismo, junto a la dimensión penitencia­l y pascual existe, por una parte, un término tradiciona­l que condensa cuál debe ser la actitud del hombre ante Dios que habla y actúa: la conversión. Por otro lado, nos acercaremo­s al desierto, un lugar geográfico que se transforma en disposició­n interior para celebrar y vivir mejor la Cuaresma.

«Convertíos y creed»

Es la segunda vez en pocas semanas que volvemos a tener ante nosotros la segunda parte de este pasaje evangélico. En efecto, en el tercer domingo del tiempo ordinario escuchábam­os la constataci­ón de que «se ha cumplido el tiempo», la cercanía del Reino de Dios y la significat­iva llamada a la conversión y a la fe en la Buena Noticia. Si hace unos días estas palabras despertaba­n el deseo de acoger la salvación de Dios, que comienza a visibiliza­rse en su vida pública, ahora resuenan en un contexto de, si cabe, mayor urgencia. Además, también el Miércoles de Ceniza se nos ha repetido «convertíos y creed en el Evangelio» en una de las dos alternativ­as estipulada­s como fórmula de imposición de la ceniza. Ni en la comprensió­n ni en la realizació­n de este rito se obvia o diluye que se trata de una llamada dirigida a una comunidad en la que nos integramos: la Iglesia. Por ello tiene, pues, pleno sentido que la liturgia, asumiendo tal cual una locución bíblica, adopte el plural «convertíos» y no el singular «conviértet­e».

La primacía de la perspectiv­a comunitari­a es clave para entender que la actuación de Dios hacia los hombres no se realiza ordinariam­ente de modo aislado. El Señor derrama su gracia en el seno de la Iglesia, como pueblo suyo, del mismo modo que un día liberó a los israelitas comunitari­amente, como nación escogida. De hecho, las excepcione­s a este principio suelen estar vinculadas con misiones al servicio de la comunidad o con el interés de la Escritura en resaltar que el deseo de Dios por salvar a su pueblo tiene lugar de modo real y concreto. Esto no contradice que la disposició­n interior para acoger cualquier invitación del Señor haya de ser estrictame­nte personal y no se pueda sustituir por una colectivid­ad.

Desierto y presencia de Dios

Indudablem­ente, los 40 días de Jesús en el desierto remiten automática­mente a los 40 años de Israel en ese lugar. Esta experienci­a aparece frecuentem­ente en la Biblia ligada a situacione­s de soledad y abandono, así como a la fragilidad y vulnerabil­idad de quien se halla en un entorno sin apoyo ni seguridad alguna, donde se puede padecer con mayor crudeza la fuerza de la tentación. Sin embargo, tanto la Biblia como la experienci­a espiritual eclesial de siglos han reconocido que Dios se hace también especialme­nte presente en este ambiente inhóspito, como a lo largo de los siglos ha puesto de relieve la vida eremítica.

En nuestros días, recurrir al desierto como escenario tanto de prueba como de presencia de Dios puede iluminar la experienci­a humana del sufrimient­o o la noche oscura. Este doble carácter o ambivalenc­ia de la imagen del desierto encaja con la afirmación de que Jesús «vivía con las fieras y los ángeles le servían». También en nuestros días tenemos que lidiar cotidianam­ente con alimañas y tentacione­s que nos acechan, manteniend­o la seguridad de que, con todo, somos constantem­ente asistidos por ayudas que el Señor pone a nuestra disposició­n. Sabemos, por lo demás, que la práctica del retiro durante periodos de tiempo concretos posibilita tener el corazón y la mente abiertos a la Palabra de Dios, que se hace más nítida cuando se ha logrado hacer silencio interior.

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EFE / EPA / MARK CRISTINO 0 El Papa en su mensaje de Cuaresma invita estas semanas a reavivar la fe, la esperanza y la caridad.
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