Un corazón comprometido
Austral Esenciales nos trae la gran obra del maestro indiscutible de la narrativa norteamericana de finales del siglo XIX. Otra vuelta de tuerca cuenta la historia de una inexperta institutriz que se hace cargo de dos huérfanos, Miles y Flora, en una casa de campo. Pronto se sentirá víctima de una atmósfera ominosa, obsesionada con que algo o alguien malévolo acecha a los pequeños. La genialidad de Henry James reside en que el lector jamás llega a saber cuánto de objetividad, cuánto de sugestión, cuánto de lucidez y cuánto de locura existe en la narración de los hechos que nos llegan a través de un manuscrito en primera persona, de puño y letra de la propia cuidadora.
Si algo hay claro es que esta no se puede catalogar como una historia de fantasmas. ¿Por qué, entonces, nos sobrecoge tanto? Sin duda, por el contraste de todos los sentimientos que nos suscita el frágil universo infantil frente al horror que nos produce la posible materialización a su alrededor de la maldad, cualesquiera que sean sus representaciones.
La protagonista es la menor de las hijas de un humilde párroco rural que marcha a Londres, nerviosa y algo azorada, para dar respuesta personalmente a un anuncio que solicita servicios de aya. Se encuentra con un hombre rico y apuesto, tutor de dos sobrinos de los que quiere desentenderse lo máximo posible. Derrochador, vividor y sin una pizca de paciencia paternal, los niños resultan para él una pesada carga hasta el punto de que desea delegar toda responsabilidad sobre ellos en una mujer a tiempo completo de manera que jamás sea molestado, sea cual sea el inconveniente que produzca su crianza y educación en la mansión del condado de Bly donde los aloja. La joven cae rendida ante los encantos del caballero, aceptando el trabajo como un compromiso personal con el íntimo anhelo de aliviarle contratiempos, obtener su agradecimiento y crecer en prestigio ante sus ojos, con el mejor desempeño de la tarea formativa que se le encomienda. Seguidamente sucumbe a la dulzura de los pupilos, a quienes ve como angelitos de Rafael. Voluntariosa y entregada a la causa, crea para ellos un micromundo de afecto, música y teatro, y les atiende con ternura apasionada, deslumbrada por su belleza, inteligencia y exquisitos modales.
Sin embargo, de alguna manera, no deja de pesar en la cotidianidad la muerte reciente de su antecesora, y no es la única. También la posibilidad de que esta, quien igualmente tuvo toda la potestad sobre los hermanitos sin ningún control por parte del patrón, hubiese sido una mala influencia. Por todo ello, pronto el afán protector de la muchacha comienza a ser desmedido, no sabemos si en una desmesura acorde con un peligro real o alucinatorio. Y, a pesar de la angustia constante que le produce, se complace de poder ser la heroína que defiende la bendita inocencia de tan adorables criaturitas sin titubear en sacrificarse hasta donde sea necesario, prestando a que sus ojos vean todos los horrores con tal de evitárselos a los infantes a su cargo.
Página a página se agiganta la inquietud. Crece la tensión hasta llegar a ser insostenible la convivencia, a pesar de que existe una gran catalizadora: la señora Grose, el ama de llaves, principal apoyo de la institutriz a quien brinda una sincera amistad que traspasa limpiamente las barreras de clase.
Del primero al último, todos los tópicos de terror que se recrean, con un prodigioso sentido del ritmo, se colocan al servicio de la introspección psicológica de los personajes. El miedo pone de manifiesto, sobre todo, la vulnerabilidad de la comunidad en múltiples facetas. Sabemos, desde el comienzo, que asistiremos a una tremenda tragedia. Pero no sobrenatural, sino humana.
El segundo largometraje del joven cineasta británico Chris Foggin trata de recrear unos sucesos reales que ocurrieron en Port Isaac, un pueblecito de Cornualles, al sur de Inglaterra, en el año 2010. Allí, un grupo de pescadores que acostumbran a interpretar juntos canciones populares de marineros, son descubiertos por Danny (Daniel Mays), un frívolo londinense que trabaja en la industria discográfica. Lo que al principio es casi una broma se convierte en la posibilidad real de que estos hombres de mar puedan grabar un disco que les haga famosos. Pero el líder de los pescadores, Jim (James Purefoy) es reticente y escéptico, dado que no confía en nada que venga de un listillo londinense. Y no ayuda nada el hecho de que Danny parezca haberse enamorado de su hija Alwin (Tuppence Middleton).
La película no se limita a contarnos una simpática anécdota musical, sino que ofrece una segunda lectura más profunda e interesante. El modo de vida de los pescadores de Port Isaac representa un mundo casi desaparecido, en el que la comunidad y la amistad están en el centro de la vida social y económica. Los vínculos entre los vecinos del lugar son tan significativos como los lazos biológicos, y se antepone el bien de la comunidad a los intereses particulares. La unidad entre los pescadores es más importante que cualquier capricho personal que pueda afectar a su amistad. Frente a este concepto de pueblo, el mundo del que proviene Danny es el del éxito a cualquier precio, el de la superficialidad, el del economicismo puro y duro. Es un mundo de relaciones interesadas y frívolas, en el que la palabra dada no tiene valor. Dicho de otra forma: es el mundo en el que actualmente vivimos. Por ello, el filme de Chris Foggin tiene algo de crítica social y de reivindicación de una forma de vida más humana. Incluso el tipo de canciones que interpreta el grupo, libres de derechos, canciones populares trasmitidas por tradición oral, evocan un tiempo en el que el canto era una forma de expresión comunitaria y popular que narraba las experiencias y anhelos reales de la gente y generaba un sólido sentido de pertenencia. Era música para celebrar y no para ganar dinero. De hecho, aunque no sale en la película, el dinero que ganaron los Fisherman´s Friends con sus discos y premios lo invirtieron en obras de caridad.
El elenco actoral es fantástico, y se nota lo bien que se lo pasaron durante el rodaje. Destaca el veterano David Hayman en su papel de Jago, actor que vimos recientemente en la serie El último gran robo o en la famosa película El niño con el pijama de rayas. En la cinta predomina el tono de comedia, y no faltan elementos románticos y dramáticos muy bien hilados. Al margen de las hermosas canciones que interpretan los pescadores, el filme cuenta también con otras canciones que regalan el oído. Una película positiva, educativa e ideal para disfrutar en familia. Actualmente se encuentra en Movistar +.