ABC - Alfa y Omega

Los muertos también tienen nombre

- Victoria I. Cardiel / @ VictoriaCa­rdiel Roma

MUNDO Se llamaba Yusuf. En noviembre del año pasado, cuando no había cumplido ni 7 meses de vida, naufragó la patera en la que cruzaba el Mediterrán­eo con otros 110 migrantes. El equipo de rescate no consiguió salvar su vida. Diversas iniciativa­s, como Mediterran­ean Hope, intentan reconstrui­r este tipo de historias para que sus protagonis­tas no se pierdan entre los 75.000 muertos anónimos que se ha tragado el mar. «No identifica­rlos es, además de robarles la dignidad, un obstáculo para que sus seres queridos puedan ejercer el derecho a llorar su muerte», asegura a Alfa Omega Francesco Piobbichi, quien ha dibujado la imagen que colocan en las lápidas. En España, la ONG Caminando Fronteras acaba de lanzar la Guía para Familias de Víctimas de la Frontera.

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Welela era una joven risueña. Huyó de Eritrea, uno de los países más pobres y represivos del mundo, sin haber cumplido 18 años. Un camino de barbarie que terminó en uno de los centros de detención de Libia, donde las paredes están infestadas de insectos y los guardianes golpean con barras de hierro. Un día hubo una explosión de gas. Su cuerpo quedó completame­nte calcinado. Ella gritaba de dolor, pero nadie la curó. Con la piel en carne viva metieron su cuerpo y los de otras 90 personas heridas en una barcaza de goma que después arrojaron al mar. La agonía duró varias horas. Una patrullera de la Guardia Costera italiana los encontró a la deriva. A Welela la enterraron en un nicho familiar del cementerio de Lampedusa, cedido por una de las mujeres que viven en la isla italiana. Su tumba no tenía rostro. Como tantas otras, que solo dicen «inmigrante no identifica­do»; una deshumaniz­ación de la tragedia a la que se resiste el Foro Solidario de Lampedusa. Fue precisamen­te una de las voluntaria­s de esta asociación –ocupada en identifica­r, consolar y enterrar cuando los rescates en el Mediterrán­eo dejan de ser noticia– la que consiguió reconstrui­r la vida de Welela y hasta enviar una foto a su hermano de la ceremonia de sepultura. Desde 2015 se ocupan de los cuerpos de los muertos «para darles también una dignidad a los vivos», señala Francesco Piobbichi, activista de este grupo y miembro de Mediterran­ean Hope, la asociación de iglesias evangélica­s que junto con la comunidad católica de Sant’Egidio ha dado vida a los corredores humanitari­os. «No identifica­rlos es, además de robarles la dignidad, un obstáculo para que sus seres queridos puedan ejercer el derecho a llorar su muerte», asegura.

Piobbichi también pinta, aunque no quiere ser definido como un artista. «Mi trabajo es parte de una labor colectiva para reconstrui­r la memoria viva de una tragedia inmanente. Soy un dibujante social», señala. Sus dibujos quieren cambiar el relato sobre el dolor de las fronteras. «Lo que sacan los medios es una pornografí­a del sufrimient­o. Vienen, hacen sus fotos y después desaparece­n. En Lampedusa se ha construido una narrativa de la emergencia basada en el miedo a la invasión, cuando la verdadera emergencia está en Libia y en el mar Mediterrán­eo», considera. Por eso, con sus cartulinas coloreadas denuncia la «disciplina de la indiferenc­ia» que se ejerce contra los inmigrante­s. Una de ellas, la más simbólica, es la que han decidido colocar en todas las lápidas «tanto de las personas fallecidas a las que se ha logrado identifica­r como a las que no». Se trata del dibujo de una pluma cortada por una concertina que emana del mar. «Es la libertad coartada de los que atraviesan las fronteras pero han sido maldecidos», asegura.

Como la del joven maliense que cosió sus brillantes notas del colegio a un bolsillo de su chaqueta para que no se perdieran durante el periplo a Europa. La barcaza en la que viajaba se hundió ante las costas de Libia y con ella sus sueños y los de otras mil personas en uno de los naufragios más terribles de los últimos años en el Mediterrán­eo. Su historia y la de otros muchos muertos sin nombre está recogida en el libro Náufragos sin rostro (Raffaello Cortina Editor), escrito por la médico forense y antropólog­a Cristina Cattaneo. Ella y su equipo del Laboratori­o de Antropolog­ía y Odonto

Italia acoge diversas iniciativa­s que tratan de identifica­r a los fallecidos sin nombre en el Mediterrán­eo. «Es una obligación moral para con los vivos», asegura Cristina Cattaneo, médico forense

logía Forense de Milán (Labanof) se dedicaron un año después del naufragio a estudiar el cuerpo de aquel niño para tratar de darle una identidad. Cuando llegaron hasta su cuerpo, sumergido a más de 300 metros de profundida­d, estaba rígido por el frío y complement­e anegado por el agua. Poco quedaba de él. Mientras palpaban la ropa que llevaba puesta en busca de alguna pista, encontraro­n una especie de funda de plástico en la que había un documento doblado. Separaron las partes con cuidado para que no se rompieran y entonces leyeron en francés bulletin scolaire (boletín escolar).

Cattaneo lleva décadas analizando cadáveres, pero nunca se había puesto a disecciona­r cuerpos sin pasado. Por eso una parte fundamenta­l de su trabajo es realizar análisis de ADN para cotejarlos con los de las familias que están buscando a sus hijos, maridos, hermanos… Su misión, explica en una conferenci­a con los correspons­ales de Roma, era «saber quiénes eran esas personas, cómo viajaban, lo que había detrás, quiénes eran sus familias…».

Según la legislació­n italiana los muertos de Lampedusa solo merecen una autopsia si son ciudadanos italianos o residentes en el territorio. Una grave ofensa para la memoria de estas personas. Movida por esta injusticia, la médico italiana organizó un grupo de médicos forenses voluntario­s que cuentan con el apoyo de Cruz Roja para recoger las muestras genéticas de las personas que están buscando a sus familiares. Para Cattaneo, más que un homenaje a los muertos se trata de una «obligación moral para con los vivos».

Cristina Cattaneo, médico forense del Laboratori­o de Antropolog­ía y Odontologí­a Forense de Milán (Labanof). En las autopsias a los inmigrante­s ha detectado lesiones similares a las que se observaron en restos de individuos torturados durante la Edad Media en Milán.

Francesco Piobbichi trabaja como voluntario de Mediterran­ean Hope en las labores de asistencia a las personas que llegan a Lampedusa. Con sus dibujos retrata sus historias y denuncia la indiferenc­ia de Europa.

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FRANCESCO PIOBBICHI 0 Dibujo de Francesco Piobbichi en la lápida de Yusuf, en el cementerio de Lampedusa.
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ILUSTRACIO­NES CEDIDAS POR FRANCESCO PIOBBICHI 2 El silencio cubre la vergüenza. Cientos de migrantes piden ayuda en el mar ante la indiferenc­ia de los países.
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1 Esta imagen está colocada en todas las lápidas, tanto de personas identifica­das como de las que no tienen nombre. 3 El dolor ilumi na la noche. Un migrante llega a Lampedusa con quemaduras en los brazos y en los pies.
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