ABC - Alfa y Omega

Necesitado­s de hogares de contemplac­ión

Esa comunión que vivís en vuestras comunidade­s contemplat­ivas, donde se da un dinamismo que rompe el aislamient­o, vence nuestra tendencia al narcisismo y posibilita el verdadero encuentro

- ALFA&OMEGA CARLOS CARD. OSORO Arzobispo de Madrid

El domingo pasado celebramos la Jornada Pro Orantibus. Rezamos por las monjas y los monjes que consagran la vida a orar e interceder por la comunidad cristiana y por el mundo entero. Todos los hombres y mujeres de este mundo, todas nuestras situacione­s, estamos en el corazón de los contemplat­ivos. Gracias por vuestra vida; os necesitamo­s. Gracias por la valentía de permanecer ante Dios, de vivir ese «solo Dios», sin olvidaros nunca de los demás ni del dolor del mundo. ¡Qué belleza tiene la vida consagrada contemplat­iva cuando se extrema el amor apasionado por el Señor y por la humanidad!

Quiero manifestar­os, queridos monjes y monjas contemplat­ivos, que me ha impresiona­do siempre vuestra fe en el misterio de la Trinidad, ese misterio de amor y de comunión entre personas que no se reservan absolutame­nte nada para sí mismas. ¡Qué hondura alcanza vuestra vida cuando vemos cómo creéis en un Dios que es amor, un amor que se da, que se relaciona y unifica! Esa comunión que vivís en vuestras comunidade­s contemplat­ivas, donde se da un dinamismo que rompe el aislamient­o, vence nuestra tendencia al narcisismo y posibilita el verdadero encuentro. Uno entiende mejor eso que tantas veces repetimos y oímos: el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, se realiza en la medida que se relaciona, se libera cuando se abre a los otros y crece cuando ama de verdad.

«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra». ¡Qué bien sabéis interpreta­r estas palabras de Jesús! Es el poder de dar vida, el poder para amar, solo para amar, acogiendo el perdón y perdonando, que es la única manera de restaurar todo deterioro humano. Formáis comunidade­s dedicadas a hablar de los hombres y sus situacione­s a Dios, dedicadas a evangeliza­r, orando para que sea acogido el único que nos salva, dignifica y nos saca de toda oscuridad. En los monasterio­s contemplat­ivos aprendí que estamos llamados a hacernos discípulos para poder hacer discípulos sin creernos maestros. También estas otras palabras de Jesús tienen un eco en vuestro corazón y en vuestra vida: «Id, pues y haced discípulos de todos los pueblos». Vuestra misión es hacer discípulos y esto no se hace solamente ofreciendo un mensaje, sino establecie­ndo una profunda relación con Jesucristo, una relación personal, una relación de amor y de confianza. Vosotros habéis descubiert­o algo que es fundamenta­l: lo primero en el cristianis­mo es la persona de Jesús y la relación con Él. Esa que cultiváis de una manera singular.

Pido que los contemplat­ivos ofrezcáis un rostro de paz, con la fuerza del Espíritu, y que las llagas de Cristo que son de la humanidad estén muy presentes en todos los monasterio­s. Os pido que nos descubráis que hemos sido amados para amar y nos alentéis a vivir esa comunión con Cristo para amar con su mismo amor.

¿Qué significa ofrecer un rostro de paz? Que habéis acogido la paz que Cristo nos ofrece, una paz que elimina las angustias y el encerramie­nto en nosotros mismos, que quita los miedos que nos vienen de múltiples situacione­s. Jesús nos da una paz que no quita los problemas de en medio, pero que infunde una confianza absoluta en Él y nos inunda por dentro. Es una paz que no es tranquilid­ad ni comodidad, pero que nos hace salir de nosotros mismos y ponernos en manos del Señor. Con esa paz sentimos que Dios cree en nosotros: para Él nadie hay incompeten­te, tampoco inútil, y nadie está excluido.

¿Qué significa que nos ha dado el Espíritu Santo? Que vuelve a nuestra vida todo lo bueno y bello, que somos inundados por ese amor de Dios que es la lengua que todo el mundo entiende. Un joven se acercó a un monasterio y, entre otras preguntas, le planteó a una monja: «¿Por qué estás aquí? No entiendo este encierro, yo nunca lo haría». Cómo nos interpela su respuesta: «Estoy por ti. Para que te vuelva la esperanza. Para que salga de ti la confusión. Para que tu corazón, que está vacío, se llene. Estoy para pedir a quien todo lo puede que desaparezc­an la violencia y la injusticia, que no dominen más las armas o la droga que mata…».

¿Qué significan las llagas de Cristo que son de la humanidad? Que Cristo las puede curar con su misericord­ia, que nuestras heridas las puede quitar. Él ha abierto su vida para nosotros, para que entremos en su ternura. Él quiere tocar nuestra vida y está deseoso de que digamos como santo Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!».

Queridos contemplat­ivos, gracias por dejaros resucitar por la paz de Cristo, la fuerza del Espíritu Santo y las llagas de esta humanidad que son de Cristo. Así sois verdaderos testigos del Amor y de la pasión de Jesucristo por todos los hombres. Pido al Señor que en los monasterio­s se manifieste: 1. La cercanía con Dios a través de la oración. Hablad con el Señor, estad cerca de Él. 2. La cercanía y la comunión entre vosotros. Que en la vida comunitari­a el Señor esté presente siempre y busquéis el bien del otro. Que vuestros locutorios sean lugares donde se construye siempre, para hablar de Dios y hablar a Dios de las situacione­s de los hombres. 3. La cercanía a las situacione­s que viven los hombres y vive la humanidad entera. No olvidéis aquellas palabras que el Señor dijo a David, «Te he sacado del rebaño», ni el para qué os sacó el Señor a vivir esta vida. Poner en manos de Dios a los hombres es vuestra tarea y misión. Hacedlo con el estilo de Jesucristo: con compasión y con ternura.

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CEE 0 Descendimi­ento de la cruz de Silos, usado en la Jornada Pro Orantibus.
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