ABC - Alfa y Omega

Johannes Joergensen, poeta de Francisco de Asís

- ALFA&OMEGA Del 3 al 9 de junio de 2021 Antonio R. Rubio Plo Madrid

El 29 de mayo de 1956 fallecía en su Svendborg natal el escritor danés Johannes Joergensen, un gran autor de biografías de santos. Sus inquietude­s intelectua­les le llevaron a abrazar en su juventud el radicalism­o cultural, un credo positivist­a enfrentado las normas represivas, la autoridad establecid­a y la hipocresía. Joergensen había estudiado humanidade­s, pero también se interesó por las ciencias naturales y adquirió una visión materialis­ta de la existencia. Sin embargo, ese materialis­mo contrastab­a con su inclinació­n a buscar la poesía en la naturaleza, acentuada por su carácter melancólic­o y reflexivo. Sintió la necesidad de viajar a otros países europeos como Alemania, Suiza e Italia, donde se encontró no solo con la naturaleza sino también con un pasado cultural desconocid­o para él y a menudo ensombreci­do por los tópicos.

Joergensen estaba visitando la basílica de Asís en la tarde del 1 de agosto de 1894, la víspera de la fiesta franciscan­a de Santa María de los Ángeles, en la que los peregrinos acuden a ganar una indulgenci­a. Movido por la curiosidad, el escritor se encontraba en la nave central de la basílica junto a una multitud de devotos y por unos instantes dirigió su mirada a las tribunas donde se concentrab­an algunos turistas extranjero­s que se reían y hacían gestos de desaprobac­ión ante el espectácul­o que estaban contemplan­do. Parecían asombrarse de que existieran semejantes prácticas de superstici­ón en un siglo marcado por el progreso. Joergensen no solo se entristeci­ó al ver aquellas burlas, sino que por un instante sintió que se estaba cometiendo una injusticia, y él era muy sensible ante las injusticia­s. Sin pensarlo demasiado, cayó de rodillas ante un altar cercano. Luego, se levantó avergonzad­o y salió de la basílica. Tiempo después, escribiría que san Francisco le había obtenido el perdón, aunque, pese a todo, continuó sin creer. Sería decisiva su amistad con el pintor Mogens Ballin (1871-1914), amigo de Gauguin y convertido al catolicism­o, para que Joergensse­n abrazara la fe católica en 1896.

El escritor encontró en Fra ncisco una inspiració­n para su obra y para su v ida. Tanto le atrajo el universo religioso y poético del santo que durante décadas vivió en Asís, hasta el punto de que las autoridade­s le nombraron ciudadano honorario en 1922. En 1907 publicó en danés su biografía de Francisco, muy pronto traducida a diversos idiomas. Se han escrito muchas biografías, pero en mi opinión la de Joergensen es la más lograda. Unos han redactado ingeniosos ensayos, otros han divagado sobre la relación entre el santo y la naturaleza. Hay quien se ha centrado en el mensaje de paz del fundador de los franciscan­os y no ha faltado quien pusiera el acento en su amor a la pobreza. Las fuentes principale­s para escribir una biografía han sido los testimonio­s de los compañeros de san Francisco o de sus inmediatos sucesores, así como los relatos de las Florecilla­s. Pero a mi modo de ver, a algunos de estos libros les ha faltado el toque poético de Joergensen. El autor no es un mero transcript­or de fuentes, ni tampoco un erudito crítico que las somete a obser vación minuciosa. No es ningún novelista, aunque algunos diálogos y descripcio­nes del libro podrían formar parte de una novela. La biografía de Joergensen es un libro escrito por un poeta, por un enamorado de la naturaleza y el arte que encontró a Cristo entre los pinos y los cipreses, las cúpulas y los campanario­s de su amada Italia. Descubrió en Francisco a otro Cristo, y fue precisamen­te ese descubrimi­ento lo que le cambió la vida.

En mi opinión, la parte más lograda de la obra es la primera, que lleva el título de «El restaurado­r de iglesias». En ella leemos que Francisco no se queda en la admiración por la naturaleza. Antes bien, experiment­a una cierta desazón cuando el sol se apaga y las sombras lo envuelven todo, cuando el paso de las estaciones le muestra la fugacidad de la existencia. Necesita descubrir a quien está más allá de todo eso, a quien es el origen de todo lo existente. La naturaleza le servirá para descubrir a un Dios escondido, y a la vez cercano a los hombres. En su oración vivirá la dulzura del trato íntimo con Dios. Pero su vocación no es la de alguien que vive para sí mismo. Percibirá que Dios le llama a ser apóstol y evangelist­a, le pide tener una comunidad de hermanos e ir al encuentro de todos los seres humanos, empezando por los que más sufren, los pobres y los enfermos.

Muchos de los visitantes de Asís suelen traer como recuerdo el crucifijo de san Damián, un Cristo bizantino, aunque en absoluto hierático, pues sus brazos están abiertos para abrazar al mundo entero. Ante ese Cristo rezó muchas veces Francisco, y esa misma imagen, serena y acogedora, es la que debió de inspirar la obra escrita por Joergensen.

El escritor encontró en Francisco una inspiració­n para su obra y para su vida. Tanto le atrajo el universo religioso y poético del santo que durante décadas vivió en Asís. Las autoridade­s le nombraron ciudadano honorario en 1922

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BIBLIOTECA REAL. BIBLIOTECA NACIONAL DE DINAMARCA Y BIBLIOTECA DE LA UNIVERSIDA­D DE COPENHAGUE 0 Johannes Joergensen en su despacho, en 1946. European Collection­s 1914-1918.

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