ABC - Alfa y Omega

Id y anunciad el Evangelio

La pandemia nos ha hecho consciente­s de que la única salida que tenemos es la del buen samaritano. Como señala el Papa, «la inclusión o la exclusión de la persona que sufre en el camino» debe definir nuestros proyectos

- CARLOS CARD. OSORO Arzobispo de Madrid

Me gustaría que las últimas palabras que tenemos en el Evangelio, las que el Señor dirigió a los apóstoles antes de subir a los cielos, fuesen objeto de nuestra reflexión en estos momentos, de cara a vivir con más compromiso y hondura la misión: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16, 15). En su fidelidad al Señor, la Iglesia no quiere olvidar estas palabras nunca; los cristianos no podemos olvidar la tarea y misión que Él nos dio.

Desde el principio de su pontificad­o, como queda patente en la exhortació­n apostólica Evangelii gaudium, el Papa Francisco ha animado a toda la Iglesia a realizar esta salida misionera con el entusiasmo de cumplir el deseo de Nuestro Señor Jesucristo. Hay dos caminos esenciales: primero, el camino de la interiorid­ad, ese camino que la tradición cristiana comparte con otras tradicione­s, pero al que el cristianis­mo ha dado sus propios acentos; y después, el camino del encuentro con el otro, del encuentro con el prójimo, con mi hermano, pues el otro es un lugar de encuentro con uno mismo y con Dios. Este camino es el más específica­mente cristiano, ya que es en el rostro que nos da Nuestro Señor Jesucristo del encuentro con el otro donde adquiere una dimensión nueva, esencial y fundamenta­l.

En la encíclica Fratelli tutti, en el capítulo segundo titulado «Un extraño en el camino», el Papa vuelve a recordarlo. Aludiendo al buen samaritano, subraya que «al amor no le importa si el hermano herido es de aquí o es de allá» porque «es el “amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa. […] Amor que sabe de compasión y de dignidad”» (FT 62). Como hizo el buen samaritano con el que estaba tirado en el camino, regalemos hoy cercanía; regalemos curación con nuestras propias manos; compartamo­s lo que tenemos; regalemos nuestro tiempo, y comprometá­monos hasta ver su curación.

Aunque en España y buena parte del mundo están bajando los contagios, la pandemia nos ha hecho verdaderam­ente consciente­s de que la única salida que tenemos es la del buen samaritano. La alternativ­a es ponernos al lado de los salteadore­s y ser protagonis­tas de una sociedad de la exclusión. Para los cristianos, ¡qué importante es anunciar el Evangelio en estos momentos! ¡Atrevámono­s! Como señala el Papa, «la inclusión o la exclusión de la persona que sufre en el camino de la historia» debe definir «los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos». «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» supone hacer una opción: la de «ser buenos samaritano­s o indiferent­es viajantes que pasan de largo» (cfr. FT 69).

No perdamos la oportunida­d que se nos ha dado para ver con claridad lo que hemos de hacer: o construimo­s la cultura del cuidado o nos instalamos en la cultura del olvido del otro. Pero, ¿de qué cuidado se trata? Se trata de ver, entender y vivir que somos imágenes de Dios; hay que hacer todo lo posible para que en nuestra sociedad se cuide al ser humano. Esta es una tarea en la que los cristianos nos hemos de empeñar, buscando e invitando a los hombres de buena voluntad para acompañar toda clase de fragilidad del ser humano, sea niño, joven, adulto o anciano. Y aquí no valen recortes de ninguna de las dimensione­s que tiene el ser humano.

Hacer creíble el Evangelio supone vivir la fe con el humanismo que encierra, siempre en la dinámica del amor y no del juicio, con una vivencia fuerte de la caridad y de la misericord­ia. Desde nuestra espiritual­idad no hay excusas para sostener formas de vida cerradas y violentas del tipo que fuere, que nos lleven al desprecio de los que son diferentes. Hemos sido llamados a generar vida y recobrar la esperanza. Hemos de vivir sabiendo que nos desarrolla­mos en la entrega sincera de nosotros mismos a los demás. El amor verdadero crea vínculos y nos saca de nosotros mismos llevándono­s siempre hacia el otro: nuestra gran empresa es salir de nosotros mismos, pues los otros nos amplían y enriquecen.

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