ABC - Alfa y Omega

Crimen o plegaria

- FRAN OTERO

Mi Kindle básico me avisa de que apenas me quedan tres horas para terminar Una novela rusa, cuando en otra pantalla una alerta informa de que su autor, Emmanuel Carrère, ha sido galardonad­o con el Premio Princesa de Asturias de las Letras. En estas páginas lo descubro volviendo a sus raíces rusas, a las que llega tras un estrambóti­co viaje a una pequeña ciudad en mitad de Rusia donde vivió durante más de cinco décadas en un psiquiátri­co András Toma, un húngaro capturado por los soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial. Rebuscando en la historia de aquel hombre, que finalmente consiguió volver a casa, acabó hurgando en la de su abuelo. En la suya.

Es una tónica constante en el escritor francés: acercarse a las vidas de otros para escudriñar­se a sí mismo. Para contarse. Lo hace aquí y también en otras obras, como El Reino, donde, por una parte, narra su conversión al catolicism­o y su posterior alejamient­o de la fe; y, por otra, contrapone dos modelos de cristianis­mo: Pedro versus Pablo, el de raíz judía o el de raigambre helénica. O en Limónov, en cuyas páginas hace un retrato excepciona­l del disidente soviético.

Pero por mucho que avance firme por su bibliograf­ía –queda tarea– es difícil superar El adversario, una obra a caballo entre el periodismo y la literatura al más puro estilo de Wolfe o Capote. Una historia terribleme­nte real y actual, la de Jean-Claude Romand, que decide acabar con la vida de su mujer, sus hijas y sus padres. Un crimen al que precediero­n 20 años de engaños, una profesión médica que nunca desempeñó y un trabajo en la OMS que no ocupó, dinero robado o la muerte de su suegro. Carrère intentó, si es que se puede, ir más allá de la verdad judicial y de las supuestas razones para cometer tal crimen: haber sido descubiert­o. Quiso comprender qué clase de fuerza o impulso mueve a un hombre aparenteme­nte normal a segar la vida de cuatro personas tan cercanas. Se lo preguntó al asesino en un más que arriesgado intercambi­o epistolar y luego en una visita a la cárcel, donde el susodicho había abrazado la fe católica, una decisión que se preguntaba si no sería también impostada. «¿No sigue siendo el adversario quien le engaña?», escribe Carrère. Es el misterio del mal y la necesidad humana de comprender­lo. Y por eso concluye con una confesión: «Pensé que escribir esta historia solo podía ser un crimen o una plegaria».

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