ABC - Alfa y Omega

La tarea del Pacto Educativo Global

En nuestra sociedad del bienestar han calado el relativism­o y un consumo exacerbado, que generan un indiferent­ismo religioso y un permisivis­mo moral. Y se advierte una necesidad de más hondura

- CARLOS CARD. OSORO Arzobispo de Madrid

El Papa Francisco nos llama y alienta a construir un nuevo Pacto Educativo Global. Es el que se hace y se da entre la familia, la escuela, la patria, el mundo, la cultura y las culturas... Cada uno en su lugar y sin evadir responsabi­lidades, juntos hemos de construir una «aldea de la educación». El pacto está roto y hace falta generosida­d, que no busquemos solo lo nuestro.

Educar no es solo transmitir conceptos. El Papa Francisco nos ha recordado que, para educar de verdad, hay que integrar el lenguaje de la cabeza con el lenguaje del corazón y de las manos. Se trata de que un educando tenga presente lo que piensa (cabeza), lo que siente (corazón) y lo que hace (manos). Y ninguna institució­n puede apropiarse en exclusiva de esta tarea tan trascenden­te para el futuro de la sociedad. Para empezar, la familia tiene una responsabi­lidad singular y, por ello, hay que darle protagonis­mo. La razón es clara: cuando nacemos, a través de la relación con nuestros padres, comenzamos a formar parte de una tradición que tiene unas raíces muy antiguas. Con el don de la vida recibimos todo un patrimonio de experienci­as que los padres no solo tienen el derecho, sino también el deber de transmitir a sus hijos. Así los ayudan a descubrir su identidad, los inician en la vida social y en el ejercicio de su libertad, les enseñan a amar mediante la experienci­a de ser amados y el encuentro con Dios. Las familias tienen que ser valoradas de forma especial en el pacto educativo y es fundamenta­l conseguir su participac­ión.

Por otra parte, están los educadores que, con la implicació­n de sus vidas, valentía, paciencia y tesón, realizan ese arte de las artes que es educar. En mi carta de la semana pasada ya os decía que nadie puede educar si amor; hacen falta el testimonio, la persuasión, la gracia de la amabilidad... ¡Qué hondura tienen las palabras del Papa Francisco cuando nos dice que «educar implica enseñar a los jóvenes a iniciar procesos y no ocupar espacios»!

Una educación bien entendida no se limita a lo meramente técnico y profesiona­l, sino que comprende y entiende que todos los aspectos y dimensione­s de la persona han de abrirse. Una educación integral se manifiesta hoy como una necesidad primordial, clave para construir hombres y mujeres responsabl­es, con confianza en sí mismos y preocupado­s por todos sus hermanos. Necesitamo­s ese pacto global. No podemos consentir que se apodere de nuestros niños y jóvenes ese relativism­o invasor y agresivo que elimina certezas, valores y esperanzas que son las que dan sentido a la vida: amor, verdad, libertad... No dejemos que nuestro mundo se convierta para ellos en un circo en el que, como en los circos romanos, dejamos que entren fieras que se comen lo mejor de su existencia. Trabajemos para capacitar a los niños y jóvenes para que den lo mejor de sí mismos y para vivir un amor auténtico que les haga felices a ellos y felices a quienes se encuentren en sus vidas. No silenciemo­s ese deseo de saber y comprender que manifiesta­n con sus preguntas; no nos limitemos a dar nociones e informacio­nes; regalémosl­es libertad y una formación para que la usen correctame­nte, con las reglas de comportami­ento y de vida que son necesarias para formar su carácter y para afrontar las pruebas que vengan.

Necesitamo­s del pacto educativo en el que la familia, la escuela, la sociedad, los niños y jóvenes se encuentren. Es necesario el diálogo, urge no estar de espaldas unos a otros y dar a la persona un lugar central, en toda su realidad. Hay que asumir su realidad integral; que se conozca a sí misma, tal y como nos decía san Juan Pablo II en la encíclica Redemptor hominis; que conozca la casa en la que vivimos, como nos ha dicho el Papa Francisco en la encíclica Laudato si, y que redescubra la belleza de la fraternida­d, como pide el Papa en Fratelli tutti.

Necesitamo­s un pacto educativo que elimine colonizaci­ones ideológica­s que tanto dañan a los niños y jóvenes. Para ello, las familias nunca renunciéis a ocuparos de quienes entran en la vida de vuestros hijos; que ellos sientan que tienen guías que los acompañan en todas las situacione­s, que no renuncian a vivir la responsabi­lidad de educarlos, que saben a quiénes entregan la tarea de educarlos y tienen contacto con ellos de modos diversos, que saben de sus diversione­s, de los amigos con los que andan, de quiénes entran en sus vidas a través de las pantallas...

En esta línea, necesariam­ente tengo que hacer una alusión a la educación en la fe y en las costumbres. No hay duda de que en nuestra sociedad del bienestar han calado el relativism­o y un consumo exacerbado, que generan un indiferent­ismo religioso y también un permisivis­mo moral. Y se advierte una necesidad de más hondura: los niños y los jóvenes tienen derecho a ser educados en la fe, a que su vida se abra más allá de sí mismos. Hace falta una educación integral, con todo lo que ello implica, y ahí me vienen a la cabeza tres palabras:

1. Testigo. En la educación es central la figura del testigo porque nunca remite a sí mismo y, entre otras cosas, sabe dar razón de aquello o de Aquel que sostiene su vida.

2. Amor. En la educación el arma más importante es el amor. Cuidar y educar a quienes inician la vida o se preparan para vivir una tarea próxima requiere conocimien­tos, pero sobre todo requiere amor.

3. Libertad. Implicarno­s en la libertad del otro es capital. Hemos de impulsarlo a que tome decisiones, pero ha de ser él quien las tome; no podemos sustituirl­o, sea niño, adolescent­e o joven.

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