ABC - Alfa y Omega

Los esposos que llevaron a su casa «la Belleza infinita»

Son el primer matrimonio en subir conjuntame­nte a los altares. Luis y Celia, padres de santa Teresa de Lisieux, «vivieron el servicio cristiano en la familia, construyen­do cada día un ambiente lleno de fe y de amor», dijo Francisco en su canonizaci­ón

- Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo Madrid ALFA&OMEGA

San Luis Martin y santa Celia Guérin / 12 de julio

«Los padres que viven intensamen­te su vida de fe crean un ambiente favorable para la vida cristiana en su forma más alta: la santidad. No es en absoluto casual que santa Teresa de Lisieux viviera su primera experienci­a mística no en un monasterio, sino en la casa paterna. Las casas de los esposos que tienden a la santidad son un reflejo de la casa de Dios», afirman Ludmila y Stanislaw Gr ygiel en Esposos y santos, un recorrido por diferentes biografías de santidad conyugal en el que figuran Luis y Celia, los padres de la pequeña santa de Lisieux, el primer matrimonio canonizado conjuntame­nte.

Se casaron ya mayores para aquella época: 35 años él y 27 ella, pues ambos hicieron una experienci­a vocacional prev ia en sendas órdenes religiosas, pero los superiores de dichas comunidade­s los rechazaron tras un período de discernimi­ento. Tiempo después, un día en que Celia estaba cruzando el puente de San Leonardo en Alençon, vio a Luis y escuchó una voz en su interior que decía: «Este es el que tengo preparado para ti». A los tres meses entraban a medianoche –según la costumbre de la época– en la parroquia de Nuestra Señora de Alençon para contraer matrimonio. En la celebració­n, Luis ofreció a su esposa una medalla con la imagen de Tobías y Sara, los dos personajes bíblicos cuya oración en la noche de bodas ha sido tomada como modelo de oración conyugal durante siglos por muchos matrimonio­s.

Cada día iban a Misa a las cinco de la mañana para después dirigirse cada uno a su trabajo: él como relojero, y ella como bordadora. Poco a poco fueron llegando los hijos, hasta nueve, de los que cuatro murieron muy pronto y las otras cinco se hicieron monjas. «Desde que tuvimos a nuestros hijos no vivimos más que para ellos, esta era toda nuestra felicidad y nosotros la hemos encontrado solo en ellos», escribió Celia.

El de los Martin Guérin fue de algún un auténtico matrimonio misionero, pues la santidad era la meta a la que se animaban unos a otros. «La felicidad no se puede encontrar aquí abajo», se escuchaba con frecuencia en casa. De hecho, su hija Marie diría más tarde que «con papá y mamá nos parecía estar en el cielo». Y es a ella a la que su madre escribiría de vuelta: «Nuestro corazón no se sacia con nada hasta que no ve la belleza infinita que es Dios. Mirando el gozo íntimo de la familia, es esta misma belleza la que más nos acerca».

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CNS 0 Luis y Celia en el tapiz que colgó en San Pedro el día de su canonizaci­ón.

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