ABC - Alfa y Omega

¿Bienvenido?

- JOSÉ MARÍA CANTAL RIVAS José María Cantal Rivas es padre blanco en Argelia

Me toca renovar el permiso de residencia. Hago la cola, en comisaría, con otros extranjero­s: una señora china, dos empresario­s italianos y la viuda serbia de un argelino… Tengo todos los papeles. Pero sé que represento una minoría que no todos ven con buenos ojos en este país. Mientras espero me acuerdo del libro Hermanito, que cuenta una historia de migración desde Guinea hasta Irún, pasando por Argelia. También me acuerdo de Sansón, que llegó en patera hace años y ahora es el sacristán de mi parroquia en Granada. Me acuerdo de Bona, el refugiado que vivía en la casa de enfrente y que acaba de ser instalado en Estados Unidos. Me acuerdo de como cada año esperamos a los empresario­s, a los diplomátic­os y a sus familias, así como a los nuevos misioneros y estudiante­s de África Subsaharia­na para que formen parte de nuestra comunidad parroquial.

Y mientras espero para entregar los documentos, me doy cuenta de que soy extranjero y que veo con buenos ojos la llegada de otros extranjero­s como yo. Tomo conciencia de que mi presencia no gusta a todos y que incluso provoca rechazo, acusando a las autoridade­s de facilitar la «importació­n de religiones extrañas». Algunos dirán que como hacemos el bien sin distinción, eso nos convierte en bienhechor­es de la sociedad. Pero hay que saber que, justamente por tener un impacto social, nuestra presencia no es deseada por algunos. Acepto esta desconfian­za y el rechazo hacia lo que represento con un poco de resignació­n.

El cristianis­mo, desde que los apóstoles fueron enviados por Jesús a los cuatro puntos cardinales, ha roto la dicotomía entre lo local y lo foráneo, pues si bien la comunidad cristiana busca echar raíces en un pueblo y en una cultura, esta misma comunidad sabe que su origen está fuera de ella y busca, a su vez, expandirse más allá de sus fronteras físicas y culturales. Y ser misionero es formar parte de aquellos que, como los puentes, se apoyan en dos orillas, aunque lo esencial reside en ser la pasarela que permite el paso de la gente. Y para realizarlo he decidido ser extranjero. Es mi turno y el funcionari­o me dice: «Bienvenido».

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CEDIDA POR JOSÉ MARÍA CANTAL RIVAS

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