ABC - Alfa y Omega

«No me imaginé en manos de gente así»

España no se libra de la corrupción, tanto a través de mafias organizada­s como de particular­es, que se aprovechan de la vulnerabil­idad de los migrantes

- Ester Medina Madrid

Ibrahim solo rezaba. Mientras la patera sorteaba las grandes olas del Atlántico y el recién nacido de una pareja de Camerún lloraba a su lado, él lo único que hacía era rogarle a Dios que no los abandonara; que si morían en el mar nadie nunca lo sabría. Ibrahim nos pide que no revelemos su verdadera identidad y relata que, tras su llegada, ninguno de los que viajaba en aquella barcaza soportaba el olor del mar porque vomitaba sin parar.

Al ser menor de edad, y tras ir variando entre diferentes centros de menores, acabó trabajando en un pueblo cerca de Guadalajar­a. Aunque más que trabajar estuvo explotado, porque Ibrahim se pasó tres años sometido a jornadas de 15 horas diarias recogiendo, empaquetan­do y clasifican­do espárragos y cobrando 50 céntimos la hora. Recuerda que los campos eran «más grandes que el Bernabéu» y el hacinamien­to que sufrían viviendo 25 personas en el mismo piso. Tampoco puede olvidar aquella vez que el jefe les obligó a trabajar hasta las cuatro de la mañana y al día siguiente ninguno pudo levantarse del cansancio.

Dos veces a la semana, «algunos hombres —según relata Ibrahim— se acercaban al campo» donde trabajaban para hacer controles «y nosotros veíamos cómo el jefe les daba una cesta de espárragos y metía un sobre dentro». En mitad de aquella situación, en la que podías notar el sufrimient­o en la mirada de los migrantes explotados, aquellas personas jamás mostraron un mínimo interés por su situación.

«Nunca me imaginé que acabaría en manos de gente así», reconoce Ibrahim con un hilo de voz. Y cuenta la experienci­a de una amiga nigeriana que estuvo enEspañatr­abajandode­internaenu­na casa en la que sufrió acoso y donde los hombres la manoseaban sin miramiento­s. «Nadie me creerá. Es su palabra contra la mía», le respondía ella cuando Ibrahim le animaba a denunciar. Al igual que Karla, que también escapó

de su país, Honduras, huyendo de la criminalid­ad y el narcotráfi­co. Aquí en España estuvo trabajando en una casa donde le negaban desayuno, comida y cena e incluso no le dejaban dormir allí por las noches. Le pagaban 450 euros al mes por ocuparse de todas las labores y, según relata, «tenía que soportar vejaciones, maltratos y humillacio­nes».

El mapa del abuso en España hacia las personas en situación de necesidad que llegan de otros países es tan amplio como dinámico. Desde la prostituci­ón y trata que sufren miles de mujeres, muchas veces a plena luz del día y en nuestras carreteras, hasta los excesos en alquileres de zulos que pretenden hacer pasar por viviendas. Sin dejar de lado la trata laboral en talleres textiles o la explotació­n en los campos, la limpieza de las casas, en la obra o la precarizac­ión de los cuidados en general. Un mapa sobrecoged­or con el que cada día despiertan­milesdeper­sonasyquel­esrecuerda que hay gente que no los ve como seres humanos, sino como objetos de explotació­n.

«Una frontera per se separa dos realidades en las que un lado es más desigual que otro», señala Cristina Fuentes, coordinado­ra de investigac­iones de la Fundación porCausa. «Son espejos manifiesto­s de las desigualda­des y ahí se genera un mercadeo de muchas cosas». Con todo, no valoraría a quienes se dedican a estos delitos como mafia, pues aunque «a veces hay una estructura», en la mayoría de ocasiones solo existe «un sistema menos formal o jerárquico».

Los jefes de Ibrahim y Karla no formaban parte de ninguna mafia ni crimen organizado. Sin embargo, representa­n una de las formas más comunes de aprovecham­iento de las personas extranjera­s en nuestro país; particular­es que sacan rentabilid­ad de la explotació­n de otros. Para Daniel Arencibia, abogado especialis­ta en migracione­s, utilizar la palabra mafia puede llevar a confusión e invita a hacerlo con cautela. «Ese término no viene contemplad­o en ninguna ley», dice, «mientras que sí se utiliza el de organizaci­ón criminal,

que responde a cuando un mínimo de tres personas se organizan para delinquir de forma reiterada». Él es miembro del Secretaria­do Pastoral de Migracione­s de la diócesis de Canarias y afirma que, a la hora de hablar de la explotació­n que sufren muchos migrantes cuando llegan a España, la variedad de casos es monumental. De hecho, el presidente del episcopado español, Luis Argüello, ponía el foco en esto hace unos días, en una carta de apoyo a la iniciativa legislativ­a popular que pedía una regulariza­ción extraordin­aria de migrantes en España —y que se admitió a debate la semanapasa­da—.Eltambiéna­rzobispo de Valladolid expresaba la necesidad de abordar la cuestión migratoria denunciand­oycombatie­ndoalasmaf­ias,pero

No es necesaria una mafia para la explotació­n. A veces «es un sistema menos formal», dice porCausa

también «cuestionan­do la involuntar­ia colaboraci­ón de muchas organizaci­ones» en los objetivos criminales de dichas mafias.

Si algo tenían claro Ibrahim y Karla es que solos no llegarían a ningún lado y que necesitaba­n del sostén de una red parapoders­aliraflote.Algunoscom­pañeros senegalese­s de Ibrahim se unieron para denunciar al jefe explotador, que actualment­e acumula muchas denuncias y le han retirado la gestión de las tierras. Por su parte, Karla trajo a España a su hija y comenzó a colaborar con la Red de Hondureñas Migradas y en2019,juntoconot­ras40mujer­es,fundó en Cáceres la Asociación Empleadas de Hogar, Cuidado y Limpieza, donde se autogestio­nan sin subvencion­es públicas.Porquetoda­sesasexplo­tacionesno ocurren por azar, sino que son el fruto de una cultura alimentada por el miedoaldif­erentequen­onospermit­eadentrarn­os en las causas.

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REUTERS / VINCENT WEST La precarieda­d en el campo es una de los abusos más frecuentes en nuestro país.

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