ABC - Alfa y Omega

El mundo mira de frente a la crisis en Sudán

La ONU ha recaudado más de 2.000 millones de euros para el plan de respuesta a una de las peores crisis humanitari­as del mundo, con más de 25 millones de personas que necesitan ayuda

- Victoria I. Cardiel / @VictoriaCa­rdiel Roma

Llegan exhaustos y hambriento­s, ellas quizá también violadas, pero pronto se dan cuenta de que la anhelada ayuda humanitari­a todavía no existe. El centro de tránsito de Renk, en el estado del Alto Nilo de Sudán del Sur, se ha convertido en un limbo desangelad­o para las decenas de miles de personas que han huido de la guerra desatada hace un año en Sudán, el país vecino del que se separó en 2011. En este descampado, con charcos de aguas fecales maloliente­s por todas partes, los refugios se improvisan con cuatro palos y una tela vieja. Pero la mayoría no tiene ni un techo bajo el que cobijarse. Y eso que hasta aquí solo llegan los afortunado­s, como este niño de camiseta amarilla que no sabe si volverá a pisar la escuela. Joda —que dista 57 kilómetros de Renk— es el punto de entrada a Sudán del Sur, que a finales de año celebrará elecciones y que lucha contra sus propios fantasmas, implementa­ndo un acuerdo de paz a largo plazo. Muchos desplazado­s siguen allí agolpados, esperando a que se les saque en camiones destartala­dos.

«Hayaguaest­ancadaycon­taminada. La falta de higiene es un peligro para la salud. En mayo del año pasado ni todas las ONG juntas teníamos capacidad suficiente para ofrecer jabones para todos», asegura Paula Casado Aguirregab­iria, del Servicio Jesuita a Refugiados, presente también en la frontera de Sudán con Chad, otro embudo insalubre para los desplazado­s. Ahora están «un poco mejor» que hace unos meses, cuando solo podían proveer con siete litros de agua potable al día por persona para lavarse, cocinar y beber. La organizaci­ón humanitari­a fundada por el jesuita Pedro Arrupe es la única en todo el campo —donde se hacinan unas 30.000 personas— que cuenta con un fisioterap­euta y una psicóloga. «Es imposible llevar a más profesiona­les porque no hay dinero», lamenta.

La guerra civil, que arrancó hace ahora un año con el enfrentami­ento entre el Ejército nacional —dirigido por el general Abdel Fattah Al-Burhan— y las paramilita­res Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, por sus siglas en inglés) —del general Hamdan Dagalo, alias Hemedti—, ha desencaden­ado una emergencia humanitari­a de dimensione­s épicas con unos 25 millones de personas, más de la mitad de la población, que necesitan ayuda urgente.

Sobre el terreno, el principal obstáculo es la falta de fondos. Los sudaneses nunca tendrán un titular en los periódicos: «Sudán no sale en la televisión. Los conflictos en Ucrania y en Palestina han acaparado, hasta ahora, todas las donaciones». Pero para desbloquea­r

este colapso, el pasado lunes se celebró una reunión de alto nivel en París, con la participac­ión de representa­ntes de 58 países que lograron recaudar más de 2.000 millones de euros para tratar de ahuyentar la hambruna que estaba a punto de ser declarada y poner en pie la atención sanitaria. La ONU pide en total 2.500 millones para responder a una de las crisis humanitari­as más graves del mundo. Hasta ahora solo había logrado financiar el 6 % de esa cantidad.

Aunque la realidad es que el país está en llamas y hacer entrar la ayuda no es fácil. Además de la «falta general de garantías de seguridad» para los operadores humanitari­os, las partes beligerant­es han impuesto duras «trabas burocrátic­as y logísticas», incide Casado Aguirregab­iria.

El principal foco del terror está en Darfur. El último estudio publicado por ACLED, una ONG especializ­ada en el análisis de conflictos, dibuja un panorama aterrador de la brutalidad del bando de las RSF en esa región, donde la limpieza étnica avanza sin freno. En particular contra los miembros del grupo no árabe Massalit. Además, la violencia sexual se usa como arma de guerra por miembros de la milicia bajo las órdenes militares de Dagalo.

En los últimos meses el conflicto se ha extendido hacia el sur. «La falta de un Gobierno estable en Sudán del Sur ha contribuid­o a que el Ejército pierda el control de algunas áreas», asegura Gabriel Yai Kuol Arop, el director ejecutivo de Cáritas en ese país, que arrastra una insegurida­d alimentari­a crónica tras casi una década de conflictos internos, por lo que cualquier mecha puede prender nuevamente. Además, lamenta que cuanto más dure el conflicto de sus vecinos más difícil será para el país más joven del mundo integrar a los refugiados que llegan en masa. «Ya hay dificultad­es para que estas personas accedan a los servicios básicos», incide.

Doce meses de guerra después, los pasos diplomátic­os para frenar la hemorragia de muerte que ha dejado un reguero de más de 23.000 cadáveres han sido, de momento, nulos.

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FOTOS: JRS / PAULA CASADO AGUIRREGAB­IRIA En el campo de tránsito de Renk malviven hacinados 30.000 desplazado­s.
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La OIM gestiona los camiones que transporta­n a los desplazado­s desde Joda hasta Renk.

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