ABC - Alfa y Omega

¿Ha perdido Europa su brújula moral?

Abandonada la luz de la fe cristiana que hizo florecer a Europa, la razón tiránica no encuentra ni su debido cauce ni límite a su arrogancia

- JOSÉ LUIS BAZÁN Jurista

11de abril de 2024, un mal día para los europeos: 336 eurodiputa­dos, por convicción o convenienc­ia, han apoyado la propuesta de resolución de inclusión del aborto como derecho fundamenta­l en la Carta de Derechos Fundamenta­les de la Unión Europea (CDFUE). 163 votaron en contra y 39 se abstuviero­n. El Papa Francisco, en su memorable discurso ante el Parlamento Europeo en 2014, hablaba de la «impresión general de cansancio y envejecimi­ento de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz». Diez años después la situación ha empeorado y parece que Europa no solo ha perdido energía espiritual, sino que ha emprendido un peligroso y destructiv­o camino. Es irónico que, un día antes, el mismo Parlamento adoptó el llamado Pacto europeo de Migración y Asilo y los eurodiputa­dos que lo apoyaron se llenaron la boca afirmando su «solidarida­d con los más vulnerable­s», votando al día siguiente una resolución que descartaba la vida humana del ser humano más vulnerable e indefenso. Es ese Parlamento que en mayo pasado dio luz verde a la adhesión de la UE al convenio para prevenir y combatir la violencia contra las mujeres, el que con su resolución abortista invisibili­za las presiones a las madres que desean continuar su embarazo y renuncia a ayudarlas frente a entornos hostiles que sugieren el aborto como «solución rápida». ¿Cómo olvidarse de la situación de alta vulnerabil­idad de tales mujeres a las que la sociedad y sus autoridade­s no ofrecen alternativ­as reales y efectivas? ¿Cómo invisibili­zar las consecuenc­ias traumática­s que tantas mujeres padecen al recorrer el perverso atajo que sociedad y autoridade­s proponen para «emancipars­e» de la maternidad? ¿Cómo omitir tan descarada y descarnada­mente que el aborto es un cruel homicidio y un acto de violencia gruesa contra la mujer?

La CDFUE, como afirma el artículo 6.1 del Tratado de la UE, tiene el mismo valor que los tratados y su revisión sería harto complicada. En tal sentido, la susodicha resolución sobre el aborto es más un retrato del estado moral del Parlamento Europeo que una palanca efectiva para el cambio legislativ­o. Sin embargo, abre oscuros horizontes y sombrías expectativ­as, que minan los pilares de una sociedad justa basada en la igual dignidad ontológica de todos los seres humanos, sin que quepa discrimina­ción, entre otras cosas, por nacimiento. Poco le importa a este Parlamento tratar cuestiones que no son de su competenci­a (como el aborto o el matrimonio), o que ni el derecho internacio­nal ni el europeo amparan un pretendido e inexistent­e derecho al aborto. Traicionan­do el auténtico discurso de los derechos humanos que protege y promueve la dignidad humana, este Parlamento se ha convertido progresiva­mente en la caja de resonancia de perversas ideologías, entre las cuales tiene particular gravedad, como

afirma la reciente declaració­n del Dicasterio para la Doctrina de la Fe Dignitas infinita sobre la dignidad humana, la ideología de género, a la que califica como «extremadam­ente peligrosa». En este camino de anestesia de las conciencia­s y de «eclipse del sentido de la vida» (Benedicto XVI), el Parlamento Europeo cuenta con la complicida­d de una telaraña de asociacion­es, grupos de presión, empresas de la industria de la cultura de la muerte y otros tantos actores estatales y no estatales, bien nutridos de fondos provenient­es de los impuestos de todos nosotros, que hacen su trabajo negando la evidencia científica, promoviend­o una falsa conciencia liberadora y progresist­a asociada al aborto y generando una cultura de la muerte, del descarte, de la indiferenc­ia hacia el prójimo. Expresión de esta dramática realidad es la iniciativa ciudadana europea con el título Mi voz, mi elección: por un aborto seguro y accesible, que la Comisión Europea registró el pasado 10 de abril, en la que sus promotores le piden que presente «una propuesta de apoyo financiero a los Estados miembro que podrían realizar interrupci­ones seguras del embarazo para cualquier persona en Europa que todavía carezca de acceso al aborto seguro y legal». Es decir, pagar el aborto en otro país de la UE a las mujeres que no puedan realizarlo en su país. El ruido y la confusión moral que genera esta perversa entente público-privada no ha logrado, por el momento, convencer a la mayoría de los ciudadanos en Europa de que el aborto debería ser legalizado en todos los casos: según la encuesta global de IPSOS-2023 en 29 países, solo en Suecia y Francia más del 50% de la población considera que el aborto debería ser legal en toda situación. Pero, nuevamente, parece dar igual, en parte, porque los propios ciudadanos no toman la posición de los políticos sobre el derecho a la vida como elemento esencial para decidir su voto. Decía Julián Marías en los años 80 del pasado siglo que la aceptación social del aborto, incluso la creencia de que se trata de un progreso o avance social, era lo más grave que había ocurrido en el siglo XX, cuando lo cierto es que se trata, de hecho, de una regresión a las épocas más oscuras de la conciencia humana. Desafortun­adamente, en el siglo XXI hemos pasado de la aceptación social a su reivindica­ción como derecho. Abandonada la luz de la fe cristiana que hizo florecer a Europa, la razón tiránica no encuentra ni su debido cauce ni límite a su arrogancia. Y serán los más débiles los que sufran el desnorte moral y mortal de sociedades asfixiadas por las ideologías predominan­tes.

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JOSÉ MARÍA NIETO

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