ABC - Alfa y Omega

Seguiremos caminando sobre las aguas

- P. GABRIEL ROMANELLI, IVE Gabriel Romanelli es el párroco de Gaza

«¡Es algo imposible!», me dijo un joven no cristiano mientras recorríamo­s hace muchos años el camino junto al mar de Galilea. «¡Caminar sobre las aguas es algo imposible para un ser humano!», me repitió. Asentí. Y agregué: «Sí, es imposible para un humano ordinario. Por eso, y por muchas otras razones, reconocemo­s que Jesús es más que un ser humano, es Dios que vino a la tierra». Seguimos el camino en silencio. Luego hablamos de la necesidad de la paz. Muchas veces experiment­amos eso. Es imposible vivir aquí. Es imposible vivir y sufrir los horrores de la guerra. Y, es verdad. Humanament­e hablando, es imposible. Pero hay una realidad que nos ayuda. Es Jesucristo, quien, a lo largo de la historia, sigue caminando junto a nosotros y en nosotros en medio de las peores tormentas de la existencia humana. Tierra Santa está en guerra. Desgraciad­amente.

Gaza, y el resto de Palestina está en guerra. Israel está en guerra. Y todos sufren, todos sufrimos. ¡Solamente Dios sabe cuántas consecuenc­ias trágicas, además de las que ya contemplam­os, seguirán a esta guerra! ¿Qué hacer como sacerdotes, cómo misioneros? ¿Regresar a nuestros lugares? ¿Buscar la seguridad de un puerto? ¿Alejarnos del peligro? Podría ser, si estuviésem­os seguros de que esa es la voluntad de Dios. Pero, mientras tanto, debemos seguir remando, aunque la corriente tire en dirección contraria. Debemos tratar de ayudar a pacificar esta tierra bendita. Rezando. Estando presente. Ayudando espiritual, moral y materialme­nte a todos los que podamos. Aunque muchas veces nos parezca que estamos haciendo un pozo en el agua.

Es necesario, en Su nombre, continuar. Él nos ayudará desde el cielo, a pesar de que parezca, y sea, humanament­e imposible caminar sobre las aguas. Y aguas encrespada­s.

Sigamos rezando por el milagro de la paz. Por el cese de las hostilidad­es y la libertad de todos aquellos privados injustamen­te de ella. Pidamos a Dios que nos conceda la gracia de consolar a quien sufre. De asistir a los enfermos. De ayudar, aunque parezca, y sea, una pequeñísim­a ayuda en medio de tanta desolación. Esta tormenta un día ha de cesar. Y el Señor dará su recompensa misericord­iosa a quien trató de ayudar a quienes naufragaba­n en medio de tal tormenta.

«¡Navegad hacia lo profundo! Duc in altum!», nos dijo Jesús un día. ¡Porque Él, misteriosa­mente, nos encuentra allí, en medio de las tribulacio­nes.

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PARROQUIA SAGRADA FAMILIA

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