ABC - Alfa y Omega

Golpeagolp­e,de refugiadaa­losJuegos Olímpicosd­eParís

La boxeadora camerunesa Cindy Ngamba o la ciclista afgana Masomah Ali Zada forman parte del equipo que representa­rá a los 100 millones de refugiados de todo el mundo en las olimpiadas

- Victoria I. Cardiel Roma

Con 11 años Cindy Ngamba huyó de Camerún con su madre y su hermano. Abandonar su poblado —donde vivía sin agua potable, ni letrinas, ni electricid­ad— era su única opción para no acabar como tantos otros niños de su edad, con la infancia arrancada, en alguna de las minas ilegales del país africano que lleva décadas despelleja­do por la violencia y la miseria. «Mi madre solo quería un futuro mejor para nosotros», asegura.

Llegó a Reino Unido en 2009, pero se topó con un mundo lleno de prejuicios. Creció como una niña marginada, en un barrio a las afueras de Londres en el que se reían de ella por su acento. «Mi inglés no era muy bueno y sufría acoso escolar. Era una niña triste y tímida que intentaba encontrar una razón para levantarse cada día, pero era muy duro», asegura. Forjó su carácter en los campos de fútbol del colegio, aunque tampoco terminaba de encajar. «No conocía cosas como el desodorant­e, así que olía mal en clase y los niños se burlaban de mí», recuerda. Así, golpe tras golpe, moldeó su madurez. El boxeo fue el faro que le dio la motivación que necesitaba. «Tenía 15 años y cerca de donde entrenábam­os había un gimnasio del que salían un montón de chicos sudando y me picó la curiosidad. Entré y los vi ahí, enfrentado­s en el ring, dándose puñetazos, golpeando el saco. Esa imagen fue como un flechazo», asegura Ngamba, que se ha convertido en la primera boxeadora refugiada que participar­á en unos Juegos Olímpicos. El mes pasado ganó por nocaut —cuando el rival queda incapacita­do para levantarse de la lona del cuadriláte­ro— a la kazaja Valentina Khalzova en los cuartos de final de la categoría de los 75 kilos en una competició­n en Italia.

Como esta joven de 26 años, que estuvo a punto de ser deportada, otros 35 deportista­s competirán en París con el equipo de refugiados del Comité Olímpico Internacio­nal (COI). Lucirán en el pecho los cinco anillos del logotipo olímpico. Entre ellos estarán el taekwondis­ta afgano Abdullah Sediqi, el atleta sudanés Jamal Abdelmaji, el levantador de peso cubano Ramiro Mora Romero o la jugadora de bádminton iraní Dorsa Yavarivafa. La ciclista afgana Masomah Ali Zada, que debutó como deportista olímpica en Tokio 2020, está al frente de este grupo que, además del sacrificio y la disciplina, comparte un pasado de exilio forzado. «Es un auténtico honor para mí ser la jefa de misión. Voy a tener la oportunida­d de participar en unos Juegos Olímpicos nuevamente, solo que, en esta ocasión, no será como atleta. Esta vez, será muy diferente. Va a ser un momento de gran orgullo para mí», asegura Ali Zada, que desafió a todo Afganistán la primera vez que se subió a una bicicleta con 6 años y que, como Ngamba, tuvo que huir de su país de origen. «Se podría incluso decir que el ciclismo estaba prohibido. Pero mi participac­ión en los Juegos Olímpicos es la prueba de que todo el mundo puede practicar deporte. Es un símbolo de igualdad y libertad. Personalme­nte, creo que he roto ese tabú. He demostrado que el ciclismo es un deporte que también pueden practicar las mujeres», incide en declaracio­nes a la página Athlete365, vinculada al COI. Fue tal el repudio que generó su pasión por la bicicleta en la sociedad afgana, dominada por el régimen talibán, que un día un hombre la atropelló mientras paseaba con su bici. «Sabía que estaba en peligro, pero nunca imaginé que la gente podría agredirnos por eso. Casi todas las chicas que hacían ciclismo tuvieron la misma experienci­a», reconoce Ali Zada. Como Ngamba, sueña con que las mujeres de su país sean libres de decidir su destino. Con el apoyo de la Fundación Olímpica para Refugiados, que organiza el equipo, y el impulso de ACNUR, la delegación representa­rá a una de las comunidade­s más numerosas presentes en los Juegos Olímpicos, ya que hay más de 100 millones de refugiados en todo el mundo. Los preparativ­os son una auténtica odisea porque los atletas de este equipo —que debutó en 2016 durante las olimpiadas de Río de Janeiro con diez atletas— viven dispersos por varios países, desde Canadá hasta Australia. Se comunican por WhatsApp a diario y se darán cita durante varios días en la ciudad francesa de Bayeux, antes de que empiecen las competicio­nes. En Tokio 2020 fueron 29 deportista­s y este año suman 36 atletas, hombres y mujeres, que representa­n a once países distintos como Cuba, Irán, Siria, Camerún, Venezuela, Congo o Sudán. A todos ellos los une el desarraigo. Son supervivie­ntes, que visibiliza­n, gracias a su éxito en el deporte, el drama de los que esperan en el limbo de la indiferenc­ia que les concedan el asilo.

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Ngamba empezó a boxear con 15 años y se ha clasificad­o para los JJ. OO. de París.

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