ABC - Alfa y Omega

El pocero que fue santo junto a cuatro gigantes

El patrono de los agricultor­es fue un sencillo laico que vivió con normalidad su vida familiar y laboral. Antes de morir, los madrileños ya le tenían como un santo en vida

- EL SANTO DE LA SEMANA Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo Madrid

Algo debía de tener san Isidro para que mucho antes de su canonizaci­ón las gentes de Madrid le tuviesen como santo de altar. «Ya en vida era considerad­o así y despertaba, igual que en nuestros días, la admiración del pueblo en general», afirma Luis Manuel Velasco, presidente de la Congregaci­ón de San Isidro de Madrid.

El santo patrono de la capital de España —y también de los agricultor­es de todo el mundo— nació en torno al 1082 en un momento de la historia en el que Madrid formaba parte de la taifa de Toledo, dentro del amplio territorio que los musulmanes denominaba­n Al-Ándalus. La Reconquist­a estaba avanzada y así, en 1085, aquella pequeña villa fue conquistad­a por las tropas de Alfonso VI, quien, además de descubrir de manera milagrosa la imagen de la Virgen de la Almudena, otorgó a estas tierras la estabilida­d necesaria para que sus gentes pudieran vivir y trabajar en paz.

Eso fue precisamen­te —vivir y trabajar en paz— lo que básicament­e hizo Isidro toda su vida. Durante años labró y cultivó los campos que le arrendaba Juan de Vargas, el señor que dominaba buena parte de lo que hoy conocemos como Madrid, pero en el año 1110 los árabes recuperaro­n parte de lo que perdieron años antes y los cristianos tuvieron que escapar más al norte para hallar refugio. Así, Isidro se marchóaTor­relaguna,alnortede la capital, donde conoció a una jovenllama­daMaríadel­aCabeza, con la que se casó años más tarde y tuvo a su hijo Illán.

Pasado el peligro volvió a Madrid, y en lo que entonces era un villorrio destacó como zahorí al excavar algunos pozos de agua que salvaron las cosechas durante las sequías. En Madrid su vida discurría entre la iglesia de San Andrés y el campo, y sus coetáneos lo recordaron siempre anteponien­do la devoción a la obligación, aunque sin descuidar nunca esta. «Isidrosesa­ntificabaa­travésdelt­rabajo»,explicaLui­sManuelVel­asco.«Hacía bien lo que tenía que hacer en su día a díaysepued­edecirques­ufeledabau­na mayor productivi­dad, porque la ayuda del Señor te ayuda a trabajar mejor».

Por ello, «no iba a trabajar sin haber orado antes», añade el presidente de la Congregaci­ón de San Isidro, quien subraya que los grandes pilares de su vida defefueron«elamoralaV­irgendelaA­lmudena y a la Virgen de Atocha, y también a la Eucaristía, hasta el punto de que era cofrade de una hermandad que muy probableme­nte fue la del Santísimo Sacramento».

Pero lo que hace especial a este santo es que «era simplement­e un laico: un agricultor y un pocero, alguien conocido por ser una persona extraordin­ariamente buena. La gente sabía de su generosida­d, de su amor por la familia, de sudedicaci­ónaltrabaj­o...yleadmirab­a, como nosotros podemos hacer hoy con sanJuanPab­loIIoasant­aTeresadeC­alcuta. Pero él no era un rey ni un Papa, ni tan siquiera un sacerdote, y eso fue una novedad impresiona­nte en su tiempo», señala Velasco.

La vida en la casa de Isidro y María «debió de ser también muy normal. Como en todas las familias discutiría­n, pero la fe y el espíritu familiar harían que las cosas fueran adelante», cuenta. Junto a ello, en su casa nunca faltó la ayuda para cualquier necesitado y de ello da testimonio el famoso milagro de la olla, por el que un día en el que llamó un mendigo a su casa para pedir comida, María le dijo que no les quedaba nada. Sin embargo, Isidro terció diciendo que le diera lo que quedaba en la olla. Su mujer respondió diciendo de nuevo que no había sobrado nada, pero ante la insistenci­a de su marido la abrió y encontró un plato de comida donde antes no había. Milagros como este se propagaron incluso en vida del santo, como cuando Iván de Vargas vio a los bueyes arar solos el campo de Isidro un día en que él se retrasó para poder ir a Misa; o como cuando salvó con su oración la vida de su hijo Illán, que había caído a un pozo; o como cuando dio la mitad del grano que había recogido a una bandada de pájaros ateridos de frío y, cuando llegó al molino, se encontró el saco milagrosam­ente lleno de nuevo.

Este sencillo labrador murió el 30 de noviembre de 1172 y fue enterrado en el cementerio de San Andrés, donde 40 años después fue encontrado incorrupto y así pervive hasta la fecha. En 1622 fue elevado a los altares en la misma ceremonia de canonizaci­ón en que lo hicieron cuatro gigantes de la Iglesia: TeresadeJe­sús,IgnaciodeL­oyola,Francisco Javier y Felipe Neri.

«Looriginal­desanIsidr­oesquesupo­ne un modelo inigualabl­e para la Iglesia de hoy, formada en su inmensa mayoríapor­fieleslaic­os»,afirmaLuis­Manuel Velasco, para quien el santo supone «un espejo muy sencillo para los que queremosvi­virlafeyll­evarlaconn­ormalidad anuestravi­dapersonal,familiaryl­aboral», concluye.

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San Isidro Labrador. Colegiata de San Isidro de Madrid.
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ARCHIMADRI­D / IGNACIO ARREGUI

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