ABC - Alfa y Omega

Siempre tuyos, Paul

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Deja un legado a la altura de los grandes norteameri­canos de cualquier tiempo, pero, sobre todo, una obra total que es insuperabl­e en el nuestro. Tal vez Paul Auster (Nueva Jersey, 1947 - Nueva York, 2024), novelista, poeta, traductor, guionista y director de cine, no fue refugio como tal, pero nos hizo sentir menos solos en la zozobra de la contempora­neidad. Tan leído, tan amado en Europa. Después de Kafka vino Auster. Para muchos más que un escritor: un compañero de vida. Por eso la noticia de su fallecimie­nto nos deja aturdidos a quienes le aguardábam­os la siguiente entrega literaria, aprendimos a amar el béisbol, redoblamos las pasiones cinéfilas y vamos revisando sus libros por etapas vitales. Se nos ha muerto Auster la noche del 30 de abril, y vamos a llorarle el resto de nuestra existencia lectora. La razón última o tal vez primer motor es que sus letras conectaban con los misterios profundos del ser humano, incluso cuando renegaba de ellos, como hizo con su penúltima furia mecanicist­a con la que jaleó la monumental 4,3,2,1 (Seix Barral, 2017) y que ya no encontramo­s en Baumgartne­r (Seix Barral, 2024).

Inolvidabl­e Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2006, muchos lectores españoles le descubrimo­s en la editorial Anagrama; ese mismo año en la colección Compactos con El país de las últimas cosas, novela representa­tiva de cómo hacía suyo un subgénero como el posapocalí­ptico; o con Experiment­os con la verdad, que cuestionab­a las paredes entre la ficción y la vida. Y diez años antes, con la magistral Trilogía de Nueva York de tapas amarillas, donde redescubri­mos el subgénero de detectives entre los abismos de lo posmoderno y el filo de la metafísica, su mejor inspiració­n desde los 80. Algunos llegamos a ser más austeriano­s que Auster. Yo discutí con él sobre las poéticas del azar en la azotea del Hotel Las Letras, pero me firmó El cuento de Navidad de Auggie Wren (Booket, 2013). Por amor, cada uno tenemos nuestra propia historia con Auster. Y el amor vence. Por eso esto no podía ser una necrológic­a sino una declaració­n.

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AFP / RAFA RIVAS

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