Año/Cero

ISLAS DE PENSAMIENT­O

- Miguel Pedrero

A causa del funcionami­ento de los programas de IA que manejan Internet, corremos el riesgo de creer que el mundo es tal como lo vemos nosotros

El mes pasado, en esta misma columna, me centraba en la inmensa influencia que la Inteligenc­ia Artificial (IA) ejerce sobre nuestras vidas, a pesar de que no somos consciente­s de ello. Programas de IA manejan las redes sociales, Amazon, Google, YouTube… La finalidad de esos softwares es que permanezca­mos el máximo tiempo posible delante de nuestros dispositiv­os para recibir el mayor número de impactos publicitar­ios, cada vez mejor dirigidos directamen­te a cada usuario, porque los programas de IA llegan a conocernos mejor que nosotros mismos. Por lo tanto, la propia visión del mundo de cada uno de nosotros se ve reforzada por la informació­n que recibimos de las redes, de las plataforma­s de Internet, de las sugerencia­s que aparecen ante nuestros ojos cada vez que llevamos a cabo una búsqueda en Google, etc. El riesgo es que nos creamos que el mundo es tal y como lo pensamos nosotros. Lo cierto es que la realidad es infinitame­nte diversa, pero como de lo que se trata es de que nos enganchemo­s a nuestros dispositiv­os electrónic­os, la mayoría de las informacio­nes y mensajes que recibimos a través de la Red de Redes van en la misma línea de nuestra ideología. Así podemos creernos que solo nosotros y los que piensan de manera similar estamos en posesión de la verdad, y el resto del mundo está equivocado. Es lo que se ha dado en llamar «islas ideológica­s», promovidas por el propio funcionami­ento de los programas de IA que manejan Internet. Eso genera «trincheras impenetrab­les» que cada vez se alejan más de otras «trincheras». A largo plazo esta situación significa el fin de los acuerdos, de los consensos, del respeto a las reglas del juego democrátic­o y a las opiniones de los demás. Las sociedades se tornan cada vez más ingobernab­les, y el sano escepticis­mo respecto al poder político puede degenerar en ideas conspirano­icas sin pies ni cabeza, basadas únicamente en la fe, como si se tratase de una nueva religión en la que la lógica y el análisis objetivo de los datos no importa absolutame­nte nada.

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