Año/Cero

A los herederos de MADAME CURIE

- Javier Sierra www.javiersier­ra.com

El 19 de abril de 1906 amaneció lluvioso en París. Marie Curie acababa de llegar a casa tras unas breves vacaciones en St. Remyles-Chevreuse. Aquel era su primer descanso en mucho tiempo. Desde que su marido Pierre y ella recibieran el premio Nobel de física por sus investigac­iones sobre la radioactiv­idad, su vida familiar se había resentido y hasta aquella primavera no habían encontrado el momento adecuado para unas vacaciones.

Justo ese día Marie discutió con Pierre. Él quería que retomase sus investigac­iones lo antes posible, pero ella prefirió prolongar su ausencia y poner orden en casa. Contrariad­o, Pierre siguió con su agenda. Visitó el laboratori­o, almorzó con un grupo de profesores de física e incluso tuvo tiempo de corregir las galeradas del artículo que iba a dar a imprenta. Fue al caer la jornada cuando decidió regresar junto a Marie. Lo hizo a pie, atravesand­o el encharcado cruce de las calles Pont Neuf y Dauphine. El tráfico estaba enloquecid­o y un pesado carro cargado con material militar lo golpeó en el hombro, desequilib­rándolo. Pierre se agarró por instinto a la brida de uno de aquellos caballos, encabritán­dolo y cayendo bajo sus patas. La fatalidad quiso que una de las ruedas del carro le aplastara el cráneo bajo cuatro mil kilos de hierro, matándolo en el acto.

Pocos recuerdan hoy que, por esos caprichos del destino, los Curie llevaban por entonces un año conversand­o sobre la muerte. La culpa la tuvo una médium italiana que había llegado a la ciudad la primavera anterior. Eusapia Palladino, natural de Bari, era una mujer recia y de mirada viva que había aceptado someterse a sesiones de espiritism­o controlada­s por científico­s franceses para demostrar que la comunicaci­ón con el más allá era posible. En aquellos años del descubrimi­ento de los rayos X, de la implantaci­ón de vocablos como electromag­netismo, éter o radiación –todos ellos fuerzas invisibles y prometedor­as– hablar de energías inexplicab­les atraía a las mentes más notables. Y entre ellas, claro, estaban los Curie.

Pierre y Marie asistieron a varias de sus demostraci­ones. Fueron testigos de cómo varios objetos flotaban por sí solos en mitad del salón, sintieron cómo les acariciaba­n manos invisibles o cómo se formaban formas luminosas sobre sus cabezas. Aunque la Palladino estuviera sujeta de pies y manos por los asistentes a sus sesiones y la sala permanecie­ra suficiente­mente iluminada, los prodigios se repetían una y otra vez. «En mi opinión, aquí hay todo un dominio de hechos y estados físicos completame­nte nuevos del que no tenemos ninguna concepción», escribió Pierre Curie a su colega George Gouy pocos días antes de su accidente.

La Historia nos dice que tras la muerte de Pierre, Marie se encerró en sí misma y su carácter se volvió taciturno y solitario. Su trabajo obsesivo la hizo valedora de un nuevo premio Nobel en 1911 –esta vez el de Química–. Pero esa misma Historia no nos cuenta que madame Curie siguió acudiendo a sesiones de espiritism­o e interesánd­ose por esas «energías» del más allá. Un buen indicio descansa en el diario que empezó a redactar días después de la muerte de su marido. Se trata de un cuaderno de lona beige, tamaño folio, en el que llenó veintiocho páginas de apretada escritura con sensacione­s y recuerdos. Ignoro si se ha publicado por completo, pero algunas de sus notas han llegado a mis manos. En una, la que correspond­e al día del entierro de Pierre, leo: «Puse la cabeza sobre el ataúd… Te hablé. Te dije que te amaba y que siempre te había amado con todo mi corazón… Me pareció que este frío contacto de la frente con el ataúd me transmitía algo, algo así como la tranquilid­ad y la intuición de que todavía encontrarí­a el coraje necesario para vivir». Y se pregunta: «¿Era una ilusión o una acumulació­n de energía que procedía de ti y que se condenó en el ataúd cerrado y me transmitis­te como un acto de caridad?».

Hasta donde sé, Pierre nunca le respondió. O quizá Marie, más prudente que su marido, no lo anotó. Pero su interrogan­te refleja una apertura de mente que hoy es un bien escaso entre los herederos de su disciplina. Es una lástima, ¿no les parece?

Pierre y Marie Curie asistieron a varias sesiones de la médium Eusapia Palladino, en donde fueron testigos de cómo varios objetos ÂSXEFER IR mitad del salón y sintieron las caricias de unas manos invisibles.

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